A Meraz le preocupaba que su grupo no estuviera al nivel. “Fue un poco difícil porque ya todos tenían su música”, señaló. Pero la hacía sentir confiada pensar que ellos tuvieran otros puntos fuertes, por lo que no podía contener su emoción. Tocar con el equipo representativo en el Extravaganza, y a la vez competir como vocalista, había sido su sueño de toda la vida. Sabía que la competencia sería feroz, pero pensó que su equipo tenía posibilidades para el primer lugar por su energía y entusiasmo. “Eso es lo que realmente me gusta de nuestro grupo”, dijo. “Se están metiendo de lleno: sonrisas, todo, espectáculo. Me encanta eso”.
Para los estudiantes del Valle, San Antonio, más o menos a 320 kilómetros al norte, es la gran ciudad estadounidense más cercana. Las familias esperan todo el año para el Extravaganza, incluso los bebitos llegan con camisetas a juego para apoyar a un familiar mariachi mientras los adultos llevan pancartas, pompones y matracas para alentar a su equipo durante la competencia. Cuando los estudiantes del condado de Starr llegaron el jueves en la tarde, lo primero en el orden del día era registrarse en sus hoteles y ponerse pantalones de mezclilla y las camisetas de su escuela para su primera actuación: una serenata pública en el paseo River Walk, donde el río San Antonio fluye alrededor de una pequeña plataforma de concreto rodeada de tiendas y restaurantes bien iluminados. Uno a uno, los competidores del festival cruzaron un puente de concreto hacia el escenario, junto a un imponente árbol de Navidad adornado con luces doradas, y tocaron algunas de sus melodías más populares para el público, mientras las lanchas de los turistas pasaban flotando.
Se sentía como una época alegre, el comienzo de la temporada festiva. Pero después de su actuación, los estudiantes de Grulla y Rio Grande City regresaron a su hotel. El distrito escolar de Roma había alojado a los estudiantes en el hotel oficial del evento, el Grand Hyatt; para mantener los costos bajos, Cascabel y Grulla de Plata se quedaban en La Quinta Inn a dos cuadras de distancia. Sus directores querían hacer un ensayo más y, luego de practicar por separado, cada equipo tocaría para el otro para que los estudiantes se acostumbraran a una audiencia. Hasta ahora, nadie había visto sus números; los directores trabajaron con más empeño del normal para que los programas se mantuvieran en secreto y Zárate les advirtió a los estudiantes que no tomaran ningún video ni publicaran en las redes sociales. Luego de que Rio Grande City ganó un volado y eligió ser el segundo en ensayar, los integrantes de ambos grupos no tardaron en hacerse amigos. Mientras cada grupo tocaba, el otro escuchaba, boquiabierto. Cada uno era impresionante a su manera y era difícil predecir a cuál de los dos calificaría mejor un juez. Ambos equipos querían ganar, pero también parecía que los estudiantes estaban desarrollando un vínculo; no importaba quién ganaría, iban a celebrar el éxito del otro.
El viernes por la tarde en el centro de convenciones de la ciudad, después de una mañana de talleres, comenzaron las semifinales. Primero, compitieron 12 escuelas intermedias y las dos escuelas de Roma salieron victoriosas, como suele pasar, y obtuvieron el primer y segundo lugar. Luego fue el momento del concurso de los estudiantes de secundaria . Durante las siguientes tres horas, 19 grupos cantarían y los miembros de Mariachi Vargas seleccionarían a seis finalistas que volverían a tocar al día siguiente. Los tres jueces se sentaron bajo el escenario vestidos con camisas tipo polo con el color azul del festival, todos con varias hojas para calificar y una taza de Starbucks. El auditorio era un mar de familias y jóvenes mariachis.
El primero entre los equipos del condado de Starr era Rio Grande City. Cuando anunciaron su escuela, los integrantes del Mariachi Cascabel subieron con calma al escenario, con el instrumento en una mano y el sombrero en la otra. Dejaron sus sombreros un momento y ajustaron sus micrófonos mientras un silencio tenso embargaba la sala. Sofia Ozuna, la violinista principal, miró a su alrededor, asegurándose de que todos estuvieran listos. El reloj comenzaría a contar con su primera nota y violar el límite de siete minutos, aunque fuera solo por unos cuantos segundos, podría provocar que los descalificaran. Ozuna volteó a ver al público y esbozó una gran sonrisa. Levantó su sombrero hacia el cielo mientras los demás imitaban su gesto y luego, juntos, los bajaron sobre su cabeza. Ahí fue donde sucedió la transformación más grande. Los estudiantes tenían que sacar lo mejor desde su interior, interpretando la mejor versión de sí mismos. Ozuna hizo un rápido un-dos con su arco y comenzó la música, el tema regio que Zárate había escrito.
Las fortalezas de Rio Grande City eran su energía, su presencia en el escenario y su musicalidad. Las canciones de Zárate eran únicas y estaban llenas de sabor y los estudiantes las complementaban llenándose de vitalidad como no habían hecho en los ensayos. Sus rostros se mostraban muy expresivos y estiraban los brazos, cantándoles directamente a los jueces. Luego de que comenzó la segunda canción, el huapango pegajoso, los violinistas se lanzaron a su solo grupal, un arreglo vertiginoso y muy técnico de llamada y respuesta. A continuación, siguieron las trompetas, que se habían mostrado a veces inestables en los ensayos, sonando brillantes y en su mayoría pulcras. Los jueces escuchaban atentamente, agachándose de vez en cuando para escribir algo. Cuando el grupo terminó, se echaron hacia atrás y aplaudieron.