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Internacional

Uruguay miró a China y aprendió una sobre los riesgos del comercio

La noticia de que Uruguay estaba en busca de un acuerdo comercial con China provocó júbilo en el rancho El Álamo, una exuberante extensión de pasto salpicada de cactus y hatos de ganado en las llanuras del este de Uruguay.

La mayor parte del ganado está destinada a los clientes de China, donde enfrentan aranceles del 12 por ciento, más del doble de la tasa aplicada a la carne de Australia, el mayor exportador de carne a China. Los ganaderos de Nueva Zelanda, el segundo exportador más grande, tiene acceso sin aranceles a China.

Habría que incorporar el acuerdo comercial, opinó Jasja Kotterman, quien se encarga de la administración del rancho familiar. Eso, dijo, “nivelaría el campo de juego para nosotros”.

Pero, en fechas más recientes, el entusiasmo prevaleciente en este país sudamericano ha dado paso a la resignación de que es poco probable que pronto haya algún acuerdo comercial con China. Lo que se vio como una nueva oportunidad para Uruguay ha devenido en una advertencia sobre los escollos de la política comercial para los países pequeños que se enfrentan a reajustes geopolíticos complejos.

El presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, ha apostado su legado económico a firmar un acuerdo comercial con China. “Tenemos toda la intención de sí, de terminarlo” durante su gobierno, señaló en julio pasado cuando anunció el inicio de las negociaciones formales. China estaba dispuesta a hablar sobre un acuerdo bilateral con Uruguay.

Pero las aspiraciones de Uruguay provocaron enojo y reproches en los países vecinos de Brasil y Argentina, así como lo que fue visto como una revancha económica. Al igual que Uruguay y Paraguay, estos países pertenecen a Mercosur, una alianza establecida hace más de tres décadas para promover el comercio de la región.

En meses recientes, Brasil ha relegado a Uruguay a un segundo plano mientras busca un acuerdo comercial más amplio con China en representación del bloque.

“Queremos reunirnos como Mercosur y hablar sobre un acuerdo Mercosur-China con nuestros colegas chinos”, señaló el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, durante una visita que hizo en enero a Montevideo, la capital de Uruguay.

En abril, Lula viajó a China, donde recibió un trato preferencial, el cual incluyó una visita con el dirigente del país, Xi Jinping.

“Nadie le va a prohibir a Brasil mejorar su relación con China”, aseveró Lula.

Fuera cual fuera el interés que el gobierno chino hubiera tenido en firmar un acuerdo con Uruguay, un razonamiento basado en aritmética pura pronto lo condujo a concentrarse en Brasil: Uruguay es un país de 3,4 millones de personas, mientras que Brasil es la economía sudamericana más grande y cuenta con 214 millones de habitantes.

No obstante, pese al interés expreso del presidente brasileño por negociar un acuerdo comercial, las posibilidades de un acuerdo entre Mercosur y China parecen mínimas o inexistentes.

Mercosur, una organización que ha tenido un avance lento plagado de desavenencias internas, ha pasado más de 20 años intentando concretar las negociaciones de un acuerdo comercial con la Unión Europea. Además, Paraguay, uno de sus países miembros, no tiene ninguna relación con Pekín, sino que más bien tiene relaciones con Taiwán. Tan solo eso, prácticamente anula las posibilidades de que haya un acuerdo entre Mercosur y China.

Todo esto aumentó la posibilidad de que Uruguay terminara dañando sus acuerdos con sus vecinos sin obtener ganancias económicas.

A Uruguay se le está usando como ficha de negociación para que China negocie con Brasil, afirmó Kotterman, el supervisor del rancho El Álamo, mientras una luna llena proyectaba un resplandor plateado sobre el pasto.

El intento de Uruguay para llegar a un acuerdo comercial con China no solo respondía a decidir el destino final de sus reses. Su gobierno quería redefinir los términos de participación con el resto del planeta y al mismo tiempo separar al país del legado de proteccionismo comercial que ha prevalecido en las economías más grandes de Sudamérica.

De forma expresa, veía a China como un contrapeso a la supremacía de Estados Unidos en el hemisferio.

Las organizaciones sindicales se opusieron a la perspectiva de un acuerdo por ser una amenaza a los empleos con salarios más elevados en las fábricas, mientras que los políticos —algunos dentro de la coalición gobernante— denunciaron la aproximación del presidente a China como un riesgo para la seguridad nacional.

Pero la principal fuente de preocupación se centraba en las consecuencias de una posible ruptura al interior de Mercosur, formado en 1991.

Mercosur funciona como un colectivo para establecer aranceles con el resto del mundo. Al buscar su propio acuerdo con China, Uruguay estaba violando la unidad del grupo, ya que abriría sus mercados a los productos manufacturados en China a cambio de menores aranceles a la carne que se exporta a China. Las ventas adicionales de los ranchos en Uruguay serían a costa de los productores de carne en Brasil y Argentina.

[Abajo: Un toro de un rebaño Wagyu premiado en la ganadería El Álamo.]

Se considera que Mercosur está muy rezagado en cuanto a sus objetivos de impulsar un mercado común en Sudamérica. Sus presuntos esquemas para promover el comercio con frecuencia se han visto obstaculizados por los intereses de las industrias políticamente poderosas de Brasil y Argentina. Estos dos países han logrado obtener decenas de exenciones que han librado a sus empresas de tener que competir con otras del bloque.

Sin embargo, muchos líderes regionales apuestan en la cooperación como la clave para lograr la prosperidad y liberar al continente de su dependencia excesiva de la extracción de materias primas y los cultivos básicos como la soya.

Los defensores de Mercosur dicen que la alianza es la única forma en que sus miembros pueden construir mercados energéticos comunes, carreteras internacionales y otra infraestructura necesaria para avanzar en la manufactura.

Mercosur también se ha presentado como una alternativa a la dependencia de Estados Unidos.

Mercosur, señaló Martín Guzmán, quien fue ministro de Economía de Argentina, es importante y debería serlo más. “Yo no veo una salida al problema del estancamiento en el continente si no es a través de una mayor integración”.

Guzmán criticó el objetivo de Uruguay de firmar un acuerdo comercial con China por considerarlo una amenaza para el bloque y dijo que, si todos los miembros decidieran proceder de esa forma, a largo plazo tendría un costo.

Los exportadores de Uruguay prefirieron enfocarse en los beneficios potenciales: una oportunidad mayor para vender en China, hogar de 1400 millones de personas.

Facundo Márquez se centró en la perspectiva de más ventas para su empresa, Polanco Caviar, que cría esturiones en jaulas en el río Negro, en el centro de Uruguay. El aumento de los ingresos en China ha generado un creciente apetito por el caviar, pero los productores chinos han estado casi completamente protegidos de la competencia extranjera.

Ninguna industria tenía más que ganar que la industria de la carne de vacuno.

Según el Instituto Nacional de Carnes, una agencia gubernamental en Montevideo, Uruguay exporta más o menos el 80 por ciento de su carne y obtiene cerca de 3000 millones de dólares anuales. Pero los productores de carne del país enfrentan aranceles del 26 por ciento en Estados Unidos y más del 45 por ciento en la Unión Europea, después de agotar las pequeñas cuotas.

Eso hace que China sea el foco evidente, y también da lugar a un discurso amargo de que Washington se ha rehusado a negociar un acuerdo comercial para abrir el mercado estadounidense a las exportaciones de carne uruguaya.

Estados Unidos habla mucho sobre cuánto valora la democracia y los derechos humanos de Uruguay, comentó Conrado Ferber, presidente del Instituto Nacional de Carnes. Pero, se quejó, a fin de cuentas “nos da la espalda”. Añadió que ese era el motivo por el que estaban en tratos con China.

Jorge González, quien administra un rastro en Lavalleja, un modesto departamento de Uruguay, aprecia en especial a los compradores chinos porque ellos compran la res entera. Por lo general, a los compradores europeos solo les interesan las porciones óptimas que conforman menos de la mitad de la vaca. Los estadounidenses compran un poco más y convierten los cortes menos valiosos en carne para hamburguesa. Pero en China, la diversidad de ofertas culinarias, como el estofado, genera demanda de incluso porciones en rebanadas delgadas de la carne menos valiosa.

González, de 56 años, compra ganado de los ranchos de los alrededores y lo envía a una línea de producción donde los trabajadores destazan a los animales, los convierten en carne y empacan los cortes. González exporta la mayor parte de su producción a todo el mundo en barcos contenedores; el 70 por ciento se va a China.

Su planta tiene suficiente capacidad para sacrificar cerca de 100.000 reses por año, aproximadamente el doble de lo que está manejando ahora. Un acuerdo comercial con China motivaría a los ganaderos locales a producir más, añadió.

González alberga la esperanza de que se pueda lograr algún tipo de acuerdo comercial con China debido a los méritos de Uruguay como productor de alimentos. Este país tiene enormes extensiones de tierra y casi cuatro veces más reses que personas, lo cual lo hace un lugar muy eficaz de producción de carne para exportación.

Los chinos buscan garantizar su suministro de alimentos, aseguró González.

El rancho El Álamo es uno de los proveedores de González. Allí, Kotterman y su familia están apostando por otro aspecto del mercado chino: el creciente apetito por la carne de res de primera calidad.

Durante los últimos cinco años, su rancho ha realizado una inversión significativa en la cría de un rebaño creciente de Wagyu, vacas criadas originalmente en Japón que son famosas por su extraordinaria ternura y marmoleado. El Álamo le ha estado pagando a González para beneficiar su Wagyu, vendiendo la carne directamente a compradores en China.

Hay peores lugares para ser una vaca que las onduladas colinas del rancho de 5600 hectáreas. Los gauchos partían al amanecer montando caballos reales, arreando vacas hacia pastos verdes flanqueados por arboledas sombreadas de eucaliptos. En una mañana reciente, mientras un sol pálido se esforzaba por penetrar la niebla, un veterinario revisaba cuál de las vacas estaba preñada.

El padre de Kotterman, Raymond De Smedt, teme que la política en América del Sur esté conspirando para sabotear la economía.

Para él, China es el futuro. Mercosur es el pasado.

Para él, la alianza “es un pato muerto”. Considera que estarían mejor sin Mercosur, y “cada uno haciendo lo que quiere”.

Laurence Blair contribuyó con este reportaje desde Uruguay.

Peter S. Goodman es corresponsal de economía europea con sede en Londres. Fue corresponsal económico nacional en Nueva York. También trabajó en The Washington Post como corresponsal en China y fue editor global en jefe del International Business Times.

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