Louisville, mejor conocida por el bourbon, el Derby de Kentucky y Muhammad Ali, es ahora el hogar de la communidad cubana de más rápido crecimiento en el país.
QUÉ HACEMOS AQUÍ
Estamos explorando cómo se define Estados Unidos, un lugar a la vez. En Louisville, Kentucky, una afluencia de inmigrantes cubanos compensa la disminución de la población local y trae nuevos ritmos a la ciudad.
Reporting from Louisville, Ky.
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Una mañana reciente, al sonar los primeros compases de “La vida es un carnaval”, varios octogenarios en un hogar de ancianos dejaron sus juegos de dominó, libros para colorear y crucigramas, para presumir sus pasos de salsa. Al diablo con la artritis. La música hipnótica de su tierra natal seguía haciendo de la vida un carnaval.
Cerca de ahí, en un estudio de baile, niñitas y niñitos con camisetas que invitaban a seguir la tradición aplaudían mientras daban pasos adelante y atrás con un palpitante ritmo afrocubano de fondo. “Uno, dos, tres”, decía su instructora, Selen Wilson Guerra, durante el calentamiento.
Esto no era en La Habana, ni siquiera en La Pequeña Habana de Miami.
Esto fue en Louisville, Kentucky, una ciudad más conocida por el bourbon, el Derby de Kentucky y Muhammad Ali, que ahora alberga a la comunidad cubana de más rápido crecimiento de Estados Unidos.
“La salsa es parte de nuestra esencia y bailar es una manera divertida de que nuestros hijos conozcan su herencia”, afirmó Wilson Guerra, de 41 años, una madre de dos que se mudó a esta ciudad en 2015.
Agregó que aquí: “Estamos manteniendo viva la cultura cubana”.
En un estado sin salida al mar y con inviernos fríos y grises, Louisville quizá parezca un destino improbable para los refugiados de una isla tropical. Pero sus abundantes ofertas laborales, el costo de vida relativamente bajo y las agencias sin fines de lucro que apoyan a los recién llegados son poderosos imanes. Por no hablar de las recomendaciones boca a boca de los antiguos residentes cubanos.
Según cálculos independientes, al menos 30.000 cubanos viven en el condado de Jefferson, en Louisville, y gran parte de ellos han llegado en los dos últimos años, cuando la situación en su país se deterioró. En la actualidad representan el mayor grupo de inmigrantes en Louisville y su número, que sigue aumentando, ha ayudado a compensar la disminución de la población en el condado de 770.000 habitantes, según la Oficina del Censo de Estados Unidos, pues los jóvenes estadounidenses se marchan a ciudades más grandes. Muchos trabajan en General Electric, Amazon y United Parcel Service, que tienen grandes operaciones en la zona. Los inmigrantes emprendedores han revitalizado los centros comerciales con nuevas pequeñas empresas.
“Las cifras son enormes y la gente sigue viniendo”, dijo Danny Adam, trabajador social de Kentucky Refugee Ministries, donde los recién llegados cubanos reciben asistencia.
Han transformado el ambiente gastronómico y de entretenimiento de la ciudad. En La Bodeguita de Mima, ubicada en el moderno barrio de NuLu, los amantes de la buena mesa saborean especialidades cubanas como ropa vieja, un jugoso platillo de ternera desmenuzada, y se deleitan con un postre en forma de puro servido dentro de una caja de puros cubanos en un ambiente lujoso que evoca a La Habana de la década de 1950. Prácticamente todas las noches de la semana se puede escuchar música en vivo y bailar salsa.
“La comunidad cubana ha enriquecido mi vida y ha aportado dinamismo a la ciudad”, comentó Debra Wright, logopeda oriunda de Louisville, que asiste a las clases de baile para adultos de Wilson Guerra.
Los cubanos empezaron a llegar al condado de Jefferson en 1995, después de que el gobierno de Bill Clinton y el de Fidel Castro firmaran un acuerdo para permitir la entrada de 20.000 cubanos al año a Estados Unidos a través de una lotería. Algunos de los ganadores, que no tenían familia que los recibiera en lugares como Miami, fueron canalizados a ciudades más pequeñas: Búfalo, Nueva York, Lancaster, Pensilvania y Louisville.
“Cuando llegué hace 23 años, no éramos ni 500”, contó Luis David Fuentes, de 52 años, fundador de El Kentubano, una revista mensual gratuita en español repleta de anuncios.
Para 2010, había casi 6000 cubanos en el condado de Jefferson. Para 2021, la población cubana se había duplicado.
Luego, llegaron los efectos de la pandemia de coronavirus en Cuba. La escasez de alimentos, medicinas y electricidad, así como las protestas y las medidas enérgicas contra la disidencia, empujaron a miles de cubanos más a buscar el ingreso a Estados Unidos.
A raíz de la Guerra Fría, los cubanos que llegan a Estados Unidos, incluso de manera ilegal, reciben un trato especial del gobierno, a diferencia de los migrantes de la mayoría de los países. Reciben prestaciones públicas, como ayudas en efectivo, colocación laboral y otros servicios. Los cubanos además pueden solicitar la residencia permanente al cabo de un año.
Inundado por la llegada de cubanos, el distrito escolar del condado de Jefferson ha tenido que registrar nuevos estudiantes los sábados y domingos. “Nunca habíamos visto esto antes; nadie estaba preparado”, afirmó Berta Weyenberg, coordinadora de nuevos estudiantes multilingües en el distrito que contabilizó 15.000 estudiantes de inglés el año pasado, un récord.
En respuesta a la afluencia, el distrito nombró en julio a un superintendente adjunto para gestionar a los estudiantes inmigrantes. Para el año pasado, todas las escuelas del condado de Jefferson ofrecían clases de inglés como segundo idioma.
Las organizaciones sin fines de lucro han tenido dificultades para satisfacer la demanda de clases de inglés para adultos.
En total, más de 14.000 nuevos inmigrantes cubanos se han instalado en el área metropolitana en los dos últimos años y un número desconocido se ha trasladado ahí desde Florida y otros estados. Los entrevistados por The New York Times afirman que no han sentido hostilidad alguna por parte de los habitantes de Kentucky, aunque los recién llegados tienden a vivir en enclaves poblados por inmigrantes.
Yisel Buron Casas, de 41 años, productora de televisión, afirmó que nunca habían soñado con vivir en Estados Unidos, pero que se hizo imposible sobrevivir con los salarios de Cuba, incluso con una educación universitaria. Dijo que solo las personas vinculadas al régimen o con familiares en Estados Unidos se las arreglaban y que era menos caro vivir en Louisville que en Miami.
Los nuevos “kentubanos” han traído prosperidad a los mayores, como Sandra Amador, cuyo pequeño negocio atiende a los practicantes de la santería, una religión que mezcla elementos espirituales afrocubanos con el catolicismo.
En su tienda de Poplar Level Road, llena de velones para rezar, ungüentos especiales y estatuas de orishas, las deidades veneradas por sus devotos, el negocio va viento en popa.
En Cash Saver, un supermercado donde las estanterías rebozan de pan y café cubanos, tres variedades de un tubérculo llamado malanga y otros productos que a los cubanos les encantan, las ventas se han triplicado y el personal ha crecido de tres a 15 empleados en los últimos tres años.
Los fines de semana, las filas llegan hasta la puerta en Sweet Havana, donde Carmen Coro, una cubana venida de Las Vegas, prepara pasteles de hojaldre rellenos de guayaba, coco y dulce de leche, así como otros imprescindibles como sándwiches de cerdo bien rellenos.
Tras llegar en 2016, Roberto Quintana, de 34 años, trabajó en un autolavado hasta que ahorró lo suficiente para abrir una barbería hace dos años. Desde entonces, ha comprado una casa de tres dormitorios para su joven familia. Quintana afirmó, mientras le cortaba las patillas a un cliente, que en Louisville había hecho realidad sus sueños.
Desde que los cubanos comenzaron a establecerse aquí en cantidades importantes, han surgido nuevas necesidades. Yarima Hernández fundó Buena Vida —el centro para personas mayores donde los residentes bailaban salsa— hace tres años para atender a inmigrantes mayores con pérdida de memoria, movilidad limitada y otros problemas de salud relacionados con la edad. Un día reciente, después de una serie de actividades para agudizar sus mentes y cuerpos, disfrutaron de un almuerzo de tamales, frijoles negros y picadillo.
En un tranquilo cuarto trasero, Martín Guzmán, un ingeniero jubilado de 83 años, habló sobre el camino de su vida. Decidió que era hora de salir de Cuba después de verse obligado a hacer fila a las 4 a. m. en La Habana si quería medicamentos para su afección cardíaca y diabetes.
Tras una odisea de 54 días el año pasado, Guzmán llegó a la frontera entre México y Estados Unidos. Guzmán cree que si se hubiera quedado en Cuba, estaría muerto. Y agregó que el lugar donde ahora vive es magnífico.
Miriam Jordan reporta desde la perspectiva de base de los inmigrantes y su impacto en la sociedad, la cultura y la economía de Estados Unidos. Antes de unirse al Times, cubrió inmigración en el Wall Street Journal y fue corresponsal en Brasil, Israel, Hong Kong e India. More about Miriam Jordan