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Por qué la hija del líder de Corea del Norte no llegará al poder

Desde el fundador del país, Kim Il-sung, hasta Kim Jong-il y ahora Kim Jong-un, el poder en Corea del Norte se ha transmitido deliberadamente de padres a hijos. A lo largo de tres generaciones, cada hombre ha sido declarado líder supremo y gobernado mediante una fórmula exclusivamente norcoreana centrada en él, el suryong. La ideología del Estado, llamada juche, mezcla socialismo y confucianismo, un sistema jerárquico que sitúa a los hombres por encima de las mujeres y limita las actividades de estas últimas. En la teoría socialista de la gran familia en Corea del Norte, la sociedad es un organismo formado por “el suryong (el gran líder) como núcleo, rodeado por el partido y el pueblo, cada uno con una relación inseparable dentro de una comunidad unida por un destino común”, escribió Kim Won-hong en un informe de 2014, “Las mujeres de Corea del Norte: Un vistazo más cercano a la vida cotidiana”. El núcleo, por supuesto, es la cabeza de familia, el patriarca.

Durante cientos de años, la costumbre coreana ha designado como heredero al hijo mayor; Kim Jong-un, el hijo menor, fue designado solo después de que su padre rechazó a sus dos hermanos. Las probabilidades no están a favor de Ju-ae, puesto que, según el Servicio Nacional de Inteligencia de Corea del Sur, se cree que Kim Jong-un tiene al menos un hijo, el hermano mayor de Ju-ae, y un tercer hijo cuyo sexo no se conoce públicamente. Corea del Norte está experimentando “un viento de cambio en cuanto al género”, dijo Koo Hae-woo, exagente de alto rango en la agencia de espionaje, pero sigue pensando que solo habrá “un hombre en la cima”.

Las barreras de género son evidentes en toda Corea del Norte, quizá más ahora que cuando se fundó el país tras la Segunda Guerra Mundial. Para construir su imperio, Kim Il-sung promovió la igualdad de derechos para impulsar la contribución de las mujeres a la economía y la sociedad. Una ley otorgó a las mujeres el derecho a votar y a postularse a cargos públicos, y se creó la Unión Democrática de Mujeres. Pero en la década de 1990, el Estado se hundió en una crisis económica y una hambruna mortal. Las familias solo sobrevivieron porque las mujeres casadas asumieron el doble papel de sostén económico y ama de casa.

Según el relator especial de las Naciones Unidas sobre los derechos humanos en Corea del Norte, los “estereotipos de género generalizados” siguen siendo la causa fundamental de la discriminación contra la mujer. “A las mujeres se las llama ‘flores’. El aspecto de las mujeres —vestimenta, peinado e incluso maquillaje— está sometido al control del Estado”, escribió Elizabeth Salmón en su informe de febrero. Según ella, la violencia de género está normalizada: “Muchas mujeres en el país se han enfrentado a agresiones sexuales y violaciones, sobre todo por parte de hombres en puestos de autoridad con total impunidad”. Alrededor del 72 por ciento de las personas que han huido a Corea del Sur son mujeres, según el informe. Una decena de mujeres desertoras que habían sido arquitectas y médicas me contaron que, aunque solo podían vender chatarra o trabajar en los baños públicos de Seúl, eran más felices y recibían un trato más justo.

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