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Un torneo de fútbol en Australia busca generar esperanza

En Tennant Creek, una ciudad del Territorio del Norte de Australia, a la mitad del continente desde Sídney, no hay canchas de fútbol marcadas. Por lo tanto, una mañana de la segunda semana de agosto, antes de que llegaran casi 100 niños para jugar un torneo de formato todos contra todos, hubo que preparar tres campos con conos, banderas y arcos portátiles en un gran óvalo de césped.

Los niños fueron transportados en autobús desde escuelas de toda la región de Barkly, una enorme extensión del interior del país que es casi del tamaño de Finlandia, pero con una población de apenas unos 8000 habitantes. Para algunos, el viaje implicó recorrer largos tramos por caminos de tierra llenos de baches. Una escuela llevó a 12 estudiantes, cerca de una tercera parte de todo su número de alumnos. Otra no trajo suficientes para formar un equipo, así que pidió prestados a dos jugadores de una comunidad cercana cuyas familias forman parte del mismo grupo lingüístico aborigen.

Los niños y las niñas de distintas edades jugaron juntos. Durante dos días, el deporte que se puede practicar en todas partes animó a una comunidad en la que la distancia respecto al escenario principal de la Copa Mundial Femenina es algo más que tan solo miles de kilómetros.

“Es un auténtico carnaval de fútbol”, afirmó Annastashia August, una niña de 11 años de Tennant Creek que es de la comunidad warumungu, los guardianes tradicionales de la tierra donde ahora se encuentra la ciudad.

El fútbol es el deporte favorito de Annastashia, pero apenas fue el segundo carnaval de fútbol en su ciudad. Ambos eventos surgieron de la iniciativa de John Moriarty, el primer aborigen australiano convocado a una selección nacional de fútbol, quien quiere utilizar este deporte para ayudar a mejorar las vidas de los niños indígenas de comunidades remotas.

Los derechos de los pueblos indígenas fue una de las causas sociales que la FIFA decidió resaltar en el Mundial de este año. Los organizadores del torneo han reconocido a las comunidades indígenas de Australia y Nueva Zelanda, los dos países sede, por medio de medidas que incluyen el uso de los nombres tradicionales junto con los más comunes en inglés para cada ciudad anfitriona, ondear banderas indígenas en los estadios y la realización de ceremonias de Bienvenida al País a cargo de representantes de los dueños tradicionales de la tierra donde se celebren los eventos.

Moriarty, un hombre yanyuwa de 86 años que fue convocado por primera vez a una selección nacional australiana en 1960, mencionó que estos gestos eran apreciados, pero que era necesario un “contenido” detrás de ellos. Tanto él como los otros miembros de Indigenous Football Australia, un consejo que apoya su iniciativa que lleva el nombre de John Moriarty Football (JMF), les han pedido a los órganos rectores del fútbol australiano y mundial un apoyo significativo a los programas comunitarios indígenas. Según John Moriarty Football, recibieron menos de 20.000 dólares australianos, unos 13.000 dólares estadounidenses, del órgano rector del fútbol de su país, Football Australia, desde que Moriarty inició el programa en 2012.

“De no ser por programas como JMF, los caminos para que los niños de Tennant Creek llegaran al fútbol de élite, por no hablar de un torneo de la Copa Mundial, serían inexistentes, un sueño imposible”, escribió Moriarty en un correo electrónico. “Pero el talento para el fútbol en el campo es extenso y el potencial del fútbol para romper el ciclo de desventajas intergeneracionales es inmenso”.

Football Australia señaló la creación de su Grupo Nacional Asesor Indígena hace dos años, el cual incluye a la delantera australiana Kyah Simon, de ascendencia aborigen, y afirmó que su plan Legacy ’23, creado para seguir desarrollando el deporte después del Mundial, incluye el financiamiento de una competencia de Primeras Naciones en Nueva Gales del Sur. Courtney Fewquandie, una mujer butchulla y gubbi gubbi que trabaja como directora general de Primeras Naciones en Football Australia, comentó que el grupo asesor había acordado una reunión con Indigenous Football Australia después de la Copa del Mundo, la cual esperaba fuera “el primer paso para avanzar juntos”.

Lejos de este ir y venir en los niveles más altos del deporte, continúa el trabajo comunitario que defiende Moriarty. La exposición de Moriarty al deporte ocurrió después de que lo separaron de su madre a los 4 años y lo llevaron a hogares para niños en otras partes del país, conforme las políticas de la época que le permitieron al Estado separar a decenas de miles de niños de sus madres aborígenes. A los niños indígenas separados de sus madres durante esa época se les conoce como las Generaciones Robadas. Ahora, aunque muchas comunidades siguen sufriendo las secuelas de las políticas coloniales, Moriarty está dirigiendo recursos y atención hacia zonas remotas, principalmente indígenas, como aquella de donde lo sacaron.

El torneo de fútbol celebrado la semana pasada en Tennant Creek reunió a jóvenes jugadores de toda la región en colaboración con el departamento de educación del territorio. Sin embargo, John Moriarty Football mantiene una presencia diaria en Tennant Creek, donde tiene una oficina en la escuela primaria y trabaja con más de 300 niños indígenas a la semana en la ciudad y las comunidades cercanas.

Cada semana, las clases tienen un bloque en su horario para lo que llaman “tiempo John Moriarty”, en el que aprenden y practican habilidades futbolísticas y hacen ejercicios de respiración que pueden ayudar a regular el comportamiento de los estudiantes. El periodo termina con un tentempié de fruta fresca, cuyo precio puede llegar a ser excesivo en las zonas remotas del Territorio del Norte. En las últimas semanas, las clases también han visto videos de la selección australiana, conocida como las Matildas, que ha atraído la atención y el apoyo de la nación durante su paso por la Copa del Mundo, donde quedaron en cuarto lugar.

“Cuando yo era pequeño, no teníamos nada como esto”, dijo Dwight Hayes, de 23 años, un hombre de la comunidad warlpiri que creció en Tennant Creek y ahora es maestro auxiliar en la escuela primaria. “A los niños les encanta este deporte. Hacen cualquier cosa por jugar”.

Eso quedo en evidencia en los campos bañados por el sol, donde los niños que jugaban con zapatos, calcetines o descalzos apenas se tomaban descansos entre partido y partido, y preferían practicar regates o intentar tiros de esquina. Se apoyan unos a otros sin descanso, y alientan a sus oponentes, incluso después de una dura derrota.

La asistencia a la escuela es uno de los mayores retos de Tennant Creek. Hay unos 350 alumnos matriculados en la escuela primaria, pero por lo general no asisten más de 200 en una semana cualquiera, según las autoridades de la escuela. Las cifras son aún más bajas en el bachillerato. El nivel educativo y la situación laboral de los cuidadores influyen en la asistencia escolar, y en Tennant Creek, la tasa de desempleo de los adultos aborígenes es superior al 60 por ciento y solo un 10 por ciento de los mayores de 15 años han terminado la enseñanza secundaria, según los datos del censo.

Los profesores dicen que el fútbol está ayudando. Los alumnos elegidos para jugar en el carnaval de fútbol fueron los que asistieron al menos cuatro días a la semana a la escuela. A los niños que tienen problemas de comportamiento en el salón de clases a veces se les da la opción de tomarse un descanso y unirse al “tiempo Moriarty” en otra clase. Ethan Holt, un chico warumungu de 15 años, arbitró el carnaval de fútbol la semana pasada como parte de un plan personal de aprendizaje que le permite adquirir experiencia laboral. Otros adolescentes trabajan para John Moriarty Football como vía alternativa para obtener el título de bachillerato.

Al final de cada jornada escolar, Stewart Willey, coordinador comunitario del programa en Tennant Creek, se ofrece como voluntario para conducir el bus escolar. Conversa con los alumnos sobre los goles que han marcado mientras recorre las zonas residenciales de las afueras de la ciudad, donde las familias numerosas se amontonan en las escasas viviendas públicas disponibles. Durante las vacaciones escolares, vuelve con un balón de fútbol y los niños corren al terreno disponible más cercano, ansiosos por seguir practicando sus nuevas habilidades.

“Desde el principio supimos que JMF tenía que ser algo más que un programa de fútbol infantil”, afirmó Moriarty. “El fútbol tenía que ser el vehículo que liberara su potencial, los animara a ir a la escuela, los ayudara a llevar una vida más sana y a desarrollar su resiliencia”.

El programa piloto en Borroloola, la ciudad natal de Moriarty, atendió a unos 120 niños, casi todos los menores de la ciudad. John Moriarty Football llega actualmente a más de 2000 niños indígenas en 19 comunidades de tres estados o territorios. Una jugadora que empezó a asistir a las sesiones en Borroloola, Shadeene Evans, demostró tanto talento que se creó un programa de becas para permitirle asistir a una escuela deportiva de alto nivel en Sídney. Llegó a jugar con las Young Matildas, la selección nacional sub-20.

Ros Moriarty, la pareja de John y cofundadora de su organización sin fines de lucro, afirmó que Football Australia expresó interés en su trabajo hace unos años. Comentó que esas conversaciones no llegaron a ninguna parte, porque parecía que a la federación solo le interesaba encargarse de las iniciativas bajo sus propios términos. (Fewquandie, la representante de Football Australia, señaló que esas conversaciones tuvieron lugar antes de que ella trabajara en la federación).

“Da la sensación de que es casi un espacio olvidado dentro de Football Australia”, opinó Allira Toby, una mujer kanolu y gangulu que ha jugado en la máxima liga profesional femenina de Australia y forma parte del consejo de Indigenous Football Australia. “Podría haber —hay— demasiado talento en las comunidades rurales donde nunca tienen siquiera la oportunidad de considerar la posibilidad de practicar deporte o fútbol en ese espacio de Australia, porque simplemente no existen las vías que deberían existir”.

Cuando el carnaval de fútbol de Tennant Creek se acercaba a su fin, los miembros de la comunidad se reunieron en torno al óvalo de hierba. Los ancianos. La directora de la escuela. Una enfermera y un agente de la policía. La prima a la que Annastashia llama hermana mayor.

Tennant Creek, una escuela secundaria cuyos alumnos han formado parte del programa de John Moriarty desde hace cuatro años, ganó el trofeo. Se recogieron los campos de fútbol improvisados, pero no por mucho tiempo. La furgoneta del John Moriarty Football, con la bandera aborigen en el tablero, volvería a la carretera a la mañana siguiente, rumbo a la comunidad de Ali Curung, para asegurarse de que el deporte que se puede jugar en todas partes se practique ahí.

Jenny Vrentas es periodista de deportes y trabaja en grandes reportajes e investigaciones. Antes de unirse al Times, fue redactora sénior en Sports Illustrated, donde cubría la NFL. Más de Jenny Vrentas


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