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Los inmigrantes que llegan a Nueva York desafían a la ciudad

NUEVA YORK — Los cuatro autobuses ingresaron en Manhattan el miércoles por la mañana y se desviaron de una bulliciosa avenida hacia una calle lateral con sombra en el centro de la ciudad. Los nombres impresos en los autobuses —“VLP Charter”, “Coastal Crew Change”— no daban ninguna pista sobre su misión. Solo las placas de Texas los delataban.

Uno por uno los pasajeros descendieron en una ciudad desconocida, algunos cansados pero sonrientes, otros solo cansados: hombres con mochilas, mujeres cargando bebés y cobijas, niños abrazados de sus ositos de peluche. Un hombre iba sin zapatos, solo con calcetines.

El comisario municipal de asuntos de inmigrantes, Manuel Castro, le estrechó la mano a todos. Un hombre con una camiseta verde chocaba los cinco con los niños. Había mesas repletas de bocadillos, desinfectante, ropa y bolsas de libros de colores brillantes. Personas con portapapeles proporcionaban formularios para que los recién llegados obtuvieran una nueva identidad: además de ser inmigrantes indocumentados en el país y solicitantes de asilo, ahora también se unirían a las filas de los neoyorquinos sin hogar.

Durante la primavera y el verano, la afluencia de inmigrantes a la ciudad, la mayoría de ellos que huyen de la delincuencia y el desplome de las economías de Centroamérica y Sudamérica, ha puesto a prueba la reputación de Nueva York como el santuario del mundo. Y no parece que vaya a disminuir, gracias en parte al gobernador de Texas, Greg Abbott, cuya decisión de enviar un autobús tras otro a Washington D. C. y a Nueva York para incitar a los demócratas en materia de política fronteriza ha hecho que el río normal de personas que fluye hacia el norte crezca.

La ciudad de Nueva York ha vivido durante mucho tiempo del sudor y el trabajo de los inmigrantes, pero su capacidad para ayudarlos a salir adelante se ha visto cada vez más limitada.

La llegada de 129 inmigrantes a la terminal de autobuses de la Autoridad Portuaria el miércoles fue la mayor cifra registrada en un solo día en la campaña de Abbott. Pero solo era una porción del total, que incluye miles de personas: según el ayuntamiento, el sistema de albergues aloja ahora a 4900 solicitantes de asilo.

Según la ciudad, los recién llegados son la razón por la que la población del principal sistema de albergues para personas sin hogar ha aumentado un 13 por ciento desde mayo y ahora sea de 51.000 ocupantes. Hay mucha discusión sobre cuánto de ese aumento se debe a los inmigrantes y cuánto a factores locales como el fin a una moratoria de desahucios y las fluctuaciones estacionales. Pero, sea cual sea la causa, la situación es grave.

Los albergues para familias constituyen más de la mitad del sistema de la ciudad y, a principios de junio, su tasa de vacantes, que se supone debe mantenerse en tres por ciento, cayó por debajo del uno por ciento, según la Sociedad de Ayuda Legal, que supervisa las condiciones de los albergues. El jueves, también de acuerdo con dicha sociedad, la cifra de vacantes era del 0,18 por ciento, es decir, había 19 habitaciones disponibles en todo el sistema, el cual alberga a más de 10.000 familias.

La primera respuesta de la ciudad a la afluencia de inmigrantes estuvo marcada por semanas de agitación y pasos en falso, lo cual contrasta con la retórica de bienvenida del alcalde Eric Adams. Algunas familias durmieron en una oficina de acogida del Bronx, en contravención de la ley. Algunas fueron separadas por errores burocráticos. Y los defensores dijeron que la ciudad a menudo no proporcionaba lo básico, como comida, pañales y atención médica.

Hace dos semanas, relataron los grupos de ayuda a los inmigrantes, el equipo de Adams se introdujo en una iniciativa de acogida de voluntarios en la Autoridad Portuaria a fin de que les tomaran fotografías; ahí les arrebataron comida a los voluntarios para que el alcalde fuera retratado repartiéndola él mismo. “La gente del equipo del alcalde les gritaba a los refugiados que le sonrieran al alcalde”, afirmó Ariadna Phillips, fundadora de South Bronx Mutual Aid.

El relato fue confirmado por otra voluntaria a la que se fotografió cerca de Adams.

La oficina del alcalde negó que algo así hubiera ocurrido y calificó el relato de los voluntarios de ser una “anécdota falsa, escandalosa y sin fundamento”.

Los grupos de asistencia indicaron que durante gran parte del verano estuvieron interviniendo para ayudar a los migrantes que se encontraban varados y confundidos por la ciudad.

“Sabemos su talla de zapatos, sabemos sus necesidades médicas, sabemos sus casos en la corte, dónde son sus chequeos con el servicio de inmigración”, dijo Sergio Tupac Uzuri, voluntario de NYC ICE Watch. “La ciudad no estaba haciendo nada de eso”.

Pero en fechas recientes el gobierno local ha estado actuando con más coordinación.

Los centros de bienvenida que la Oficina de Asuntos de Inmigrantes de Adams ahora instala dentro de la estación de la Autoridad Portuaria para recibir a los autobuses de Abbott han brindado ayuda muy necesaria para las personas que han llegado a Nueva York sin idea de qué hacer ni a dónde ir.

La ciudad ha alquilado 1300 habitaciones en 13 hoteles para las familias migrantes. Y, debido a que espera que la llegada continúe, ha pedido 5000 más.

Si bien muchos migrantes han quedado atrapados en el engranaje de la burocracia de la ciudad, otros que soportaron trayectos peligrosos y extenuantes para llegar a Estados Unidos se han sentido aliviados ante la relativa facilidad de navegar el sistema aquí.

“Imagínese que vinimos caminando”, dijo Carolina Flores, de 31 años, quien salió de Venezuela con su esposo y cuatro hijos y se ha instalado con ellos en un albergue de Brooklyn. “Todo está muy bien, hotel y casa gratis, algo que nunca pasaría en nuestros países”.

Para el Día del Trabajo, el 5 de septiembre, la ciudad espera abrir en el distrito central un centro de admisión y un albergue de 600 habitaciones para familias inmigrantes, el cual permanecerá en funcionamiento “durante el periodo de los próximos seis a 12 meses”, según una propuesta de la ciudad.

Pero otros seis o 12 meses similares a los del último mes podrían ocasionar que el sistema de albergues quede en un punto de saturación.

Desde mediados de julio, la población de los albergues familiares ha aumentado un 8,5 por ciento, muy por encima del crecimiento del uno por ciento típico de mediados de verano, según un análisis de The New York Times. Si la tendencia se mantiene durante un año, la población en los albergues familiares casi se duplicaría, llegando a casi 60.000 personas, frente a las 31.000 actuales.

Es poco probable que las condiciones en la frontera supongan un gran alivio: el número de detenciones de personas que cruzan la frontera en junio superó el récord del año pasado en un 10 por ciento, es decir, fueron 19.000 personas; además, la migración suele acelerarse en los meses más fríos.

El deseo de la ciudad de absorber a estos inmigrantes como lo ha hecho con las llegadas anteriores refleja el hecho fundamental de que Nueva York siempre ha dependido de los inmigrantes en todos los sectores de la mano de obra, desde los restaurantes y la atención a la salud hasta las artes, la tecnología y las finanzas. Cuando los neoyorquinos se mudan a otras ciudades, los inmigrantes ocupan su lugar, a menudo trabajando en empleos esenciales de baja remuneración que otros no desean. La migración internacional a la ciudad cayó en picada durante el primer año de la pandemia, lo cual dejó vacíos en el mercado laboral que no han hecho más que aumentar a medida que la ciudad intenta recuperarse.

Pero los inmigrantes nuevos, muchos de los cuales llegan sin recursos y sin las conexiones sociales que suelen ayudar a establecerse con rapidez, suponen una presión inusual para el sistema. La necesidad de encontrar inmediatamente un lugar para miles de ellos —Nueva York es una de las pocas ciudades de Estados Unidos que, por ley, debe ofrecer refugio a quien lo solicite— choca con la oposición instintiva a los nuevos albergues para personas sin hogar que surge en barrios de toda la ciudad.

Phillips de South Bronx Mutual Aid —que dice pertenece a una red que ha acomodado a cientos de nuevos migrantes en santuarios privados temporales, incluidos muchos que abandonaron los albergues después de ser acosados o atacados— comentó que los santuarios operaban en secreto para no atraer atención no deseada.

La tarde del viernes, en las calles de Bensonhurst, un barrio construido por generaciones de migrantes, las opiniones sobre los recién llegados eran encontradas.

Salvatore Pesaola, un orgulloso italoestadounidense de 52 años, dijo que percibía un aumento general de inmigrantes en el barrio y que preferiría que dejaran de llegar.

Estados Unidos “no es un mejor lugar. Nuestro país es tan malo como el suyo”, dijo. “¿Por qué vienen aquí?”.

Nino Juliano, de 71 años, quien emigró de Italia en 1967 y trabaja en la construcción, dijo de los migrantes, “si quieren trabajar están en el lugar adecuado. Si solo quieren ayuda sin trabajar, van a sufrir”.

El problema va más allá de encontrar lugares para que los recién llegados pernocten. Si siguen aumentando al mismo ritmo, más de 10.000 niños podrían sumarse a la población de albergues en el próximo año. La mayoría se encuentra en edad escolar y muchos, si no es que todos, tendrían que aprender inglés. El viernes, David C. Banks, rector de las escuelas, anunció el Proyecto Brazos Abiertos, un plan para brindar ayuda adicional a los hijos de solicitantes de asilo a fin de que reciban apoyo de idioma y aprendizaje al inscribirse a las escuelas.

La ciudad no ha calculado el costo de los esfuerzos para instalar a los migrantes, pero ha pedido ayuda al gobierno federal para manejar lo que el alcalde ha llamado con frecuencia una “crisis humanitaria”.

“Ya estamos lidiando con un sistema de albergues que está sobrecargado”, dijo Adams en un programa en Caribbean Power Jam Radio el viernes. “Mientras llega esa ayuda vamos a cumplir con nuestra obligación”.

Los migrantes que son detenidos por la Patrulla Fronteriza a menudo son enviados de regreso. Pero a otros se les permite quedarse en el país y pueden solicitar asilo, un proceso que toma años y a menudo no tiene éxito. Mientras tanto, pueden moverse con libertad en el país y muchos están aceptando el ofrecimiento del gobernador de Texas de trasladarlos gratis a Nueva York y Washington.

No todos los migrantes que llegan a Nueva York se quedan en albergues; algunos se van a vivir con amigos y familiares que tienen en la región. Pero muchos de los recién llegados son venezolanos y, a diferencia de grupos anteriores de migrantes oriundos de México, El Salvador o Ecuador, es menos probable que cuenten con comunidades ya establecidas al llegar.

Muchos migrantes se vuelven invisibles en la inmensidad de la ciudad, pero hay algunos lugares donde se reúnen.

A principios de agosto, una decena de ellos se reunía en la escalinata del Ejército de Salvación de la Calle 14 en el West Village, junto a una olla comunitaria semanal que opera City Relief y que también brinda calcetines y artículos de higiene personal para quien lo necesite.

Josiah Haken, director ejecutivo de City Relief, dijo que los cinco locales que el grupo tiene en Nueva York atendían a unas 1300 personas por semana, 300 más que las que atendía semanalmente en la primavera. También comentó que los nuevos migrantes eran gran parte del alza, pero que también había observado que la indigencia en general iba en aumento.

Varios de los migrantes que se encontraban en los escalones del Ejército de Salvación llevaban consigo cartas de sus albergues dirigidas “A quien corresponda” que básicamente decían “ayuden a esta persona”.

Las opiniones de los recién llegados sobre el sistema de albergues han sido poco entusiastas. “No me siento bien en el albergue porque soy gay”, dijo Pedro Gutiérrez, de 30 años, que llegó de Venezuela el 4 de agosto y fue asignado a un albergue en Wards Island. “Algunas personas allí dicen cosas malas sobre mí, me acosan”.

Dixon Arambulet, que también llegó recientemente de Venezuela y se alojó en el mismo albergue, dijo que le costaba trabajo conciliar el sueño.

“La gente siempre está fumando, bebiendo y peleando”, señaló Arambulet, de 30 años, que en su país trabajaba como barbero. Contó que dormía con la cabeza sobre su mochila para evitar que alguien le robara sus documentos.

Lo más importante, dijo Arambulet, es que necesitaba un trabajo para poder salir del albergue. Una semana después, no lo había encontrado.

“Ayer salí y nada. Hoy salí y un muchacho me dijo que iba a hablar con un señor para limpiar un edificio, o sea barrer y recoger la basura”, escribió el viernes en un mensaje de texto. “Dijo que me avisaba”.

Andy Newman escribe sobre servicios sociales y pobreza en la ciudad de Nueva York y sus alrededores. Ha cubierto la zona metropolitana de Nueva York para el Times durante 25 años y ha escrito casi 4000 notas y publicaciones de blog. @andylocal


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