La responsabilidad de la comunidad de salud pública y sus dirigentes de articular estrategias y comunicarse con frecuencia con la población también es más evidente que nunca. Hace cuatro años, la mayoría de las personas estaban mucho menos familiarizadas con los CDC. Sentíamos que nuestra audiencia principal eran, en gran medida, científicos sanitarios, investigadores y profesionales de la salud pública, y nuestros primeros mensajes sobre la pandemia a menudo se dirigieron a los miembros de la comunidad científica. Hoy en día, nuestra audiencia son todos los habitantes de este país, desde quienes viven en el Bronx y en las zonas rurales de Montana hasta la nación chickasaw en Oklahoma e incluso el territorio de Guam.
En el transcurso del año pasado, inicié un proyecto, llamado CDC Moving Forward, para atender las descomposturas de la pandemia y restaurar la confianza deteriorada. La meta es hacer de los CDC la agencia de salud pública que el pueblo estadounidense exige y merece. Esto conlleva muchos cambios, entre ellos, una comunicación más constante con los ciudadanos, los políticos y otros líderes del sector salud. Me beneficié bastante de mis reuniones regulares con miembros del Congreso, así como de mis visitas a departamentos de salud de todo el país y a oficinas de los CDC en todo el mundo para aprender más sobre las necesidades en el terreno, así como conversar sobre nuestras prioridades compartidas. Dar seguimiento a esta clase de labor puede ser de mucha ayuda para generar confianza y dejar claros los objetivos de los CDC.
Compartir información, tanto en jerga científica como en lenguaje cotidiano, puede ser todo un reto, sobre todo cuando los mensajes se topan con intentos para comprometer nuestra labor con malas intenciones. Como sociedad, debemos ser más críticos de la retórica sospechosa. La gente merece recibir información veraz para tomar las mejores decisiones de salud —tomando en cuenta sus propias vulnerabilidades e ideales— para sí mismos y sus familias.
Veo con esperanza el futuro de la salud pública en Estados Unidos, gracias a las personas que conocí durante mi tiempo en el cargo que, pese a todos los retos, están profundamente comprometidas con su trabajo. Uno de los mayores obsequios que obtuve en mi periodo como directora de los CDC fue conocer a las personas dentro de la agencia que se preocupan por la salud pública día y noche para que tú no tengas que hacerlo. Durante la pandemia, muchos de ellos pasaron bastante tiempo lejos de sus familias, ya que su labor era muy importante para el bien común.
Es probable que la mayoría de las personas nunca conozcan el nombre de la persona que descendió en rapel de un helicóptero para dejar unos kits de pruebas para la COVID-19 en un crucero ni el miedo que sintió un funcionario de salud pública enviado a una comunidad ugandesa plagada de ébola para realizar una evaluación de riesgos para las familias. Tal vez no hayas considerado las horas agotadoras que se requirieron para llevar a cabo las evaluaciones de exposición de puerta en puerta tras el descarrilamiento del tren en Ohio y lo más probable es que no sepas la tenacidad que demostró el equipo de expertos de los CDC que, tras meses de investigación, aislaron bacterias mortales que por lo general se encuentran al otro lado del mundo, de un desodorante ambiental de venta común (el lote contaminado ya se retiró del mercado). Y así debe ser. Las personas que hacen este trabajo por ti —que a menudo ponen su vida en peligro— te sirven a ti y a la nación sin descanso, con pericia y altruismo.