ESTAMBUL — Los enormes buques que transportan trigo y otros cereales ucranianos están retenidos a lo largo del Bósforo, aquí en Estambul, a la espera de ser inspeccionados antes de navegar a puertos de todo el mundo.
El número de buques que transitan por este estrecho, que conecta los puertos del mar Negro con aguas más amplias, cayó en picada cuando Rusia invadió Ucrania hace 10 meses e impuso un bloqueo naval. Bajo presión diplomática, Moscú ha empezado a permitir el paso de algunos buques, pero sigue restringiendo la mayoría de los envíos procedentes de Ucrania, que junto con Rusia exportaba una cuarta parte del trigo mundial.
Y en los pocos puertos ucranianos que siguen operando, los ataques con misiles y aviones no tripulados de Rusia contra la red energética de Ucrania paralizan de manera periódica las terminales donde el trigo y el maíz se cargan en los barcos.
Una crisis alimentaria mundial se ha convertido en una de las consecuencias de mayor alcance de la guerra de Rusia, pues ha contribuido a la hambruna generalizada, la pobreza y las muertes prematuras.
Estados Unidos y sus aliados se esfuerzan por reducir los daños. Funcionarios estadounidenses están organizando iniciativas para ayudar a los agricultores ucranianos a sacar alimentos de su país a través de redes ferroviarias y de carreteras que conectan con Europa del Este y en barcazas que remontan el río Danubio.
Sin embargo, a medida que el invierno arrecia en el país y Rusia arremete contra las infraestructuras ucranianas, la crisis se agrava. La escasez de alimentos ya se ha visto agravada por una sequía en el Cuerno de África y por condiciones meteorológicas inusualmente severas en otras partes del mundo.
El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas calcula que más de 345 millones de personas sufren o corren el riesgo de sufrir inseguridad alimentaria aguda, más del doble que en 2019.
“Nos enfrentamos a una crisis masiva de inseguridad alimentaria”, señaló el mes pasado Antony Blinken, secretario de Estado de Estados Unidos, en una cumbre con líderes africanos en Washington. “Es producto de muchas cosas, como todos sabemos”, aseguró, “incluyendo la agresión de Rusia contra Ucrania”.
La escasez de alimentos y los altos precios están causando grandes dificultades en África, Asia y América. Las autoridades estadounidenses están especialmente preocupadas por Afganistán y Yemen, países que han sido asolados por las guerras. Egipto, Líbano y otras grandes naciones importadoras de alimentos tienen problemas para pagar sus deudas y otros gastos porque los costos se han disparado. Incluso en países ricos como Estados Unidos y Reino Unido, el aumento de la inflación, provocado en parte por las perturbaciones de la guerra, ha hecho que los más pobres no tengan los recursos necesarios para comer.
“Al atacar a Ucrania, el granero del mundo, Putin está atacando a los pobres del mundo, aumentando el hambre mundial cuando la gente ya está al borde de la hambruna”, señaló Samantha Power, administradora de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
Los ucranianos comparan estos acontecimientos con el Holodomor, cuando Joseph Stalin provocó una hambruna en la Ucrania soviética que mató a millones de personas hace 90 años.
Blinken anunció el 20 de diciembre que el gobierno estadounidense empezaría a conceder excepciones generales a sus programas de sanciones económicas en todo el mundo para garantizar que la ayuda alimentaria y de otro tipo siguiera fluyendo. La medida busca lograr que las empresas y organizaciones no retengan la ayuda por temor a entrar en conflicto con las sanciones estadounidenses.
Funcionarios del Departamento de Estado afirmaron que se trataba del cambio más significativo en la política de sanciones de Estados Unidos en años. El Consejo de Seguridad de la ONU adoptó una resolución similar el mes pasado.
Sin embargo, la alteración intencional del suministro mundial de alimentos por parte de Rusia plantea un problema totalmente distinto.
Moscú ha restringido sus propias exportaciones, lo cual ha aumentado los costos en otros lugares. Y, lo más importante, ha interrumpido la venta de fertilizantes, que son necesarios para los agricultores de todo el mundo. Antes de la guerra, Rusia era el mayor exportador de fertilizantes.
Sus hostilidades en Ucrania también han tenido un efecto importante. De marzo a noviembre, Ucrania exportó en promedio 3,5 millones de toneladas métricas de cereales y oleaginosas al mes, lo que supone un fuerte descenso respecto de los 5 a 7 millones de toneladas métricas mensuales que exportaba antes del inicio de la guerra en febrero, según datos del Ministerio de Política Agraria y Alimentación del país.
Esa cifra sería menor de no ser por un acuerdo alcanzado en julio por Naciones Unidas, Turquía, Rusia y Ucrania, denominado Iniciativa de Cereales del Mar Negro, en el que Rusia accedió a permitir las exportaciones desde tres puertos marítimos ucranianos.
Rusia sigue bloqueando siete de los 13 puertos que utiliza Ucrania. (Ucrania tiene 18 puertos, pero cinco están en Crimea, zona de la que Rusia se apoderó en 2014). Además de los tres del mar Negro, tres del Danubio están en funcionamiento.
El acuerdo inicial era solo por cuatro meses, pero en noviembre se prorrogó por otros cuatro. Cuando Rusia amenazó con abandonarlo en octubre, los precios mundiales de los alimentos subieron entre un cinco y un seis por ciento, explicó Isobel Coleman, administradora adjunta de USAID.
“Los efectos de esta guerra son muy perturbadores”, afirmó. “Putin está llevando a millones de personas a la pobreza”.
Aunque los aumentos del precio de los alimentos en el último año han sido especialmente altos en Oriente Medio, el Norte de África y Sudamérica, ninguna región ha sido inmune.
“Hay subidas de precios que van desde el 60 por ciento en Estados Unidos hasta el 1900 por ciento en Sudán”, explicó Sara Menker, directora general de Gro Intelligence, una plataforma de datos sobre clima y agricultura que realiza un seguimiento de los precios de los alimentos.
Antes de la guerra, los precios de los alimentos habían subido a sus niveles más altos en más de una década debido a las interrupciones provocadas por la pandemia en la cadena de suministro y a la sequía generalizada.
Estados Unidos, Brasil y Argentina, los principales productores de cereales del mundo, han sufrido tres años consecutivos de sequía. El nivel del río Misisipi descendió tanto que las barcazas que transportan el grano estadounidense a los puertos quedaron temporalmente varadas.
El debilitamiento de muchas divisas frente al dólar estadounidense también ha hecho que algunos países tengan que comprar menos alimentos en el mercado internacional que en años anteriores.
“Había muchos problemas estructurales y la guerra empeoró las cosas”, aseguró Menker.
Los funcionarios estadounidenses dicen que el ejército ruso ha atacado deliberadamente las instalaciones de almacenamiento de granos en Ucrania, un posible crimen de guerra, y ha destruido las plantas de procesamiento de trigo.
Muchos agricultores de Ucrania se fueron a la guerra o han tenido que huir de sus tierras, y la infraestructura que procesaba y transportaba el trigo y el aceite de girasol a los mercados extranjeros se ha derrumbado.
En una granja ubicada a 300 kilómetros al sur de Kiev, 40 de los 350 empleados se alistaron en el ejército. Además, la operación tiene que enfrentar otras carencias. Kees Huizinga, el copropietario holandés de la granja, dijo que los ataques de Rusia contra la red de energía han llevado al cierre de una planta que proporciona fertilizante nitrogenado para su empresa y otras de la región.
Otras plantas de fertilizantes en Europa se vieron obligadas a cerrar o tuvieron que disminuir la producción el año pasado porque los precios del gas natural se dispararon por la guerra. El gas natural es fundamental para la producción de fertilizantes.
“Así que la cosecha de este año ya se redujo”, dijo Huizinga en noviembre. “Y si los rusos continúan así, la cosecha del próximo año podría ser incluso peor”.
Y agregó que los costos de transporte han aumentado considerablemente para los agricultores en Ucrania.
Antes de la guerra, los agricultores enviaban el 95 por ciento de las exportaciones de trigo y cereales del país a través del mar Negro. La finca de Huizinga pagaba entre 23 y 24 dólares por tonelada para transportar sus productos a los puertos y a los barcos. Ahora, el costo es el doble o más, dijo. Y una ruta alternativa, por camión hasta Rumania, cuesta 85 dólares por tonelada.
Huizinga dijo que el compromiso de Rusia sobre los envíos del mar Negro ha ayudado, pero sospecha que Moscú está obstaculizando las operaciones al retrasar las inspecciones.
Según el acuerdo, cada barco que salga de uno de los tres puertos ucranianos en el mar Negro debe ser inspeccionado por equipos conjuntos de empleados ucranianos, rusos, turcos y de Naciones Unidas cuando el buque llega a Estambul.
Los equipos buscan cargamentos o miembros de la tripulación no autorizados, y los barcos que se dirigen a Ucrania deben estar vacíos, dijo Ismini Palla, portavoz de la oficina de la ONU que supervisa el programa.
Los datos de la ONU muestran que la tasa de inspecciones ha disminuido en las últimas semanas. Las partes acordaron desplegar tres equipos cada día, dijo Palla, y agregó que Naciones Unidas ha solicitado más personal.
“Esperamos que esto cambie pronto, para que los puertos ucranianos puedan volver a operar con mayor capacidad”, dijo. “Las exportaciones ucranianas siguen siendo un elemento vital en la lucha contra la inseguridad alimentaria mundial”.
Palla dijo que la decisión de noviembre para extender el acuerdo contribuyó a una caída del 2,8 por ciento en los precios mundiales del trigo.
En los últimos seis meses, los precios de los alimentos han retrocedido de los máximos alcanzados en la primavera, según un índice elaborado por Naciones Unidas. Pero siguen siendo mucho más altos que en años anteriores.
Una incertidumbre para los agricultores este invierno es el aumento del precio de los fertilizantes, uno de sus mayores costos.
Los agricultores han sorteado el mayor costo aumentando el precio de los productos alimentarios. Y muchos agricultores están utilizando menos fertilizantes en sus campos. El resultado será un menor rendimiento de las cosechas en las próximas temporadas, lo que hará subir los precios de los alimentos.
Según Coleman, las explotaciones de subsistencia, que producen casi un tercio de los alimentos del mundo, son las más afectadas.
En un comunicado emitido al término de su reunión en Bali, Indonesia, en noviembre, los líderes del Grupo de los 20 afirmaron estar profundamente preocupados por los desafíos a la seguridad alimentaria mundial y se comprometieron a apoyar los esfuerzos internacionales para mantener en funcionamiento las cadenas de suministro de alimentos.
“Necesitamos reforzar la cooperación comercial, no debilitarla”, declaró en la cumbre Ngozi Okonjo-Iweala, directora general de la Organización Mundial del Comercio.
El gobierno estadounidense gasta casi 2000 millones de dólares al año en seguridad alimentaria mundial, y puso en marcha un programa llamado Feed the Future tras la última gran crisis alimentaria, en 2010, que ahora abarca veinte países.
Desde el comienzo de la guerra de Ucrania, Estados Unidos ha aportado más de 11.000 millones de dólares para hacer frente a la crisis alimentaria. Eso incluye un programa de 100 millones de dólares llamado AGRI-Ucrania, que ha ayudado a cerca de 13.000 agricultores ucranianos —el 27 por ciento del total— a acceder a financiamiento, tecnología, transporte, semillas, fertilizantes, sacos y unidades móviles de almacenamiento, explicó Coleman.
Esos esfuerzos podrían ayudar a reconstruir el país al tiempo que alivian la crisis alimentaria mundial: una quinta parte de la economía ucraniana se dedica al sector agrícola, y una quinta parte de la mano de obra del país está relacionada con ese rubro.
“Es muy importante para la economía ucraniana, y para la supervivencia económica de Ucrania”, concluyó.
Edward Wong reportó desde Estambul y Washington, y Ana Swanson desde Washington.
Edward Wong es un corresponsal diplomático e internacional que ha informado para The New York Times durante más de 20 años, 13 de ellos desde Irak y China. Recibió un Premio Livingston y formó parte de un equipo finalista al Premio Pulitzer por su cobertura de la guerra de Irak. Ha sido becario Nieman en Harvard y profesor de periodismo Ferris en Princeton. @ewong
Ana Swanson está adscrita a la corresponsalía en Washington y cubre comercio y economía internacional para el Times. Antes trabajó en The Washington Post, donde escribía sobre el comercio, la Reserva Federal y la economía. @AnaSwanson