Todos los días se inventan una gran cantidad de palabras, al tiempo que las palabras viejas son desplazadas para hacerle espacio a las nuevas. Algunos préstamos tienen una vida breve; otros se convierten en parte esencial de nuestro hablar cotidiano. Su poder de permanencia suele depender del proceso de asimilación, del tiempo que un grupo tarda en entrar a la clase media y del vínculo que ese grupo mantiene con sus raíces.
El inglés “americano”, por supuesto, no solo tiene muchos préstamos de idiomas de lugares distantes. Hay palabras como kayak, chipmunk (ardilla), tobacco (tabaco) y hurricane (huracán) que se derivan de unas 300 lenguas indígenas habladas por las personas que vivían aquí mucho antes de que llegaran la mayoría de nuestros ancestros. Más de la mitad de los nombres de los estados de Estados Unidos tienen origen indígena. Pienso en la poeta Natalie Díaz, quien escribió:
Manhattan es una palabra lenope.
Incluso un reloj debe ser una herida. Dale cuerda.
¿Cómo puede cambiar un siglo o un corazón
si nadie pregunta, A dónde han ido
todos los nativos?
Es probable que los padres fundadores de nuestra nación entenderían poco de lo que decimos hoy, dada la cantidad de adquisiciones nuevas que hacemos todo el tiempo. John Adams, nuestro segundo presidente, estaba convenido que era necesario tener una versión de la Academia Francesa, auspiciada por fondos federales, cuya misión sería salvaguardar la lengua de la gente para “no confundirla con la de los perros”. En 1780, Adams propuso una estrategia para fundar esa institución. Pero Thomas Jefferson, quien buscó proteger las lenguas indígenas y a quien atribuimos la inclusión de palabras como belittle (menospreciar) y pedicure en nuestro léxico, estaba en desacuerdo. Él creía que la lengua tiene sus propios mecanismos de sobrevivencia.
Adams, afortunadamente, estaba en el lado de la historia que perdió. El inglés “americano” es de, por y para la gente, y su salud depende de todos nosotros. Nosotros hacemos con él lo que queremos, o lo que sentimos, porque la lengua con frecuencia es definida por emociones intensas. Claro, hay autoridades dentro de cada lengua, entre ellos los padres, los educadores, los lexicógrafos y los diccionarios.
Cuando nuestro diccionario fundacional, el Diccionario americano de la lengua inglesa de Noah Webster, se publicó en 1828, solamente incluía 70.000 palabras. Para ser aceptadas en él, esas palabras necesitaban cumplir ciertos requisitos específicos. Con el paso de las décadas, se convirtió en el diccionario Merriam-Webster, una empresa comercial que contiene más de 15 millones de ejemplos de palabras. Es descriptivo en lugar de ser prescriptivo, como tienden a ser los diccionarios de otras lenguas. Esto quiere decir que el Merriam-Webster no nos dice cómo hablar. Al contrario: los hablantes nativos y los inmigrantes dictamos lo que debe contener el diccionario.
Como inmigrante mexicano, me asombra cómo, en su historia de 450 años, el inglés estadounidense sea tan elástico. Siempre se recalibra al aprender de su propio pasado. Es esencial que continúe haciéndolo. ¡No renuncies a tu acento! ¡No pierdas tu herencia verbal como inmigrante! Me encanta escuchar acentos, en particular de las personas que han aprendido el inglés “americano” sin perder los rasgos de su lengua materna.