Pude comunicarme con gente que había pasado por cosas parecidas, pero lo más importante es que aprendí que muchas personas están dispuestas a tender la mano con amabilidad solo porque sí. Amigos de la universidad en Estados Unidos me financiaron la renta y dinero para comida y productos básicos durante un mes cuando no me alcanzó; también pagaron mi solicitud de visado parental.
Viejos amigos de todas las épocas de mi vida, así como gente que no conocía, me tendieron la mano para ayudarme a sobrevivir. Su generosidad reavivó mi fe en mí y en los demás, y me ayudó a imaginar un futuro mejor, en el que yo pudiera ofrecer esa misma ayuda a otros padres solteros que se sentían solos en sus espacios.
Por la noche, cuando mi bebé o mi ansiedad me despertaban, me calmaba leyendo anuncios inmobiliarios, soñando con una casa no solo para nosotros sino para otras familias monoparentales, una residencia con guardería en la que pudiéramos turnarnos para vigilar. Anhelaba darles a otros padres solteros lo que yo más necesitaba: un descanso de la hipervigilancia de la soledad.
En una noche de insomnio, encontré un lugar que pensé que podría funcionar: una antigua fábrica de tejidos en la costa oeste de Irlanda, con un precio bajo porque llevaba años en el mercado. El vendedor aceptó un plan de alquiler con opción a compra, pero me dijo que tenía que darle por adelantado el alquiler de todo un año.
Apenas tenía para un mes. Esa noche me fui a la cama llena de una nostalgia cercana a la desesperación. Pero les conté mi idea a las comunidades en línea e hice algo que ellas con su amor me habían enseñado a hacer: pedí ayuda. Luego me fui a dormir.
Cuando desperté, descubrí que un rebaño de amigos y desconocidos nos había cuidado a mi hijo y a mí mientras dormíamos. Ya había varios meses de renta financiados, y en pocos días estaba cubierto todo el año.
Después de que mi bebé y yo nos mudamos, pasé los dos años siguientes financiando de manera colectiva la compra de la fábrica de tejidos y renovándola para recibir huéspedes. Corté zarzas, levanté vallas, fregué paredes mohosas y quité telarañas. Y cada día hablaba en internet de mi sueño de una casa familiar que pudiera acoger a otras familias, y más desconocidos y amigos se sumaron para apoyar.