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Una madre en México dedica su vida a los desaparecidos

Cuando el negocio comenzó a prosperar, sus hijos se le unieron y empezaron a comprar y vender oro.

Pero, a medida que su empresa creció, también creció la violencia en México: en 2006, el entonces presidente, Felipe Calderón, lanzó una guerra total contra los cárteles de la droga en México, iniciando una batalla sangrienta que aún continúa.

Pronto, esa creciente ola de delincuencia alcanzó a la familia de Herrera.

Raúl y Jesús Salvador viajaron al vecino estado de Guerrero con cinco compañeros. Por lo general, regresaban de esos viajes el fin de semana. Cuando no regresaron el sábado, Herrera dijo que sintió que una tristeza abrumadora la invadía y comenzó a llorar sin razón.

“‘Siento como una sensación de que algo fuerte, algo feo estuviera pasando’”, recuerda haberle dicho a una de sus nueras.

Al amanecer del domingo todavía no había señales de ellos. Fue a la iglesia, incapaz de dejar de llorar, a pesar de los esfuerzos del sacerdote por consolarla. Al caer la noche, sus hijos aún no habían aparecido. Otro de sus hijos, Juan Carlos, trató de llamarlos pero no pudo comunicarse con ellos.

Ni a Raúl ni a Jesús Salvador, ni a ninguno de sus cinco compañeros, se les ha vuelto a ver.

“Es algo que ya casi ni quisiera recordar”, dijo entre lágrimas. “Pero a su vez queda tan grabado que no se puede olvidar”.

Herrera fue a la oficina del gobierno local en su aldea para pedir ayuda, pero le ofrecieron poco apoyo. Así que partió con Juan Carlos hacia el pueblo cercano adonde sus hijos habían sido vistos por última vez, Atoyac de Álvarez, en el estado de Guerrero.

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