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Necesitaba que David Schwimmer me ayudara a sanar

Durante más de 10 años imaginé que conversaba con David Schwimmer, quien interpretó a Ross en el programa de televisión Friends. Cuando descubrí que iba a hablar en una conferencia a la que probablemente podría convencer a mi jefe para que me enviara, me pregunté si finalmente sería mi oportunidad de tener esa conversación en la vida real.

Sin pensarlo lo suficiente, me registré para la conferencia y reservé mi vuelo de Boston a Nueva York. No fue hasta que llegué, varias semanas después, que se desató el pánico. En mi cabeza, David Schwimmer siempre decía exactamente lo correcto. ¿Qué pasaría si la conversación en la vida real no estaba a la altura? ¿Valía la pena el riesgo? Por extraño que parezca, había mucho en juego.

La hermana menor de mi padre, Gail, era gerente de la división de comedia en NBC, donde trabajó con el elenco de Friends, Will and Grace, Blossom y otros programas. Cuando se suicidó a los 39 años en noviembre de 1999, se le dedicó un episodio de Friends. Como murió antes de que internet fuera parte de nuestra vida diaria, esta dedicatoria es una de las primeras cosas que surgen cuando buscas su nombre. Es como si toda su vida se resumiera en la pregunta: “¿Quién era Gail Joseph en Friends?”.

La respuesta casi siempre es incorrecta.

El episodio se llama “El de los dientes de Ross”, en el que Ross se blanquea demasiado los dientes y termina en una cita con una mujer que tiene una luz negra. Cuando las luces se apagan y se enciende la luz negra, sus dientes prácticamente iluminan la habitación.

Siempre pensé que habría hecho reír a mi tía. Aunque trabajó con muchas celebridades, sus amigos me dijeron que tenía una afinidad especial con David Schwimmer. Incluso llamó Rupert a uno de sus gatos porque aparentemente David usaba ese nombre cuando se registraba en los hoteles. De ahí nació mi largo diálogo interior con un actor famoso que nunca había conocido.

Cuando era una niña que crecía en el este de Pensilvania, consideraba a mi tía como el adulto más genial que conocía. Cuando la visitamos en Hollywood, todo lo que hicimos juntos fue más brillante y más gracioso que cualquier otra cosa en mi infancia. Simplemente ella era más grande que la vida misma y, en su presencia, yo también me sentía más grande e importante.

A mi tía le encantaba el morado y tenía un apartamento lleno de cosas moradas. Cuando Wayne Newton visitaba su oficina en NBC, vestía una chaqueta morada. Gail anticipó el estrellato de George Clooney después de verlo interpretar al capataz de una fábrica de plásticos en Roseanne.

En sus últimos años comenzó a distanciarse de mi familia, por lo demás muy unida, como si estuviera enfadada por algo que yo no entendía. Unos 18 meses antes de que muriera, la llamé y le supliqué que volviera a ser parte de nuestra familia. Ella dijo que no podía. Fue la última vez que hablamos.

Desde mi punto de vista, a los 16 años, todo en su vida parecía tan emocionante y glamoroso. ¿Cómo podía sentir que el suicidio era su única opción?

Como comprender los complicados factores que condujeron a su muerte era demasiado difícil, el único “por qué” que tenía sentido para mí, como alguien que la adoraba y que se sentía adorada por ella, era que yo no debía haber sido lo suficientemente buena, que ella no debe haberme amado tanto. Reproduje nuestra última conversación una y otra vez, tratando de escribir un final diferente. Pero no importa lo que dijese, ella igual murió. Creer que era mala e indigna de ser amada moldeó dos décadas de mi vida.

Busqué respuestas por todas partes. Yo era la única estudiante de primer año de la universidad que tenía un investigador privado. Tuve acceso al archivo policial desde el día que murió y luego pasé años tratando de olvidar lo que vi en esos documentos. Hice un viaje a California para encontrarme con sus amigos. Me parezco tanto a ella que para ellos era como ver un fantasma.

Hace unos años, incluso probé la “regresión a vidas pasadas” dirigida por una amiga cercana, Elana, que es practicante. La idea es que, en un estado de hipnosis, puedes conectarte con vidas anteriores y visitar el mundo entre vidas. Algunas personas creen que ese mundo es como el cielo, donde se pueden encontrar los seres queridos perdidos.

Yo era escéptica sobre la idea de que nuestras almas hayan vivido vidas pasadas, pero mi amiga me explicó que no tenía que creer en eso para tener una experiencia significativa. Podría considerarlo como una conexión con mi propia sabiduría interior.

Cerré los ojos y traté de relajarme mientras ella contaba en voz baja. Para mi sorpresa, pronto me vi en un cuerpo que no reconocí, en un lugar en el que nunca había estado y hablando un idioma que no conocía. Vi morir a esa persona (¿yo?), y mi alma se abrió camino hacia el mundo intermedio. Y allí estaba Gail, exactamente como la recordaba.

“¿Por qué?”, le pregunté.

Ella me miró durante mucho tiempo. “No hay un por qué”, finalmente respondió.

Y eso fue todo. Estaba de vuelta en mi sala de estar, escuchando la suave voz de Elana mientras me daba la bienvenida de vuelta a la conciencia. Todavía no sé qué pasó en esa habitación, pero me dejó con una profunda sabiduría.

No hay un por qué.

Después de haber pensado mucho sobre lo que eso significa, ahora creo que la lección no es que no hay un por qué, sino que no hay un por qué que justifique su muerte. Así que mi única opción era dejar de preguntar. Mi tía, o tal vez solo mi subconsciente, me estaba ofreciendo un salvavidas, una salida de la prisión que había construido a partir de la culpa y la vergüenza. Todo lo que tenía que hacer era tomarlo.

Una de las cosas más tristes para los sobrevivientes de pérdidas por suicidio es que la vida de su ser querido a menudo se define por su muerte: ese momento eclipsa todo lo demás. Cuando dejé de preguntar por qué, tuve espacio para otras preguntas. ¿Quién era ella? ¿Qué impacto tuvo? ¿Quién aún la recordaba?

Aquí es donde entró David Schwimmer. En mi cabeza, así era nuestra conversación:

Le decía: “Hola David, trabajaste con mi tía, Gail Joseph, hace mucho tiempo”.

Y David contestaba: “Recuerdo a Gail, hizo un gran trabajo y todos la queríamos mucho”.

Aunque no era real, sus palabras significaban mucho para mí porque necesitaba creer que ella era amada y buena en el trabajo que tanto le importaba.

¿Qué pasaba si me atrevía a hablar con David y él decía: “No la recuerdo”. O ¿qué pasaba si no lograba hablar con él en absoluto?

Estos temores me habían sumido en un mundo de sollozos en mi habitación de hotel. Llamé a mi mejor amiga, Sarah, y le dije que no podía hacerlo. No podía arriesgar el sueño. Después de algunas respiraciones profundas, acordamos que me armaría de valor y bajaría las escaleras, porque no intentarlo sería el peor resultado.

Me quedé atrás mientras él hablaba, con la esperanza de atraparlo cuando saliera, pero después de su discurso, se sentó para escuchar al siguiente orador. Cuando eso terminó, me dirigí directamente a David antes de que me ganaran los nervios, pero un hombre llegó primero. Cuando finalmente dejaron de hablar, David trató de volver a sentarse, y fue entonces cuando me acerqué y le dije: “Hola David, soy Samantha. Trabajaste con mi tía, Gail Joseph, hace mucho tiempo”.

Él sonrió y dijo: “Por supuesto, recuerdo a Gail. Era genial. Realmente la amábamos”. Luego puso una mano sobre su corazón y agregó: “La sentía como familia. Gracias por darme la oportunidad de pensar en ella”.

Lloré mucho más esa noche.

Mi tía no vivió para ver su cumpleaños 40. Durante el año pasado, este pensamiento me acompañó cuando me acercaba a los 40, teniendo que encontrar una manera de sobrevivir a la experiencia surrealista y dolorosa de vivir más de lo que ella jamás viviría.

Pasé los últimos 20 años preguntándome por qué se quitó la vida, tratando de curar la parte de mí que se rompió cuando ella murió. Entonces emprendí una búsqueda para entender quién era ella.

Ahora es el momento de descubrir quién soy. El momento para aprovechar al máximo cada nuevo día que tengo. Para traer propósito a mi pérdida y dolor. Para amar a otras personas y saber que me aman a mí. Para amarme a mí misma. Para vivir, por las dos.

Samantha Josephtrabaja en iniciativas de salud mental como asesora sénior en la administración de Biden y como presidenta de la junta de Samaritans, una organización sin fines de lucro dedicada a la prevención del suicidio.

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