Aunque el presidente de Rusia, Vladimir Putin, ya ha perseguido a sus enemigos en el extranjero, sus agentes de inteligencia ahora parecen preparados para cruzar una línea que antes evitaron: intentar matar a un valioso informante del gobierno de Estados Unidos en territorio estadounidense.
La operación clandestina, la cual buscaba eliminar a un informante de la CIA en Miami que había sido un alto funcionario de inteligencia ruso hace más de una década, representó una expansión descarada de la campaña de asesinatos selectivos de Putin. También fue una señal de un declive peligroso, incluso entre servicios de inteligencia que han tenido una historia tensa durante mucho tiempo.
“Los límites desaparecieron para Putin hace tiempo”, opinó Marc Polymeropoulos, un exfuncionario de la CIA que supervisó operaciones en Europa y Rusia. “Los quiere a todos muertos”.
El atentado fracasó, pero las secuelas se convirtieron en parte en una espiral de represalias entre Estados Unidos y Rusia, según tres ex altos funcionarios estadounidenses que hablaron bajo la condición de permanecer en el anonimato para opinar sobre aspectos de un plan que supuestamente iba a ser secreto y sus consecuencias. Después ocurrieron sanciones y expulsiones, incluidas las de altos funcionarios de inteligencia de Moscú y Washington.
El objetivo era Aleksandr Poteyev, un exagente de inteligencia ruso que reveló información que condujo a una investigación del FBI que duró años y gracias a la cual en 2010 se atrapó a 11 espías que vivían encubiertos en suburbios y ciudades de la Costa Este. Habían adoptado nombres falsos y tenían empleos comunes y corrientes como parte de un ambicioso intento del Servicio de Inteligencia Exterior (SVR, por su sigla en ruso), la agencia rusa de inteligencia para el extranjero, de reunir información y reclutar a más agentes.
Conforme una iniciativa del gobierno de Barack Obama por restablecer las relaciones, se llegó a un acuerdo que buscaba aliviar las tensiones: 10 de los 11 espías fueron detenidos y expulsados a Rusia. A cambio, Moscú liberó a cuatro presos rusos, entre ellos Sergei Skripal, un excoronel del servicio de inteligencia militar que fue condenado en 2006 por vender secretos al Reino Unido.
El intento de asesinato de Poteyev se revela en la edición británica del libro Spies: The Epic Intelligence War Between East and West, que publicará la editorial Little, Brown el 29 de junio. El libro es obra de Calder Walton, un académico especializado en seguridad nacional e inteligencia en la Universidad de Harvard. The New York Times confirmó de manera independiente su trabajo y está informando por primera vez sobre los amargos efectos colaterales de la operación, incluidas las represalias que se produjeron una vez que se dio a conocer.
Según el libro de Walton, un funcionario del Kremlin afirmó que era casi seguro que un asesino a sueldo, o un Mercader, daría caza a Poteyev. Ramón Mercader, un agente de José Stalin, se coló en el estudio de León Trotsky en Ciudad de México en 1940 y le clavó un piolet en la cabeza. Basándose en entrevistas con dos funcionarios de los servicios de inteligencia estadounidenses, Walton llegó a la conclusión de que la operación era el comienzo de “un Mercader moderno” enviado para asesinar a Poteyev.
Los rusos han utilizado durante mucho tiempo sicarios para silenciar a los enemigos percibidos. Uno de los más célebres en el cuartel general del SVR en Moscú es el coronel Grigory Mairanovsky, un bioquímico que experimentó con venenos letales, según un antiguo funcionario de inteligencia.
Putin, otrora oficial de la KGB, no ha ocultado su profundo desdén por los desertores de los servicios de inteligencia, en particular los que ayudan a Occidente. El envenenamiento de Skripal a manos de agentes rusos en Salisbury, Gran Bretaña, en 2018, fue indicio de una escalada en las tácticas de Moscú e intensificó los temores de que no dudaría en hacer lo mismo en las costas estadounidenses.
El ataque, en el que se utilizó un agente nervioso (neurotóxico) para enfermar a Skripal y a su hija, provocó una oleada de expulsiones diplomáticas en todo el mundo, mientras el Reino Unido recababa el apoyo de sus aliados en un intento de dar una respuesta contundente.
El incidente hizo saltar las alarmas en la CIA, donde los funcionarios temían que antiguos espías que se habían trasladado a Estados Unidos, como Poteyev, se convirtieran pronto en blancos.
Desde hacía tiempo, Putin había prometido que iba a castigar a Poteyev. Sin embargo, antes de que lo pudieran arrestar, Poteyev huyó a Estados Unidos, donde la CIA lo reubicó conforme un programa ultrasecreto cuyo objetivo era proteger a exespías. En 2011, un tribunal de Moscú lo condenó en ausencia a décadas de prisión.
Poteyev parecía haberse esfumado, pero, en cierto momento, la inteligencia rusa envió agentes a Estados Unidos para encontrarlo, aunque sus intenciones seguían sin estar claras. En 2016, los medios de comunicación rusos informaron que había muerto, lo cual algunos expertos en inteligencia creyeron que podía ser un ardid para hacerlo salir. De hecho, Poteyev estaba vivo y residía en la zona de Miami.
Ese año, obtuvo una licencia de pesca y se registró como republicano para poder votar, todo con su nombre real, según los registros estatales. En 2018, un medio reveló el paradero de Poteyev.
Las preocupaciones de la CIA no eran injustificadas. En 2019, los rusos emprendieron una elaborada operación para encontrar a Poteyev, para la cual obligaron a cooperar a un científico de Oaxaca, México.
El científico, Héctor Alejandro Cabrera Fuentes, era un espía improbable. Estudió microbiología en Kazán, Rusia, y luego, obtuvo su doctorado en esa materia en la Universidad de Giessen, Alemania. Era un motivo de orgullo para su familia, con un historial de obras de caridad y ningún pasado delictivo.
Sin embargo, los rusos utilizaron a la pareja de Fuentes para influir en él. Fuentes tenía dos esposas: una rusa que vivía en Alemania y otra en México. En 2019, a la esposa rusa y a sus dos hijas no se les permitió salir de Rusia cuando intentaban regresar a Alemania, según documentos judiciales.
En mayo de ese año, cuando Fuentes viajó para visitarlas, un funcionario ruso se puso en contacto con él y le pidió verlo en Moscú. En una reunión, el funcionario le recordó a Fuentes que su familia estaba atrapada en Rusia y que, tal vez, según los documentos judiciales, “podríamos ayudarnos mutuamente”.
Unos meses más tarde, el funcionario ruso le pidió a Fuentes que consiguiera un apartamento al norte de Miami Beach, donde vivía Poteyev. Con instrucciones de no rentar el apartamento a su nombre, Fuentes le dio 20.000 dólares a un colaborador para que lo hiciera.
En febrero de 2020, Fuentes viajó a Moscú, donde se reunió de nuevo con el funcionario ruso, quien le dio una descripción del vehículo de Poteyev. El ruso le dijo a Fuentes que debía encontrar el auto, obtener el número de su placa y tomar nota de su ubicación física. Le aconsejó a Fuentes que se abstuviera de tomar fotografías, presuntamente para eliminar cualquier prueba incriminatoria.
No obstante, Fuentes llevó la operación al fracaso. Cuando ingresaba al complejo, intentó esquivar la puerta de entrada pegándose en la parte trasera de otro vehículo, lo cual atrajo la atención de los guardias de seguridad. Mientras lo estaban interrogando, su esposa se alejó para fotografiar las placas de Poteyev.
A Fuentes y su esposa se les ordenó que se fueran, pero las cámaras de seguridad captaron el incidente. Dos días después, Fuentes intentó volar a México, pero los agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos lo detuvieron y registraron su teléfono, donde descubrieron la fotografía del vehículo de Poteyev.
Después de ser arrestado, Fuentes les dio detalles del plan a los investigadores estadounidenses. Creía que el funcionario ruso con el que se había reunido trabajaba para el Servicio Federal de Seguridad (FSB, por su sigla en ruso), la agencia rusa de seguridad interior. No obstante, las operaciones encubiertas en el extranjero suelen estar a cargo del SVR, que remplazó a la KGB, o el Departamento Central de Inteligencia (GRU, por su sigla en ruso), la agencia rusa de inteligencia militar.
Uno de los exfuncionarios señaló que Fuentes, al ignorar la importancia del objetivo, se limitaba a recopilar información para que los rusos la utilizaran más tarde.
El abogado de Fuentes, Ronald Gainor, se rehusó a ofrecer comentarios.
La trama, junto con otras actividades rusas, provocó una dura respuesta del gobierno estadounidense. En abril de 2021, Estados Unidos impuso sanciones y expulsó a 10 diplomáticos rusos, incluido el jefe de estación de la RVS, que estaba destinado en Washington y al que le quedaban dos años de misión, según declararon dos antiguos funcionarios estadounidenses. Expulsar al jefe de estación puede ser increíblemente perturbador para las operaciones de inteligencia, y los funcionarios de la agencia sospechaban que era probable que Rusia buscara represalias contra su homólogo estadounidense en Moscú, a quien solo le quedaban semanas en ese cargo, dijeron los funcionarios.
“No podemos permitir que una potencia extranjera interfiera impunemente en nuestro proceso democrático”, dijo el presidente Joe Biden en la Casa Blanca al anunciar las sanciones. No mencionó la trama en la que estaba implicado Fuentes.
Por supuesto, Rusia expulsó a 10 diplomáticos estadounidenses, incluido el jefe de estación de la CIA en Moscú.
Adam Entouscolaboró con la reportería.
Ronen Bergman es reportero de The New York Times Magazine y vive en Tel Aviv. Su libro más reciente es Rise and Kill First: The Secret History of Israel’s Targeted Assassinations, publicado por Random House.
Adam Goldman reporta sobre temas del FBI y la seguridad nacional desde Washington, D. C., y ha ganado el Premio Pulitzer en dos ocasiones. Es coautor de Enemies Within: Inside the NYPD’s Secret Spying Unit and bin Laden’s Final Plot Against America. @adamgoldmanNYT
Julian E. Barnes es un reportero de seguridad nacional afincado en Washington que cubre las agencias de inteligencia. Antes de integrarse al Times en 2018, escribía de asuntos de seguridad para The Wall Street Journall. @julianbarnes • Facebook