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La masacre cometida por un soldado ruso en Bucha

BUCHA, Ucrania — Durante una de las últimas noches de la ocupación rusa en Bucha, un soldado ruso, borracho o drogado, salió a buscar vino. A punta de pistola sometió a un residente de 75 años en la calle y lo obligó a tocar las puertas de las casas particulares.

Lo que sucedió después fue una noche de horror para dos familias que marca el desenlace de un mes de asesinatos sin sentido que fueron cometidos por soldados rusos en Bucha, un suburbio de Kiev, la capital de Ucrania. El soldado dejó un reguero de sangre y vidas devastadas en un último paroxismo de violencia solo unas horas antes de que las fuerzas rusas iniciaran su retirada. Su propia unidad lo recogió por la mañana, se deshicieron de los cadáveres y, en cuestión de horas, desapareció.

Nueve meses después de esos sucesos, la mayoría de los cadáveres de las personas fallecidas han sido recuperados y enterrados, la gente ha retomado sus vidas y se reanudaron las actividades laborales. Pero el duelo de los familiares aún está a flor de piel, y el dolor infligido por el soldado ruso y sus camaradas en esta pequeña parte de un barrio todavía se extiende por toda la comunidad de Bucha.

El ataque del soldado no fue un hecho aislado. Nueve efectivos de una unidad con base en el mismo barrio boscoso han sido acusados en uno de los primeros casos de crímenes de guerra que llegan a los tribunales de Ucrania. El caso se concentra en el trato cruel que le propinaron a un civil, un ingeniero eléctrico que fue detenido y golpeado en repetidas ocasiones en los últimos días de marzo.

El ingeniero, Serhiy Kybka, está perdiendo la vista a causa de las heridas sufridas en otra severa paliza que recibió después, a manos de un soldado ruso que lo encontró en la calle tras su liberación.

Más de 450 personas murieron en Bucha en un mes, lo que suponía aproximadamente el diez por ciento de la población que quedaba en esa localidad, un nivel de atrocidad que, según los investigadores de crímenes de guerra, podría equivaler a un genocidio.

Quince de esas personas murieron en un área de solo unas cuantas manzanas alrededor de la calle Antoniya Mykhailovskoho, donde el soldado ebrio perpetró su ataque. Entre ellos había seis miembros de una residencia de ancianos que murieron de frío y por falta de medicinas, y una mujer de 81 años que apareció ahorcada en su jardín.

Al igual que sus vecinos, los dos hombres —que, según el alcalde de Bucha, vecinos y familiares, murieron a manos del soldado— fueron víctimas de una fuerza de ocupación indisciplinada y brutal.

Era de noche, no mucho antes del toque de queda de las 20:00 horas del 27 de marzo, cuando el soldado ruso se encontró con Oleksandr Kryvenko y le ordenó a punta de pistola que se dirigiera por la calle a una casa grande situada tras altos muros. Bucha estaba a oscuras, sin electricidad ni internet.

Credit…David Guttenfelder para The New York Times

Kryvenko era profesor y vivía solo después de lograr que su esposa y su hija discapacitada fueran evacuadas de la zona. Formado como piloto, Kryvenko había pasado su vida trabajando en la fábrica de procesamiento de vidrio de Bucha, y era admirado por sus múltiples inventos mecánicos. Desde entonces, había dirigido un centro educativo en el que compartía con diversas generaciones de niños su afición a construir maquetas de barcos y aviones.

Su familia dijo que habría intentado hacer las paces con el soldado ruso. “Nunca tuvimos peleas”, aseguró su esposa, Svitlana Tkachuk, de 55 años. “Era muy ecuánime, siempre intentaba llegar a un acuerdo”.

Cuando él y el soldado llegaron a la casa, Kryvenko golpeó la puerta y llamó al guardia, un ucraniano llamado Serhiy, al que conocía.

Serhiy abrió la puerta y el soldado, apuntando con su fusil de asalto, gritó: “¡Quiero vino, Boyar!”, utilizando un modo anticuado de dirigirse a un noble ruso.

Serhiy explicó que solo era un guardia. Los soldados rusos ya habían incautado todo el alcohol que había en la casa, le dijo.

“Entonces me puso la pistola en la sien y me preguntó: ‘¿Tienes vino?’”. relató Serhiy en una entrevista, en la que solo facilitó su nombre de pila. “Le dije: ‘No’. Y pensé: ‘Esto es el fin’”.

Serhiy se preparó para recibir un balazo pero, en sus palabras, el ruso solo levantó su rifle y disparó por encima de su cabeza. Luego el soldado les ordenó a los dos ucranianos que estaban en la casa que buscaran alcohol. Cuando comprobó que no había, amenazó con lanzar una granada, pero estaba tan intoxicado que no consiguió sacarla de un bolsillo lateral de sus pantalones de combate.

Finalmente, el soldado, que según Serhiy era de etnia rusa y aparentaba unos 35 años, se marchó llevándose consigo a Kryvenko.

Según Serhiy, veinte minutos después llegó el comandante del soldado con un pelotón de tres efectivos para buscarlo. El comandante afirmó que el soldado, al que llamaba Alexei, era un hombre problemático, un veterano en su cuarta guerra, y peligroso.

“Ve a esconderte y no asomes la nariz por nada”, le dijo el comandante. “No está en sus cabales. Puede disparar o lanzar una granada”.

A pesar de todas sus advertencias, el comandante no consiguió a Alexei ni a su rehén aquella noche.

Los dos no llegaron muy lejos, pues fueron a parar a la gran propiedad de un político ucraniano retirado, Oleksandr Rzhavsky.

Exbanquero y diputado, Rzhavsky, de 63 años, era líder de un pequeño partido político y se había postulado dos veces como candidato a la presidencia.

Si alguien podía manejar a un soldado ruso beligerante, era Rzhavsky, que hablaba ruso y se desenvolvía con una autoridad natural. Sus “amigos y adversarios están de acuerdo en una cosa: siempre fue sincero”, escribió su familia en el anuncio de su muerte en abril. “La explicación es muy sencilla: su objetivo siempre fue la paz y la tranquilidad en tierra ucraniana”.

Muchos ucranianos percibían a Rzhavsky como simpatizante de las políticas del Kremlin, y en sus textos previos a la guerra, apoyó los esfuerzos políticos y diplomáticos para llegar a un acuerdo con Rusia.

Pero expresó gran conmoción cuando se efectuó la invasión a gran escala del presidente Vladimir Putin el 24 de febrero. “¿Por qué ahora y mediante una guerra abierta?”, preguntó Rzhavsky en una publicación de Facebook el 2 de marzo. “Mi cerebro busca frenéticamente varias opciones, pero no hay ninguna que no genere un desastre mayor”.

Al parecer, Rzhavsky permitió que el ruso y su rehén entraran en su casa. Se sentaron a la mesa del comedor, en el salón principal de planta abierta, y Rzhavsky les dio vino, según vecinos familiarizados con los hechos.

La familia de Rzhavsky rechazó ser entrevistada para este artículo, pidiendo privacidad en estos momentos difíciles. Pero las dos mujeres que se encontraban en la casa en ese momento, la esposa de Rzhavsky y su hermana, pudieron esconderse y no resultaron heridas, según el alcalde de Bucha, Anatoliy Fedoruk.

Aquella noche, algo sucedió y el soldado Alexei abrió fuego contra los dos hombres que estaban sentados a la mesa. Kryvenko murió en su silla de tres balazos en el pecho, dijo su hijo, Yuriy Kryvenko. Rzhavsky recibió un disparo en la cabeza. Luego, el soldado lanzó una granada y la explosión le hirió la pierna.

“Lo que siguió fue como la noche de una película de terror estadounidense”, señaló una vecina, Olga Galunenko. “Esa casa oscura, dos cuerpos tendidos y un loco con un rifle”.

Galunenko afirmó que la hermana de Rzhavsky, Zoya, salió a rastras y se escondió en un guardarropa. “La esposa estaba escondida en otro lugar”, agregó.

No fue sino hasta la mañana siguiente que la unidad del soldado vino a buscarlo. Se lo llevaron en un vehículo blindado. Pidieron disculpas a las mujeres por las acciones del hombre e incluso cavaron una tumba y enterraron a Rzhavsky en el jardín. Como último acto de crueldad, arrojaron el cuerpo de Kryvenko en un pequeño bosque al otro lado de la calle.

El fiscal regional de Kiev abrió sendas investigaciones sobre sus muertes, por “violación de las leyes y costumbres de la guerra, combinadas con asesinato premeditado”, según la oficina de información del fiscal. Hay un cargo adicional en el caso de Kryvenko por violación de la integridad territorial de Ucrania.

En abril, los familiares de Rzhavsky culparon al soldado por el asesinato en una publicación conjunta de Facebook en la que decían que estaba “borracho con su propia impunidad”. No mencionaron a Kryvenko. Cuando su hijo vino a buscarlo a principios de abril, confirmaron que le habían disparado a Kryvenko, pero dijeron que no sabían qué había pasado con su cuerpo.

“Pensaron que era una especie de vagabundo o alcohólico”, dijo amargamente Yuriy Kryvenko, contando en una entrevista cómo reconstruyó los detalles de la muerte de su padre. Pasó la siguiente semana y media buscándolo, esperando desesperadamente que hubiera sobrevivido de alguna manera.

En un momento, la familia se desesperó tanto que consultó a un clarividente, quien dijo que el cuerpo de Kryvenko yacía a solo dos casas de su hogar, pero en el bosque. Cuando la nieve comenzó a derretirse, con la ayuda de un amigo, el hijo de Kryvenko comenzó a buscar en la arboleda frente a la casa de Rzhavsky. Encontraron un par de zapatos y descubrieron el cuerpo de su padre. Estaba acostado sobre una cortina de la casa de Rzhavsky.

Kryvenko fue enterrado junto a su madre en su pueblo natal en las afueras de Bucha.

“Durante 18 días, yació en el suelo, cubierto de hojas”, dijo el hijo de Kryvenko, relatando el dolor de confirmar su muerte. “Al principio, no pensé que fuera él. Cuando una persona está desaparecida, de alguna manera es más fácil”.


Carlotta Gall es corresponsal internacional sénior y cubre la guerra en Ucrania. Previamente fue la jefa del buró del Times en Estambul y cubrió Turquía. Antes reportó sobre las consecuencias de la Primavera árabe en Túnez, informó desde los Balcanes durante la guerra en Kosovo y Serbia y cubrió Afganistán y Paquistán. Formó parte de un equipo que ganó el Pulitzer en 2009 por su trabajo en Afganistán y Paquistán. @carlottagall • Facebook

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