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Postales de nuestra adicción a la moda rápida

Tras haber elaborado la estrategia de negocio en las oficinas centrales de la tienda online, ahora estoy estudiando un posgrado, y tomé este trabajo para estudiar cómo afecta al trabajador del almacén el enfoque de la empresa en la velocidad y la escala. ¿Las formas de trabajar de la empresa están en discordancia con las realidades en el almacén? Pronto descubrí que la realidad abarca el embate de la moda rápida: la categoría de ropa barata producida rápidamente que han creado tiendas como Topshop, Zara, H&M, Shein y Forever 21.

En cada turno proceso montones de ropa sin forma hecha de tejidos baratos y sintéticos. La mayoría de los artículos provienen de fabricantes chinos con marcas de nombres raros como SweatyRocks y AUTOMET, que parece creada por un bot. La mala calidad no es un criterio que impida volver a poner a la venta un artículo. Los vestidos de fiesta ceñidos, las camisas de franela deshilachadas y los maxivestidos de poliéster de colores no llevan etiqueta de las marcas, como si prefiriesen no verse asociadas con sus prendas. Consulto los comentarios de los clientes, que aluden a la mala calidad: material de mal gusto, no concuerda con la foto, no tiene forma. La semana pasada compré un suéter corto beige: el cuerpo era enorme, pero las mangas eran extrañamente diminutas, como si fuese para un T-Rex. Al comprobar la foto del artículo en la página web de la tienda, vi que tenía mangas murciélago. Esas discrepancias entre la imagen online y la prenda real son comunes. Es como ver la foto de perfil de un hombre en una aplicación de citas donde aparece con todo su pelo, cuando hace décadas que se quedó calvo.

El mejor día en el almacén son los domingos. Se pone música pop en inglés y en español a todo volumen, y podemos elegir nuestra estación de trabajo. Yo trabajo junto a dos mamás jóvenes que empezaron el mismo día que yo. En medio de los constantes pitidos de los escáneres, las cintas transportadoras y los interminables contenedores de devoluciones, estamos concentradas en la ropa hasta que nos llamamos unas a otras para enseñarnos un vestido de tafetán rosa de tamaño bebé —y nos da ternura— o una camiseta descolorida que se ha hecho pasar por nueva —y ponemos una mueca—. Hacemos un gesto de hartazgo cuando la persona responsable, que tiene veintitantos años, responde a nuestras preguntas con un invariable tono de “Pues claro, mamá”.

En los descansos, nos quejamos de lo difícil que es conseguir meter los maxivestidos en las bolsas de reventa. Nos reímos al pensar que el primer día vinimos con el cabello limpio y brillante y bien maquilladas, y que ahora simplemente llegamos directo de la cama. Hay una libertad que no me esperaba: de la apariencia personal, de las habilidades sociales, de los interminables correos electrónicos, de la ansiedad que solía impregnar las noches de domingo. Sin embargo, mi trabajo está igual de cosido al consumismo como lo estaba mi anterior cargo en la empresa. Y los beneficios de las acciones de ese trabajo de oficina subvencionan mi trabajo en el almacén; el salario por hora no me alcanza para pagar las facturas. Por desgracia, no soy Barbara Ehrenreich.

De los 75 millones de trabajadores del sector de la moda a nivel mundial, se calcula que menos del 2 por ciento perciben un salario digno, según los datos de 2017 recopilados por una organización de defensoría. Cuando compramos moda rápida desde la comodidad de nuestros sofás, estamos financiando un sistema donde trabajadores con sueldos bajos (personas de color, en su mayoría) fabrican la ropa en un extremo del mundo, y otros trabajadores con sueldos bajos (muchos de ellos también personas de color) procesan las devoluciones, ocultos en los suburbios de cemento de las ciudades estadounidenses.

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