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La música regional mexicana encuentra más oídos. Y Peso Pluma ayuda

Génesis, el álbum del cantautor mexicano Peso Pluma que salió a la venta el 22 de junio, tiene todo para convertirse en un éxito de ventas. Los sencillos que presentó previo a lanzamiento del disco ya han sido escuchados decenas de millones de veces. Otras canciones que Peso Pluma sacó este año han acumulado cientos de millones de reproducciones, entre ellas “Ella baila sola”, su colaboración con el grupo Eslabón Armado, que alcanzó el número 4 en la lista Hot 100 de Billboard.

Peso Pluma —Hassan Emilio Kabande Laija, de 24 años— está a la vanguardia comercial entre los jóvenes músicos mexicanos y mexicanoestadounidenses que están actualizando sonidos antiguos para un público nuevo y extenso, en canciones conocidas como corridos tumbados o corridos trap.

Pero no está solo. Artistas como Natanael Cano, Grupo Frontera, Banda MS, Grupo Firme y Junior H también han ampliado el público para la variedad de estilos que en Estados Unidos se agrupan bajo el nombre de “música regional mexicana” (en México existen distinciones matizadas entre estilos y formas de las canciones).

La música regional mexicana es una alternativa folklórica y orgánica a casi todo el pop de superventas que se ha hecho a lo largo de esta última década. No se basa en computadoras, sino en instrumentos tocados a mano, en su mayoría acústicos: guitarras, acordeones, metales e instrumentos de viento. Muchos de sus grandes éxitos, como “Ella baila sola”, de hecho, son valses.

En México, la región del suroeste de Estados Unidos y California, la música regional ya es popular desde hace décadas, e incluye elementos que también se usan en la música country y el rock. Intérpretes de raíces mexicanas —como Selena, Ritchie Valens, Question Mark and the Mysterians, Jerry Garcia de los Grateful Dead, Freddy Fender, Carlos Santana y Los Lobos— llevan mucho tiempo dejando claro que en Estados Unidos la música tiene vínculos con México, los cuales pocas veces se reconocen.

En cierto modo, la ampliación de la audiencia de la música regional mexicana parece una inevitabilidad demográfica. El censo de Estados Unidos de 2021 contabilizó 38 millones de estadounidenses de origen mexicano, de lejos el mayor subgrupo latino. Obviamente, su música no iba a quedar fuera del radar pop para siempre.

La vieja historia del pop —una de ellas, al menos— es la de la música que surge a nivel local y, a pesar de las dificultades, consigue llegar a un público cada vez más amplio. Comienza con aguerridos compositores principiantes, producción casera, referencias internas y jerga local. Luego, a medida que cobra impulso, la música se adapta a nuevos oyentes que pueden no conocer o no interesarse por el contexto inicial. Los sonidos se vuelven más suaves, las letras se generalizan. Se produce una especie de mestizaje.

La música regional mexicana no ha descartado las posibilidades de mestizaje. Cano, pionero de los corridos tumbados a fines de la década de 2010, incluyó en su disco de 2022, NataKong, producciones electrónicas influidas por el trap, así como canciones acústicas, además de contar con la colaboración del productor de música electrónica Steve Aoki para una canción, “Kong 2.0.”. Bad Bunny ha aportado sus propios versos del reguetón (muy diferentes de las melodías de los corridos tumbados) a canciones regionales mexicanas de Cano y de la banda texana Grupo Frontera, que tuvo uno de sus propios éxitos al reelaborar con astucia una conocida canción colombiana, “No se va”, de Morat, en una cumbia de estilo mexicano.

Antes del lanzamiento de su álbum, Peso Pluma realizó colaboraciones poco convencionales: hizo un dueto con el cantante mexicano Yng Lvcas en una canción de reguetón, “La bebe”; lanzó un sencillo con el productor electrónico argentino Bizarrap (“BZRP Music Sessions, Vol. 55”) y rapeó en “Plebada” junto al rapero dembow dominicano El Alfa.

Pero tener una canción como “Ella baila sola” entre los primeros 10 lugares de éxitos en Estados Unidos demuestra que las tácticas de mestizaje ya no son obligatorias. Las canciones son en español; los instrumentos son acústicos y muy distantes de la norma electrónica del pop. Y aunque hay muchas otras canciones de amor románticas como “Ella baila sola” entre los éxitos regionales mexicanos, otras alardean con orgullo de jerga callejera y referencias al narcotráfico, como la nueva “TQM” de Fuerza Regida, que ha acumulado más de 100 millones de reproducciones en Spotify en un mes.

Los tímidos guardianes del pop en inglés —las emisoras de radio— se han visto superados por los servicios de reproducción en directo de audio y video. Al igual que con el K-pop y el reggaetón, las barreras lingüísticas han sido desafiadas por los corridos tumbados. Y aunque los algoritmos de reproducción en directo permanecen ocultos, es muy posible que los oyentes que prueban las canciones de Bad Bunny, que conquistan el mundo, se hayan visto abocados a escuchar más pop en español, incluida la música regional mexicana.

Los corridos tumbados que el público internacional está descubriendo ahora son una evolución propia del siglo XXI de una tradición venerable. Los corridos son baladas narrativas, un elemento básico de la música mexicana desde el siglo XIX, cuando las canciones transmitían noticias de forma casi periodística. Los primeros corridos se titulaban simplemente con la fecha de los acontecimientos que relataban; eran historias de héroes populares, bandidos, trabajadores y revolucionarios.

Más tarde, los corridos de ficción endurecieron y volvieron más sensacionalistas sus temas; algunos fueron adaptados al cine mexicano. El grupo Los Tigres del Norte, que desde hace décadas ha llenado estadios al norte y al sur de la frontera de Estados Unidos, tiene corridos dedicados a inmigrantes cuyas vidas oscilan entre México y Estados Unidos.

A fines del siglo XX, surgió otra variante: las canciones modernizadas de bandidos llamadas narcocorridos, que cuentan historias de los cárteles de las drogas. Algunos de esos temas fueron comisionados por los capos a manera de homenaje. “Así como el rap estaba obligando al mundo del pop anglosajón a enfrentarse a los sonidos descarnados y a la cruda realidad de las calles urbanas”, escribió el historiador musical Elijah Wald en su libro Narcocorrido, “el corrido se estaba despojando de sus propios adornos pop para convertirse en el rap del México moderno y de los barrios del otro lado”.

“El otro lado” es Estados Unidos. Mucha música denominada “regional mexicana” ahora procede de California y Texas. Y la música con profundas raíces rurales también cuenta historias urbanas.

Los corridos tumbados actuales reúnen varios elementos de estilos regionales mexicanos como la música ranchera, norteña, la banda y el mariachi. Se trata de una música ligera y ágil, con requintos improvisados de guitarra, líneas de bajo con un ritmo rápido y cadencioso, contramelodías de acordeón y acordes de banda de metales, todo ello interpretado con una síncopa milimétrica. Los ganchos pop —quizá de un trombón o un acordeón— acompañan unas voces crudas, que parecen poco pulidas, aunque los arreglos de la banda exijan virtuosismo en tiempo real.

Los corridos tumbados transmiten un elemento esencial de la música mexicana: un estoico sentido de la ironía. Una historia de desamor o traición puede ser interrumpida por carcajadas o gritos burlones de ¡ay!. Y una alegre banda de música puede acompañar el relato de un sangriento tiroteo.

Los narcocorridos y corridos tumbados también han tomado prestadas estrategias del rap de gánsteres. Las letras hacen alarde de historias de trabajo duro, superación de adversidades, enfrentamientos con enemigos, fiestas y exhibición de marcas de diseño. Al igual que en el hip-hop, los artistas impulsan constantemente las carreras de los demás —y las suyas propias— con colaboraciones y apariciones como invitados. En Génesis, Peso Pluma comparte temas con Cano, Junior H, Jasiel Nuñez y media decena más.

La música regional mexicana, como muchos otros estilos de pop, es en gran medida un mundo de hombres; los videos de grupos como Grupo Firme están llenos de camaradería machista. Pero eso también está evolucionando. Uno de los éxitos recientes de la música regional mexicana es el grupo Yahritza y su esencia, del valle agrícola de Yakima, en Washington. Yahritza Martínez —sus padres son de Michoacán, en el oeste de México— aún es una adolescente.

Yahritza tiene el apoyo de dos de sus hermanos en su EP de 2022, Obsessed —el título está en inglés, pero las canciones son en español—, con temas como “Soy el único”, un crudo vals sobre el amor perdido que escribió cuando tenía 14 años. Yahritza posee las habilidades emotivas, pero astutas, de compositoras como Taylor Swift; su voz es dolida, íntima y fuerte, y va más allá del lenguaje para llegar a los sentimientos. La promesa de la música regional mexicana, ignorada por tanto tiempo, es la de que, a medida que llegue a más gente, devuelva la emoción a escala humana del pop, al desafiar la tecnología y tocar a cada oyente de forma directa.

Jon Pareles ha sido el crítico principal de música pop del Times desde 1988. Es músico, ha tocado en bandas de rock, grupos de jazz y conjuntos clásicos. Estudió música en la Universidad de Yale. @JonPareles


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