Vesti Nedeli, el principal resumen semanal de noticias en la televisión controlada por el Kremlin, transmitió hace poco una larga crónica sobre las potencias occidentales depredadoras que fracasaron al invadir Rusia: Suecia en el siglo XVIII, Francia en el XIX, Alemania en el XX.
Los enemigos ahora buscan revertir esas derrotas, comentó Dmitry Kiselyov, el presentador del programa, culpando a Occidente de la guerra que Rusia instigó en Ucrania. El objetivo de acabar con Rusia es “centenario e inmutable”, señaló. “Aquí estamos a la defensiva”.
En los seis meses transcurridos desde la invasión rusa, el énfasis de los medios de comunicación del Estado a la hora de informar sobre la guerra ha cambiado de manera gradual. Atrás quedaron las predicciones de una ofensiva relámpago que arrasaría con Ucrania. Se habla menos de ser acogidos como liberadores que deben “desnazificar” y desmilitarizar a Ucrania, aunque la etiqueta de “fascista” se sigue pronunciando con desenfreno.
En cambio, en la versión del Kremlin —la única que ven la mayoría de los rusos porque todas las demás están proscritas— los campos de batalla de Ucrania son una faceta de una guerra civilizatoria más amplia que se libra contra Rusia.
La información no trata tanto de Ucrania, sino más bien de “oponerse a los planes de Occidente para controlar a la Madre Rusia”, aseguró Stanislav Kucher, un presentador veterano de la televisión rusa que ahora asesora a un proyecto que busca darles a los rusos un mejor acceso a los medios de comunicación prohibidos. Estados Unidos es el principal antagonista, y Europa y la OTAN son sus lacayos.
Vladimir Solovyov, presentador de un programa de entrevistas y uno de los principales animadores del gobierno del presidente ruso Vladimir Putin, afirmó este mes que “invitaron a Rusia a una cena con la sociedad occidental, no como comensal, sino como platillo”.
En uno de sus programas nocturnos recientes presentó la guerra como una especie de enfrentamiento cósmico entre el bien y el mal. Al hablar de incidentes específicos, saca a relucir a varios “expertos”, como Steven Seagal, otrora estrella de las artes marciales nacida en Estados Unidos y que ahora es ciudadano ruso, quien impulsó la narrativa del Kremlin de que sucedió una explosión en julio en un campo de internamiento ruso en el este de Ucrania que mató a más de 50 prisioneros de guerra había sido causada por cohetes HIMARS suministrados por Estados Unidos. Funcionarios ucranianos y occidentales sostienen que la evidencia sugiere que los rusos planearon un ataque a la prisión, incluida la excavación de tumbas antes de la explosión, y que el daño a las instalaciones era inconsistente con un ataque de esos misiles.
En los medios de comunicación del Estado, Rusia es un pilar de los valores tradicionales, un país destinado a prevalecer sobre el pantano moral de Occidente. Hay una obsesión diaria con los asuntos LGBTQ. Ver la televisión rusa es tener la impresión de que la comunidad gay dirige el decadente mundo occidental. A pesar de la conmoción y el horror que profesan, los medios de comunicación rusos emiten con avidez imágenes con representaciones escabrosas de la vida gay.
Uno de los programas de entrevistas más populares informó sobre una petición bromista publicada recientemente en el sitio web presidencial de Ucrania que pedía el reemplazo en Odesa de una estatua de la emperatriz Catalina la Grande con una de Billy Herrington, una estrella estadounidense del cine para adultos gay, quien murió en 2018. El programa ruso ilustró la historia con clips de Herrington vistiendo calzoncillos tipo Speedo y luchando con otro hombre musculoso, vestido de manera similar en un vestuario.
El alcance asombroso de las bajas rusas en Ucrania sigue siendo velado en los medios de comunicación rusos; solo el Ejército ucraniano sufre grandes pérdidas. El sufrimiento de los civiles ucranianos es casi invisible. Hay historias emotivas sobre muertes individuales, aunque la reacción no siempre es la que el Kremlin podría haber esperado.
Un reportaje reciente sobre Aleksei Malov, un sargento sénior de 32 años y comandante de tanque ruso que murió en los combates, no mencionaba cómo había muerto. En su lugar, se concentraba en cómo sus padres habían gastado lo que los rusos llaman “dinero del ataúd”, una indemnización por fallecimiento pagada por el gobierno.
“Compramos un auto nuevo en memoria de nuestro hijo”, relató el padre, añadiendo que su primer viaje en su Lada Granta blanco fue al cementerio del pueblo.
La noticia, emitida en Vesti Nedeli, causó un gran revuelo. Los críticos de la guerra la tacharon de propaganda despiadada y torpe, mientras que sus partidarios alabaron el reportaje por ilustrar cómo los rusos apoyan el conflicto a pesar de las consecuencias.
La televisión estatal ha restado importancia a los crecientes ataques ucranianos en la península de Crimea, un territorio estratégica y simbólicamente importante, pero las imágenes en redes sociales de los disparos antiaéreos sobre Crimea comenzaron a ejercer presión política interna sobre el Kremlin para que actuara. La realidad visceral de la guerra, sobre todo el hecho de que el territorio ya reclamado por Rusia no era inmune, se puso de manifiesto tanto por los ataques a Crimea como por lo que los investigadores calificaron como un asesinato premeditado en Moscú.
Daria Dugina, de 29 años, hija de un famoso nacionalista, y también alguien que defendió la guerra y las políticas bélicas de Rusia, fue asesinada por un coche bomba a última hora del sábado, un hecho que los medios de comunicación oficiales adjudicaron a Ucrania y a sus partidarios occidentales.
RT, cadena de televisión del Estado, citó a Zakhar Prilepin, un novelista conservador y veterano de la guerra de Ucrania, al decir que Occidente había “acostumbrado” a Ucrania a ese tipo de acciones. Varios comentaristas habituales de los programas de debate político de la semana recurrieron a las redes sociales para exigir que el Kremlin sea más duro con Ucrania.
Sin embargo, las alusiones al costo de la guerra siguen siendo la excepción, pues los telediarios y los programas de entrevistas se han desviado hacia un sinfín de temas económicos y sociales para tratar de hacer hincapié en la idea de que Rusia está inmersa en un amplio conflicto con Occidente, así lo señaló Francis Scarr, de BBC Monitoring, que pasa varias horas diarias viendo la televisión rusa.
Los medios de comunicación oficiales culpan a las armas occidentales enviadas a Ucrania de prolongar los combates, al tiempo que insisten en que esas armas no son muy eficaces.
Los informes rara vez mencionan el dolor infligido a Rusia derivado de las sanciones occidentales, que son universalmente desestimadas como limitadas. En cambio, cuentan cómo las sanciones perjudican mucho más a los occidentales.
La idea de que Occidente no puede vivir sin Rusia surge de manera repetida. Los expertos predicen alegremente que perder el acceso al gas ruso provocará una crisis energética en Europa, con consumidores incapaces de pagar las altísimas facturas de energía impuestas por los políticos indiferentes.
“En este momento, cientos de millones de europeos se enfrentan a un invierno duro y frío, al que es poco probable que Europa sobreviva”, dijo recientemente Yevgeny Popov, presentador de 60 Minutos, un programa de entrevistas políticas.
Los asuntos internos pasan a segundo plano frente a los externos, algo que ya ocurría antes de la invasión. El 9 de agosto, una serie de explosiones impactaron una base aérea rusa en Crimea, el ataque más osado que se ha ejecutado en la península ocupada desde que comenzó la guerra, pues causó una destrucción significativa, incluyendo no menos de ocho aviones de guerra, y el fallecimiento de al menos una persona.
Sin embargo, los programas rusos de máxima audiencia dedicaron mucho más tiempo a discutir la redada del FBI en la casa del expresidente Donald Trump.
Lev Gudkov, director de investigación del Centro Levada, una organización independiente de encuestas, señaló que al comienzo de la guerra, la televisión fue una fuente de información confiable para el 75 por ciento de los rusos. Desde entonces, la confianza ha disminuido, indicó, después de que quedara claro que lo que el Kremlin llama su “operación militar especial” en Ucrania no sería un juego de niños.
Sin embargo, la audiencia televisiva de mayor edad es especialmente susceptible a la retórica anti-OTAN y antiestadounidense, dijo, porque les fue inculcada cuando estaban en edad escolar, y la idea de reconstruir el poder y la magnitud del imperio soviético atrae a muchos.
Los analistas señalan que, a largo plazo, el manual de propaganda rusa ofrece pocas novedades, aunque los detalles cambian con el tiempo. A lo largo de la era soviética, las alarmas de que las potencias occidentales estaban empeñadas en socavar a Rusia —a menudo ciertas— eran el pan de todos los días, al igual que las afirmaciones de que esas potencias se estaban desmoronando.
El gobierno explica la hostilidad europea y estadounidense al decir, según Gudkov, que “Rusia se está fortaleciendo y por eso Occidente trata de interponerse en el camino de Rusia”, parte de una línea retórica general que describió como “mentiras descaradas y demagogia”.
A medida que la televisión estatal aviva la confrontación, los guerreros de los programas de entrevistas se tornan “más enojados y agresivos”, dijo Ilya Shepelin, quien transmite una reseña de prensa rusa en YouTube para la organización opositora fundada por Aleksei A. Navalny, el crítico del Kremlin que está encarcelado.
A veces, las acusaciones formuladas contra los adversarios extranjeros son francamente extrañas. El periódico Kommersant citó recientemente a legisladores rusos diciendo que algunos soldados ucranianos fueron sometidos a experimentos biológicos estadounidenses que los convirtieron en “monstruos crueles y mortales”. Un científico ruso citado en el reportaje desestimó la afirmación por inverosímil.
Forzosamente, los informes del este de Ucrania describen la vida bajo el control ruso como algo que mejora de manera constante. Cuando los presentadores de noticias pasan a un reportaje en vivo desde el frente, la pregunta más habitual es esta: “¿Qué éxitos vas a reportar hoy?”, señaló Scarr, de BBC Monitoring.
“Hay un enfoque automático en eso”, aseguró. “Siempre hablan de los éxitos de Rusia y de los fracasos de Ucrania”.
A finales de marzo, el Kremlin dijo que habìan muerto 1351 rusos, pero esa cifra no ha sido actualizada. Los funcionarios estadounidenses estiman que el número podría ser de 20.000. Solo hay reportes dispersos sobre muertes heroicas de algunos soldados como el sargento Malov.
Quienes quedaron consternados por esa noticia la calificaron como un burdo intento de subrayar los beneficios financieros para los familiares de las tropas que mueren en un momento en que Rusia lucha por encontrar los soldados que necesita. El episodio fue eliminado de los archivos en línea del programa.
Marina Akhmedova, una periodista aliada del Kremlin, insinuó en Telegram que los detractores no estaban al tanto de la realidad de la mayoría de los rusos.
“No todos son lo suficientemente ricos como para escapar a Europa y comer pain au chocolat por la mañana”, escribió. “Para muchas personas, un Lada es fundamental, como lo es el hecho de poder llegar al cementerio para hablar con su hijo”.
Los críticos convirtieron el segmento en un meme, un eslogan burlón contra la guerra diseñado para hacer referencia a una famosa pegatina que celebra la victoria de Rusia en la Segunda Guerra Mundial.
Ese lema dice: “Gracias, abuelo, por la victoria”.
El meme dice: “Gracias, hijo, por el auto”.
Catalina Lobo-Guerrero colaboró en este reportaje.
Neil MacFarquhar es corresponsal nacional. Antes, como jefe del buró de Moscú, estuvo en el equipo que ganó el Premio Pulitzer por Reportaje Internacional en 2017. Pasó más de 15 años reportando desde el Medio Oriente, cinco de ellos como jefe de la corresponsalía en El Cairo y ha escrito dos libros sobre la región. @NeilMacFarquhar.