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La melena de Beethoven revela secretos médicos y familiares

Era marzo de 1827 y Ludwig van Beethoven se estaba muriendo. Mientras yacía en su lecho, atormentado por dolores abdominales y con ictericia, amigos y conocidos afligidos acudían a visitarlo. Algunos le pidieron un favor: ¿podían cortarle un mechón de pelo para recordarlo?

El desfile de dolientes continuó tras la muerte de Beethoven a los 56 años, incluso después de que los médicos le practicaran una craneotomía espantos, en la que observaron los pliegues del cerebro de Beethoven y le extirparon los huesos del oído en un vano intento de comprender por qué el venerado compositor perdió la audición.

A los tres días de la muerte de Beethoven, no quedaba ni un mechón de pelo en su cabeza.

Desde entonces, una industria artesanal ha intentado comprender las enfermedades de Beethoven y la causa de su fallecimiento.

Ahora, un análisis de mechones de su cabello ha puesto en entredicho algunas creencias arraigadas sobre su salud. El informe ofrece una explicación de sus debilitantes dolencias e incluso de su muerte, mientras plantea nuevas preguntas sobre sus orígenes genealógicos e insinúa un oscuro secreto familiar.

La investigación, realizada por un grupo internacional de especialistas, se publicó el miércoles en la revista Current Biology.

Y ofrece sorpresas adicionales: un famoso mechón de pelo —objeto de un libro y un documental— no era de Beethoven. Era de una mujer judía askenazi.

El estudio también revela que Beethoven no padecia intoxicación por plomo, como se creía. Tampoco era negro, como algunos habían propuesto.

Y una familia flamenca de Bélgica —que comparte el apellido Van Beethoven y había afirmado con orgullo estar emparentada con él— no tiene vínculos genéticos con el célebre compositor.

Los investigadores que no están asociados al estudio lo consideran como un trabajo convincente.

Se trata de “un estudio muy serio y bien realizado”, afirma Andaine Seguin-Orlando, experta en ADN antiguo de la Universidad Paul Sabatier de Toulouse, Francia.

El trabajo detectivesco para resolver los misterios de la enfermedad de Beethoven comenzó el 1 de diciembre de 1994, cuando Sotheby’s subastó un mechón de pelo que se decía que era de Beethoven. Cuatro miembros de la American Beethoven Society, un grupo privado que colecciona y conserva material relacionado con el compositor, lo compraron por 7300 dólares. Lo expusieron con orgullo en el Centro Ira F. Brilliant de Estudios Beethoven de la Universidad Estatal de San José, California.

Pero, ¿en verdad era el pelo de Beethoven?

La historia contaba que se lo había cortado Ferdinand Hiller, un compositor de 15 años y ferviente admirador que visitó a Beethoven cuatro veces antes de morir.

Al día siguiente de la muerte del compositor, Hiller le cortó un mechón de pelo. Décadas después, se lo dio a su hijo como regalo de cumpleaños y estaba guardado en un relicario.

El relicario con sus mechones de pelo fue el tema de El cabello de Beethoven, un libro de Russell Martin que fue publicado en el año 2000 y se convirtió en un éxito de ventas. En 2005 fue convertido en un documental.

Un análisis del cabello realizado en el Laboratorio Nacional Argonne de Illinois reveló niveles de plomo 100 veces superiores a los normales.

En 2007, los autores de un artículo en The Beethoven Journal, una revista académica publicada por la Universidad Estatal de San José, especularon con la posibilidad de que el compositor se hubiera envenenado inadvertidamente con medicamentos, vino o utensilios para comer y beber.

Así estaban las cosas hasta 2014, cuando Tristan Begg, que en ese entonces estudiaba una maestría en arqueología en la Universidad de Tubinga, Alemania, se dio cuenta de que la ciencia había avanzado lo suficiente como para realizar análisis de ADN utilizando mechones de pelo de Beethoven.

“Parecía que valía la pena intentarlo”, dijo Begg, que ahora cursa un doctorado en la Universidad de Cambridge.

William Meredith, un estudioso de Beethoven, empezó a buscar otros mechones de pelo del célebre músico, comprándolos con la ayuda financiera de la American Beethoven Society, en ventas privadas y subastas. Pidió prestados otros dos a una universidad y un museo. Al final consiguió ocho mechones, incluidos los de Ferdinand Hiller.

En primer lugar, los investigadores analizaron el mechón de Hiller. Como resultó ser de una mujer, no era —no podía ser— de Beethoven. El análisis también demostró que la mujer tenía genes que se encuentran en las poblaciones judías askenazi.

Meredith especula que el cabello auténtico de Beethoven fue destruido y sustituido por mechones de Sophie Lion, quien era judía y esposa de Paul, el hijo de Ferdinand Hiller.

En cuanto a los otros siete mechones, uno no era auténtico, cinco tenían ADN idéntico y uno no pudo ser analizado. Los cinco mechones con ADN idéntico tenían procedencias diferentes y dos tenían cadenas de custodia impecables, lo que les dio a los investigadores la seguridad de que eran cabellos de Beethoven.

Ed Green, experto en ADN antiguo de la Universidad de California en Santa Cruz que no participó en el estudio, se mostró de acuerdo.

“El hecho de que haya tantos mechones de pelo independientes, con historias diferentes, que coinciden entre sí es una prueba convincente de que se trata de ADN auténtico de Beethoven”, afirmó.

Cuando el grupo tuvo la secuencia de ADN del cabello de Beethoven, trató de dar respuesta a antiguas preguntas sobre su salud. Por ejemplo, ¿por qué podría haber fallecido de cirrosis hepática?

Bebía, pero no en exceso, afirma Theodore Albrecht, profesor emérito de musicología de la Universidad Estatal de Kent, en Ohio. Basándose en su estudio de los textos dejados por el compositor, describió en un correo electrónico lo que se sabe de los hábitos de bebida de Beethoven.

“En ninguna de estas actividades, Beethoven sobrepasó la línea de consumo que lo convertiría en un ‘alcohólico’, tal y como lo definiríamos hoy en día”, escribió.

El pelo de Beethoven proporcionó una pista: tenía variantes de ADN que lo predisponían genéticamente a padecer enfermedades hepáticas. Además, su pelo contenía restos de ADN de hepatitis B, lo que indicaba una infección por este virus, que puede destruir el hígado de una persona.

Pero, ¿cómo se infectó Beethoven? La hepatitis B se transmite a través de las relaciones sexuales y las agujas compartidas, y durante el parto.

Según Meredith, Beethoven no consumía drogas intravenosas. Nunca se casó, aunque se interesó románticamente por varias mujeres. También escribió una carta —aunque nunca la envió— a su “Amada inmortal”, cuya identidad ha sido objeto de mucha intriga académica. Se desconocen los detalles de su vida sexual.

Arthur Kocher, genetista del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Alemania y uno de los coautores del nuevo estudio, ofreció otra posible explicación para su infección: el compositor podría haberse contagiado de hepatitis B durante el parto. El virus suele propagarse de esta forma, y los bebés infectados pueden acabar con una infección crónica que dura toda la vida. En aproximadamente una cuarta parte de las personas, la infección acaba provocando cirrosis hepática o cáncer de hígado.

“En última instancia, podría hacer que alguien falleciera de insuficiencia hepática”, dijo.

El estudio también reveló que Beethoven no estaba emparentado genéticamente con otros de su línea familiar. El ADN de su cromosoma Y difería del de un grupo de cinco personas con el mismo apellido —Van Beethoven— que viven actualmente en Bélgica y que, según los archivos, comparten un antepasado del siglo XVI con el compositor. Esto indica que en la línea paterna directa de Beethoven se presentó una relación extramatrimonial. Pero, ¿dónde?

Maarten Larmuseau, coautor del nuevo estudio y profesor de genealogía genética en la Universidad de Lovaina, Bélgica, sospecha que el padre de Ludwig van Beethoven fue fruto de la relación de la abuela del compositor con un hombre distinto de su abuelo. No hay registros de bautismo del padre de Beethoven, y se sabe que su abuela era alcohólica. El abuelo y el padre de Beethoven tenían una relación difícil. Estos factores, según Larmuseau, son posibles indicios de un hijo extramatrimonial.

Beethoven tuvo sus propias dificultades con su padre, dijo Meredith. Y aunque su abuelo, un destacado músico de la corte en su época, murió cuando Beethoven era muy joven, el compositor lo honró y conservó su retrato con él hasta el día de su muerte.

Meredith añadió que cuando circularon rumores de que Beethoven en realidad era hijo ilegítimo de Federico Guillermo II o incluso de Federico el Grande, el compositor nunca los refutó.

Los investigadores esperaban que el estudio de los mechones pudiera explicar algunos de los agónicos problemas de salud de Beethoven. Pero no aportaron respuestas definitivas.

El compositor sufría terribles problemas digestivos, con dolores abdominales y prolongados ataques de diarrea. El análisis de ADN no apuntaba ninguna causa, aunque descartaba prácticamente dos motivos propuestos: la colitis ulcerosa y la enfermedad celiaca. Y hacía improbable una tercera hipótesis: el síndrome del intestino irritable.

La hepatitis B podría haber sido la causa, dijo Kocher, aunque es imposible saberlo con seguridad.

El análisis tampoco ofreció ninguna explicación para la pérdida de audición de Beethoven, que comenzó a mediados de su veintena y le provocó sordera en la última década de su vida.

Los investigadores se esmeraron por discutir previamente sus resultados con las personas directamente afectadas por sus investigaciones.

La tarde del 15 de marzo, Larmuseau se reunió con las cinco personas de Bélgica cuyo apellido es Van Beethoven y que habían proporcionado ADN para el estudio.

Empezó con las malas noticias: no están genéticamente emparentados con Ludwig van Beethoven.

Se quedaron atónitos.

“No sabían cómo reaccionar”, dice Larmuseau. “Todos los días se los recuerda por su apellido especial. Todos los días dicen su nombre y la gente les pregunta: ‘¿Eres pariente de Ludwig van Beethoven?’”.

Ese vínculo, dijo Larmuseau, “forma parte de su identidad”.

Y ahora ha desaparecido.

Las conclusiones del estudio de que el mechón Hiller era de una mujer judía dejaron perplejo a Martin, autor de El cabello de Beethoven.

“Caramba, quién lo hubiera imaginado”, dijo. Y añadió que ahora quiere encontrar descendientes de Sophie Lion, la esposa de Paul Hiller, para ver si el cabello era suyo. Y le gustaría averiguar si sufrió envenenamiento por plomo.

Para Meredith, el proyecto ha sido una aventura extraordinaria.

“Toda esta historia tan compleja me asombra”, dijo. “Y he formado parte de ella desde 1994. Un hallazgo simplemente lleva a otro hallazgo inesperado”.

Gina Kolata escribe sobre ciencia y medicina. Ha sido dos veces finalista del premio Pulitzer y es autora de seis libros, incluyendo Mercies in Disguise: A Story of Hope, a Family’s Genetic Destiny, and The Science That Saved Them. @ginakolata • Facebook


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