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La democracia está bajo amenaza en todo el mundo

Estados Unidos no es el único país que enfrenta presión contra sus reglas e instituciones democráticas. De acuerdo con datos de V-Dem, un instituto de monitoreo con sede en Suecia, en la actualidad, más que en ningún otro momento del siglo pasado, hay otras democracias en deterioro, e incluso hay algunas que están muy cerca de la autocracia. Los datos demuestran que, al parecer, esta tendencia, que lleva más de una década, va en aumento y está afectando tanto a las democracias bien establecidas como a las endebles.

Este es una revisión de algunos de los acontecimientos más recientes.

Pese a ser considerada una de las democracias más sólidas de África, Kenia ha tenido que enfrentar turbulencias continuas. En ocasiones, los políticos han aprovechado la polarización en cuestiones étnicas y geográficas, sobre todo durante las elecciones. Esto ha dado origen a una serie de crisis, violencia comunitaria y ataques a instituciones como los órganos judiciales.

“La democracia en nuestro país, Kenia, está actualmente en un territorio muy hostil”, señaló en un evento de marzo en Washington D. C. William Ruto, el candidato ganador de las recientes elecciones.

Esta democracia multiétnica y diversa en términos religiosos ha sido cuestionada desde que el hermano del exdictador Mahinda Rajapaksa subió al poder en las elecciones de 2019. Desde hacía mucho tiempo, la familia Rajapaksa había sido acusada de abuso de poder y de denigrar a las minorías del país, lo que incrementó el temor de que Sri Lanka pudiera volver a la autocracia.

Este verano, las protestas por los problemas económicos terminaron en un asalto al palacio presidencial por parte de los manifestantes. El presidente Gotabaya Rajapaksa renunció, pero designó como su sustituto a uno de sus aliados, el cual, con la aprobación del Parlamento, más tarde se convirtió en el presidente oficial. Esto ha dejado en un punto muerto el conflicto entre los manifestantes y la influencia de la dinastía Rajapaksa.

“Este nuevo Estado que estamos construyendo es en un Estado iliberal”, declaró el primer ministro Viktor Orbán en 2014.

Desde entonces, Orbán, quien se presenta como la vanguardia de la derecha populista a nivel mundial, ha reconfigurado el sistema judicial, la Constitución y las normas electorales a modo de fortalecer su mandato. También ha usado los medios de comunicación, tanto estatales como privados, para atacar a sus opositores mediante la divulgación de desinformación y discursos nacionalistas.

Orbán ha planteado estas medidas como algo necesario para defender a Hungría de la influencia corruptora de la diversidad racial, la migración no europea y la Unión Europea. Aunque, debido al descontento con el mandatario, los partidos de oposición han repuntado, Orbán sigue contando con una importante base de apoyo.

El presidente Jair Bolsonaro, quien elogia la figura de Donald Trump como un modelo político, desde hace mucho tiempo ha tachado de corruptas a las instituciones democráticas de Brasil. También ha expresado muy buenas opiniones de la dictadura militar de derecha que gobernó el país de 1964 a 1985.

Bolsonaro ya está cuestionando la legitimidad de la contienda presidencial de Brasil que se celebrará en octubre, para la cual ha quedado rezagado en las encuestas. Incluso ha conseguido la ayuda de algunos dirigentes militares que han planteado dudas sobre la integridad de las elecciones.

Aunque no se sabe si Bolsonaro en verdad intentaría impugnar o rechazar una derrota, sus provocaciones han aumentado las inquietudes del mundo por la estabilidad de la democracia más poblada de Latinoamérica.

En los seis años de la presidencia de Rodrigo Duterte en Filipinas, atestiguamos el encarcelamiento de enemigos políticos y periodistas, la propagación generalizada de desinformación en favor de Duterte y una ola de violencia ocasionada por grupos paramilitares que dejó miles de personas muertas.

Duterte, un férreo populista, se posicionó como defensor de la democracia frente a sus opositores, a quienes describía como amenazas internas para el país, y obtuvo el apoyo de sus bases a pesar de sus excesos mientras ocupó el cargo.

Aunque dejó la presidencia por voluntad propia cuando terminó su mandato en mayo, los ciudadanos eligieron a un nuevo presidente, Ferdinand Marcos, hijo, que los grupos de derechos humanos temen que continuará con el mismo estilo de gobierno. El nuevo Marcos es hijo de un exdictador del país. Su vicepresidenta, Sara Duterte, es la hija de Rodrigo Duterte.

Bajo el mandato de Narendra Modi, el primer ministro de India desde 2014, un drástico incremento del ultranacionalismo hindú, que suelen apoyar los aliados de su gobierno, ha dividido a la sociedad del país.

Los aproximadamente 200 millones de musulmanes del país han sufrido marginación política y, en muchos casos, una letal violencia religiosa, lo que ha sido ignorado en varias ocasiones por los funcionarios. Los periodistas críticos viven bajo una creciente presión del gobierno y de los medios de comunicación cada vez más nacionalistas.

El gobierno de Modi reprimió con violencia la región en disputa de Cachemira y, el año pasado, respondió con dureza a una ola de protestas de los agricultores indios, lo que aumentó el temor de que su gobierno estuviera volviéndose cada vez más coercitivo.

En sus casi 20 años en el poder, Recep Tayyip Erdogan ha reconfigurado la democracia turca para convertirla en un vehículo de su poder personal. Erdogan, quien era visto como una fuerza de liberalización, ha restringido las libertades políticas y centralizado el poder de manera tan drástica que ahora casi todos lo consideran un dictador.

Después del intento de golpe de Estado en su contra en 2016, el gobierno de Erdogan arrestó a 100.000 personas y despidió a 150.000 empleados del gobierno, lo cual consolidó su poder. Sin embargo, sigue existiendo algo de democracia, puesto que en 2019 los grupos de oposición destituyeron al aliado de Erdogan de la poderosa alcaldía de Estambul y esperan lograr más triunfos.

Polonia, que solía ser la mayor historia de éxito de la era poscomunista en Europa del Este, ahora se enfrenta a una fuerte polarización política. El partido de derecha en el gobierno ha querido subordinar a su voluntad al sistema judicial y a los medios de comunicación, que siempre han sido independientes. También arremetió contra la Unión Europea, la cual ha puesto en duda que los dirigentes polacos estén defendiendo el Estado de derecho.

En los últimos meses, la preocupación por la democracia polaca ha disminuido un poco. Los dirigentes polacos han querido reparar sus vínculos con la Unión Europea, incluso en los temas de la democracia, como una manera de combatir lo que ven como la amenaza de Rusia para Europa. No obstante, los grupos de derechos humanos afirman que la democracia polaca casi no ha revertido su retroceso.

Este pequeño país de Centroamérica había establecido una democracia débil después de su dolorosa guerra civil, que terminó en 1992, pero dejó heridas sin sanar.

En 2019, un joven desconocido, Nayib Bukele, ganó la presidencia con la promesa de un cambio. Sin embargo, ya en el cargo, ha restringido los derechos básicos, despedido a los jueces, encarcelado a miles de personas sin cumplir con el debido proceso y desplegado al ejército. Bukele alega que son medidas de emergencia para combatir la delincuencia.

No obstante, aunque los grupos de derechos humanos y los observadores internacionales están alarmados, Bukele se ha vuelto muy popular, lo que nos recuerda que, en el mundo actual, a los futuros dictadores con frecuencia se les elogia mientras van en ascenso.

El país, que alguna vez fue la democracia más antigua y la economía más rica de Sudamérica, ha caído en una zona de desastre económico, en la que la mayor parte de la población padece hambre y está gobernada por lo que, en general, se considera una dictadura.

Los estudiosos de la democracia a menudo sostienen que este país es representativo de la manera en que las democracias tienden a deteriorarse en la actualidad: con lentitud, socavadas desde el interior por populistas electos que tachan de ilegítimos a los opositores y a las instituciones y cuyas medidas iniciales pueden ser muy populares.

El dirigente responsable de gran parte de este deterioro, Hugo Chávez, murió en 2013. Su sucesor, Nicolás Maduro, ha llevado a cabo represiones letales contra los manifestantes y ha ejercido un control férreo de los tribunales y las legislaturas.

Cuando, en 2017, el populista y multimillonario magnate de los medios de comunicación Andrej Babis se convirtió en primer ministro de la República Checa, hubo temor de que siguiera el camino hacia el iliberalismo ultraconservador marcado por Orbán en Hungría. Cuando la vecina Eslovenia eligió a su propio populista de derecha, aumentó la preocupación de que se formara un bloque de países que acabaran con la Unión Europea desde el interior.

Aunque Babis sí condujo poco a poco a su país en esa dirección, al final fue derrotado en las elecciones de 2021, ya que varios partidos de oposición se aliaron contra él, pues lo calificaban como una amenaza para la democracia checa. Al año siguiente, los electores eslovenos expulsaron a su gobierno populista. Ambos países fueron un ejemplo de que todavía, en ocasiones, se pueden disipar las dudas en torno a la democracia.

Max Fisher es reportero y columnista de temas internacionales con sede en Nueva York. Ha reportado sobre conflictos, diplomacia y cambio social desde cinco continentes. Es autor de The Interpreter, una columna que explora las ideas y el contexto detrás de los principales eventos mundiales de actualidad. @Max_Fisher • Facebook


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