Mary Boyer, una trabajadora del sector tecnológico de 41 años, empezó a tomar el medicamento Mounjaro en octubre pasado para tratar la obesidad. Desde entonces, ha perdido más de 18 kilos, pasando de los 121 que pesaba cuando empezó a tomarlo a los 100 que pesó hace poco. “Estoy perdiendo cerca de medio kilo a la semana de forma bastante constante”, dijo.
Durante décadas le preocupaban las dietas, el hambre y los antojos. Ahora, esa obsesión ha desaparecido. “Ya no soy golosa”, dijo. A veces, todavía recurre a la pizza o a los tacos para calmar las emociones, pero con menos frecuencia. “Lo que ocurre ahora es que como un poco y me siento satisfecha o pienso: ‘En realidad, no lo necesito’”, explicó.
Mounjaro —al igual que Ozempic, el medicamento más conocido— pertenece a una nueva clase de fármacos contra la diabetes y la obesidad que actúan de forma distinta a los previos, en aspectos que aún no se conocen del todo. A diferencia de los estimulantes, que pueden crear adicción, estos fármacos pueden combatir las adicciones y no solo las relacionadas con la comida. Ya están en camino versiones más nuevas y potentes.
Descubrir cómo los nuevos medicamentos para adelgazar alteran el apetito y el comportamiento compulsivo que puede asociarse podría ofrecer nuevos conocimientos sobre la naturaleza del placer y las adicciones. El ajuste de los sistemas cerebrales que regulan el deseo también podría tener consecuencias en el estigma que la sociedad impone a las personas con condiciones que conducen a la pérdida de control. Cuando los fármacos pueden facilitar de manera considerable la pérdida de peso o la recuperación de adicciones, es difícil argumentar que el problema es moral y no médico.
Los nuevos fármacos para adelgazar se denominan agonistas del receptor GLP-1. Funcionan sobre todo en el sistema nervioso central. Realizan gran parte de su trabajo en el cerebro, al reducir el modo en que el hambre enfoca la atención en la búsqueda de alimentos. Esto afecta uno de nuestros dos principales tipos de placer, que Kent Berridge, profesor de psicología y neurociencia de la Universidad de Míchigan, ha denominado “deseo”. El lado positivo del deseo es sentirse capacitado y centrado en conseguir lo que se desea; el lado negativo, por supuesto, es el ansia insaciable.
El segundo tipo de placer, que Berridge denomina “gusto”, está relacionado con la satisfacción y la comodidad de haber alcanzado el objetivo. Aunque aquí hay menos inconvenientes, si la gente se sintiera siempre satisfecha, probablemente carecería de motivación para hacer más. El psiquiatra Donald Klein distinguió elocuentemente las dos alegrías como los “placeres de la caza” y los “placeres del festín”.
Berridge y sus colegas demostraron cómo el deseo y el gusto dependen de circuitos distintos pero conectados. En su teoría de la adicción, sostiene que el deseo aumenta a medida que incrementa el consumo de sustancias, mientras que el gusto se estanca o disminuye, y la gente se queda buscando frenéticamente algo que ya no proporciona mucha satisfacción, si es que la proporciona. Aunque antes se mostraba escéptico ante la adicción a la comida, investigaciones recientes lo han convencido de que algunas personas responden a la comida como otras responden a las drogas.
Los placeres de la comida, el sexo y las drogas son diferentes. Sin embargo, el cerebro procesa muchas emociones a través de los mismos circuitos. Los circuitos del deseo suelen depender del neurotransmisor dopamina, mientras que el placer está más asociado a los opioides naturales del cerebro. Tener estas divisas comunes de la emoción permite al cerebro modular lo que queremos, dependiendo de lo que percibe como necesidades más apremiantes.
Cuando este circuito funciona en armonía, el deseo y el gusto se desactivan una vez satisfecha la necesidad. Por eso, para la mayoría de las personas, una vez que están llenas, no les apetece comer más. El resultado es que el placer es relativo y depende del contexto y, por desgracia, lo que nos hace felices ahora puede no hacernos felices después, ya sea una droga, ropa nueva o una relación.
Estos hechos han inspirado el diseño de fármacos para combatir las adicciones. Algunos, como la metadona y la buprenorfina, sacian el ansia de opiáceos proporcionando un nivel constante de una droga similar a la que se desea, sin el caos que puede impedir vivir bien a las personas con adicción.
Cuando las personas toman estos medicamentos de forma sistemática en dosis adecuadas, no se sienten alteradas ni drogadas porque se han vuelto tolerantes a esos efectos. Sus receptores cerebrales ahora están acostumbrados a ciertos niveles de opiáceos y se ocupan y activan cuando toman los medicamentos. En consecuencia, las personas pueden seguir con sus vidas, con una reducción del 50 por ciento o más del riesgo de morir por sobredosis.
Otros medicamentos, como la naltrexona, hacen lo contrario e impiden la activación de los receptores opioides. Sin embargo, esto significa que pueden interferir con placeres no relacionados con las drogas y también mediados por estos receptores, como los asociados a la socialización. No es sorprendente que los pacientes prefieran de manera abrumadora fármacos que sacien el deseo en lugar de reducir el placer.
Un tercer grupo de medicamentos —los antipsicóticos, que bloquean algunos receptores de dopamina en el circuito del deseo y se utilizan para tratar la esquizofrenia— también se han probado para la adicción. Pero estos medicamentos no son selectivos. Para algunas personas, reducen la emoción de la caza de forma tan drástica que la motivación se reduce al mínimo y la vida se siente vacía. Algunos de los antipsicóticos más recientes parecen reducir el antojo de alcohol; sin embargo, también pueden empeorar las adicciones a estimulantes y son conocidos por provocar aumento de peso.
Los fármacos GLP-1 actúan de forma diferente. Modulan los sistemas dopaminérgicos motivacionales, pero parece que no de un modo que amortigüe el deseo en general. Según Randy Seeley, profesor de cirugía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Míchigan que ha recibido financiamiento de empresas farmacéuticas para algunas de sus investigaciones, reducen el punto de referencia del cuerpo o el peso que este ha determinado que debe tener.
“Millones de años de evolución nos dicen que en algún momento la comida es lo más importante y en otro no”, explicó Seeley sobre cómo el cerebro toma decisiones para saber si la comida u otra cosa, como el sexo, debe ser deseable en un momento dado. Y añadió: “No es un sistema diseñado para acceder simplemente a tu fuerza de voluntad”.
Dado que estos fármacos actúan de forma tan específica sobre el punto de ajuste de una persona, Seeley sospecha que, a pesar de los paralelismos entre la comida y otras adicciones, tal vez los fármacos no funcionen para tratar problemas de sustancias. La ingesta de alimentos y líquidos está fuertemente regulada por el cerebro a través de muchos mecanismos complejos porque son fundamentales para sobrevivir. No obstante, aún no está claro si esos sistemas también pueden crear señales que digan no a más drogas y, de ser así, cómo varía entre individuos.
Hasta ahora, los datos sobre el uso de fármacos GLP-1 para la adicción a sustancias son contradictorios. Algunos estudios mostraron resultados positivos en animales y humanos, pero otros no encontraron ningún efecto.
Nora Volkow, directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, financia la investigación de estos medicamentos para tratar la drogadicción. Dijo que podrían funcionar “interfiriendo con ese impulso de querer más”. Será fascinante averiguar si es posible alterar o incluso crear un punto de referencia que señale que se han tomado “suficientes” medicamentos. Las personas que tienen problemas con el alcohol al parecer carecen de ese interruptor de apagado, mientras que las que beben moderadamente dicen saber claramente cuándo parar.
Berridge señaló que, aunque los neurocientíficos saben mucho sobre cómo cambiar la intensidad de los antojos, aún no comprenden qué controla el foco del deseo. Así podría ser cómo actúan los fármacos GLP-1, reduciendo el valor que los sistemas motivacionales conceden a la obtención de más alimentos ahora, con lo que a su vez disminuye el hambre. En otras palabras, no bloquean el placer, sino que desvían la atención. Y esto podría ayudar a controlar muchos tipos de obsesiones. Algunas personas que toman estos fármacos ya afirman haber puesto fin a las compras compulsivas y a morderse las uñas.
Pero quizá uno de los mayores beneficios de la disponibilidad generalizada de fármacos que facilitan la pérdida de peso o la superación de adicciones sea que el estigma será menor. Las personas con obesidad o con historial de abuso de sustancias suelen considerarse egoístas, vergonzosamente carentes de voluntad y perezosas. Se ridiculiza a ambos por abandonarse en apariencia a la indulgencia, aunque las investigaciones demuestren que lo más probable es que estén intentando aliviar un dolor emocional.
Ver a personas que cambian con facilidad gracias a la medicación tras años de lucha podría ayudar al público a reconocer que se trata de verdaderos problemas médicos. Por el simple hecho de funcionar como lo hacen, los medicamentos GLP-1 sugieren que la diferencia entre las personas con adicciones y las demás es la química, no las decisiones.
Por otra parte, a algunos defensores de la aceptación del sobrepeso les preocupa que esos fármacos añadan estigma y aumenten la presión para cambiar en lugar de animar a la sociedad a valorar a las personas de todas las tallas. A otros les preocupa la persistencia de la idea de que cambiar sin esforzarse es hacer trampa, como tomar esteroides para aumentar la masa muscular.
Ya es hora de dejar de avergonzar a las personas con trastornos del apetito en un intento inútil por controlar nuestros propios miedos a la pérdida de control. Sea cual sea la afección que se esté tratando, todos merecemos el camino más fácil posible hacia la recuperación. Comprender el modo en que el cerebro regula el apetito, el gusto y la atención podría mejorar el autocontrol de muchas personas, sin importar cuál es su diagnóstico.
Maia Szalavitz (@maiasz) es colaboradora de la sección de Opinión y autora, más recientemente, de Undoing Drugs: How Harm Reduction Is Changing the Future of Drugs and Addiction.