No denuncié el incidente, y cuando se lo contaba a mis amigos, me refería coloquialmente al agresor como el “agarrapechos”, una forma de envolver la experiencia en una gasa de despreocupación que hacía que no pareciera tan directamente horrible. Lo interpreté como algo menor, incluso como algo que podía tomarse a risa. Me violaron en la universidad, y lo racionalicé para mis adentros diciéndome que la agresión junto al parque fue relativamente trivial, comparada con eso.
Sin embargo, la primera vez que le conté a una amiga lo que había pasado en el parque, me fui a casa y me puse a llorar porque me sentí muy humillada. Al momento después de que sucediera, me sentí deshumanizada, un objeto que mi agresor podía utilizar a su antojo. Imagino que es precisamente así como me veía a mí misma y a cualquier otra persona a la que pudiera haber agredido.
Hay muchos hombres que, tácita o explícitamente, consideran a las mujeres inferiores: menos inteligentes, menos capaces, menos resistentes. Los que se reafirman en sus actos son aún peores. No les reconocen el mérito a las mujeres ni siquiera como versiones inferiores de los hombres; simplemente las ven como cuerpos que existen para su placer y uso. En esto, no son distintos de mis agresores.
Poco después del incidente en el campo de fútbol, Hermoso dijo que no le había gustado el beso. Al día siguiente, dijo que “no se puede dar más vueltas” al beso. Sin embargo, desde entonces ha sido inequívoca: dice que se sintió “víctima de una agresión” y ha presentado una denuncia por la vía penal contra Rubiales.
Me pregunto si la secuencia de sus emociones fue la misma que sentí yo cuando un desconocido me agarró los pechos: conmoción, seguida de rabia, seguida de una valoración racional de que atacar tendría consecuencias peores. Hermoso ha dicho que, al principio, recibió presiones para que defendiera el beso y protegiera a Rubiales. Me pregunto si, en aquel momento, se preguntó si el beso tenía importancia o si intentó convencerse de que no era para tanto. Es evidente que llegó a la conclusión de que sí la tenía, y, a pesar de las fuertes presiones para que le quitara seriedad al asunto, exigió que Rubiales rindiese cuentas.