Los cuatro polizones que iban en un buque de carga no sabían dónde estaban cuando fueron recibidos por agentes de la policía federal el mes pasado en un puerto brasileño. Cuando les dijeron que habían desembarcado en Brasil, se quedaron atónitos.
Se subieron al barco cuando estaba atracado a 5000 kilómetros de distancia, en Lagos, la ciudad más poblada de Nigeria, en África Occidental.
No sabían adónde se dirigían, pero no les importaba. Dijeron que no tenían trabajo y estaban desesperados, por lo que querían ir a cualquier lugar que pudiera ofrecerles mejores perspectivas.
Después de remar hasta la embarcación, llamada Ken Wave, se metieron en un espacio insólito: la abertura de dos metros por dos metros donde está el timón.
Según relataron a The New York Times, pasaron 14 días cruzando el océano Atlántico apoyándose en el frío metal, aterrorizados por la posibilidad de caer en las agitadas aguas que tenían a sus pies. A veces veían tiburones.
“Estábamos tan asustados que viajamos rezando”, dijo uno de los hombres, Roman Ebimene Friday.
Al noveno día se quedaron sin agua ni comida. “Lamíamos pasta de dientes y bebíamos agua de mar solo para tener fuerzas”, dijo Friday en una entrevista telefónica desde un refugio de São Paulo, Brasil, donde estaba.
“Cuando les dijimos que éramos la policía federal de Brasil, pusieron cara de ‘¿qué?, ¿estamos en Brasil?’”, dijo Rogerio Lages, jefe de la división marítima de la policía federal en el estado de Espírito Santo, donde atracó el barco.
El 10 de julio, su unidad fue llamada al puerto de Vitória, a unos 560 kilómetros al norte de Río de Janeiro, después de que un barco que transportaba nuevos tripulantes al Ken Wave viera a los inmigrantes en el timón, pidiendo ayuda.
Según las autoridades brasileñas, dos pidieron ser devueltos a Nigeria, pero Friday y el cuarto polizón, Thankgod Opemipo Matthew Yeye, decidieron quedarse y han solicitado refugio.
Friday, de 35 años, originario de Bayelsa, estado del delta del Níger, una región productora de petróleo que está muy contaminada, dijo que llevaba casi dos años buscando trabajo en Lagos, con la esperanza de ayudar a mantener a su madre viuda y a sus tres hermanos pequeños.
Tenía tan poco dinero que pasaba las noches durmiendo bajo un puente.
“Estoy pensando en cómo ser una mejor persona”, dijo Friday, explicando por qué dejó Nigeria, “así que elegí este camino para labrarme un futuro mejor y sentar las bases para mis hermanos menores”.
Yeye, de 38 años, dijo que tenía una pequeña granja de maní y aceite de palma en el estado de Lagos que fue devastada por las inundaciones a principios de este año. Él, su esposa y sus dos hijos pequeños se quedaron sin hogar y sufrieron hambre.
“Hubo un momento en que pensé en suicidarme”, dijo, “pero Dios me ayudó y salí adelante”.
Más allá de sus tribulaciones personales, Yeye cree que Nigeria es cada vez más peligrosa. “Tenemos muchos problemas de seguridad”, afirma. “Ya no podía más, así que decidí marcharme”.
En los últimos años, la vida cotidiana ha sido difícil para muchos nigerianos porque la nación ha luchado contra crisis en casi todas las regiones: una insurgencia islamista, una oleada de secuestros y combates mortales entre agricultores y pastores por los territorios en una nación cuya población aumenta rápidamente.
Hay regiones prósperas en lugares como Lagos, con sus bancos de inversión, galerías de arte y sofisticadas bodas que atraen a cientos de invitados. Pero, para muchos nigerianos, el desempleo es galopante, lo que contribuye a impulsar un éxodo importante.
El número de migrantes de Nigeria, que tiene una población de unos 224 millones de personas, se triplicó entre 2009 y 2019, según el Centro para el Desarrollo Global.
A fines de 2020, Nigeria se encontraba entre los 10 países con mayor número de personas viviendo en el extranjero, según datos de Naciones Unidas.
“Vemos personas muy desesperadas que huyen de conflictos o de la degradación de sus condiciones de vida debido al cambio climático y otros factores sociales”, dijo Oscar Sánchez Piñeiro, representante adjunto del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en Brasil.
Brasil es un destino importante para los migrantes de otras partes de América Latina. Desde 2018, ha concedido asilo permanente a casi 100.000 refugiados, dijo Piñeiro, más que cualquier otro país de la región.
Los derechos de los migrantes están consagrados en la Constitución de Brasil: tienen derecho a igualdad de trato y acceso a servicios públicos como la salud, la educación y los programas de seguridad social, aunque lleguen sin documentación. Los sudamericanos pueden solicitar la residencia en Brasil de manera automática.
El país también se ha convertido en refugio de migrantes mucho más lejanos. Desde que Estados Unidos se retiró de Afganistán hace dos años, Brasil ha emitido unas 9000 visas humanitarias a personas afganas. También ha acogido a un número menor de migrantes procedentes de Siria, Angola y el Congo.
A pesar de la actitud acogedora del país hacia los migrantes, todavía existen retos importantes, especialmente para quienes, como Friday y Yeye, llegan de naciones africanas.
En 2020, los inmigrantes africanos ganaban en promedio unos 500 dólares al mes, mientras que los inmigrantes europeos ganaban alrededor de 3400 dólares mensuales aproximadamente, según los datos más recientes disponibles del Observatorio Internacional de las Migraciones de Brasil, una agencia gubernamental de investigación. La situación es peor para los refugiados y solicitantes de asilo, que suelen tener los ingresos más bajos y trabajan en el sector de servicios.
Según el observatorio y los expertos, la disparidad se debe a varios factores. Muchos europeos suelen llegar a Brasil luego de haber conseguido trabajo, mientras que los africanos, que a menudo huyen de difíciles situaciones económicas, llegan sin perspectivas laborales. Los migrantes negros también han sido víctimas del racismo y la xenofobia que afectan a parte de la sociedad brasileña.
Sin embargo, luego de sobrevivir a una travesía oceánica en el espacio del timón de un barco, Yeye y Friday dicen que se sienten agradecidos por haber llegado a su destino imprevisto.
Hace poco recibieron sus permisos de trabajo y empezaron a buscar empleo.
“En realidad espero poder conseguir una entrevista de trabajo”, dijo Yeye. “Creo que eso es lo sigue para mí. Realmente necesito un trabajo para cuidar de mí mismo, de mi familia”.
También dijo que espera ganar lo suficiente como para traer a su familia a Brasil.
Ambos hombres han sido acogidos en la Casa do Migrante, un refugio para personas migrantes ubicado en São Paulo donde se están recuperando de su travesía. Allí también los han ayudado con los trámites de inmigración, además de darles clases de portugués y enseñarles las costumbres y la cultura brasileñas.
“Ni siquiera esperaba venir a Brasil, pero llegué a Brasil, y es un lugar mejor”, dijo Friday. “Estoy muy muy contento”.
Ninguno de los dos conocía mucho el país, aparte de su famosa selección de fútbol, dijeron. Ahora planean convertirlo en su hogar.
“Hasta ahora”, dijo Yeye, “los brasileños son amables y muy cariñosos”.
Dionne Searcey colaboró con reportes desde Dakar, Senegal.