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¿Por qué Harvard y la NASA enaltecen su pasado nazi?

Este año, la Universidad de Harvard dio a conocer un informe sobre la historia de cómo la universidad se benefició de la esclavitud. “Creo que tenemos la responsabilidad moral de hacer todo lo posible para atender los persistentes efectos corrosivos de esas prácticas históricas en las personas, en Harvard y en nuestra sociedad”, escribió Lawrence Bacow, presidente de la universidad, en una carta abierta a la comunidad. El estudio fue anunciado como un ajuste de cuentas esperado desde hace mucho entre una institución de élite y su oscuro pasado.

Sin embargo, su papel en la trata de esclavos en Estados Unidos solo supone un aspecto del pasado de la universidad. Harvard todavía tiene una beca y una cátedra que llevan el nombre de Alfried Krupp, un criminal de guerra nazi cuyo imperio industrial utilizó cerca de 100.000 trabajadores forzados.

Harvard no está sola: desde la NASA hasta la Universidad de Stanford, pasando por el ejército de Estados Unidos, las instituciones estadounidenses siguen reconociendo —y a veces incluso celebrando— a antiguos nazis de alto perfil.

Las personas homenajeadas no son guardianes poco conocidos del Holocausto que lograron eludir a los funcionarios de inmigración; algunas de ellas son figuras históricas cuya relación con Estados Unidos ha sido ampliamente documentada, incluso en los bien investigados tomos de Eric Lichtblau y Annie Jacobsen.

Las instituciones que blanquean el pasado nazi de hombres cuyos nombres adornan los programas de Harvard y Stanford, parte del Centro Espacial John F. Kennedy de la NASA y múltiples lugares en Huntsville, Alabama, suelen hacerlo mediante el engaño por omisión, es decir, borrando la historia al omitir o dejar de lado hechos inconvenientes.

¿Cómo fue que Estados Unidos pasó de luchar contra el mal del nazismo a alabar a exnazis? Comenzó con el fin de la luna de miel entre Moscú y Occidente en tiempos de guerra. Con Alemania dividida y derrotada, la Unión Soviética de Iósif Stalin se convirtió rápidamente en el mayor enemigo de Estados Unidos. Washington necesitaba tecnología para competir con el Kremlin y una Alemania Occidental solvente que sirviera de baluarte contra el comunismo que se extendía por Europa. Los exnazis ofrecían una experiencia tentadora. Así que, mientras un puñado de figuras prominentes del Tercer Reich fueron ahorcadas en Núremberg, muchos otros vieron cómo sus pasados tóxicos se limpiaban al convertirse en socios y aliados en la Guerra Fría.

En la década de 1960, con la carrera espacial ya en marcha, Wernher von Braun, exoficial de las SS, se reunió con presidentes estadounidenses y fue presentado por los medios de comunicación como un genio de las matemáticas que trabajaba para llevar a Estados Unidos a la Luna. En otras palabras: no solo lo contratamos, sino que lo convertimos en un héroe.

Poco menos de 30 años después de la guerra, apenas hubo sorpresa cuando se anunció que la Universidad de Harvard recibiría 2 millones de dólares (cerca de 12 millones de dólares en la actualidad, ajustados a la inflación) de la Fundación Alfried Krupp von Bohlen und Halbach. Era 1974, y los fondos se utilizaron para crear la Cátedra de Estudios Europeos de la Fundación Krupp, así como la Beca de Investigación de Disertación de la Fundación Krupp.

Alfried Krupp era un magnate industrial y fue condenado por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en Núremberg. Su empresa tenía una fábrica construida por esclavos en Auschwitz y sometió a casi 100.000 personas a trabajos forzados, incluyendo a prisioneros de guerra, presos de campos de concentración y niños. Cuando Harvard aceptó el dinero de Krupp, The Harvard Crimson publicó una carta en la que afirmaba que “pocos nombres son más honrados en los anales del asesinato en masa y el genocidio que el de Krupp”. (En 1951, la sentencia de Krupp fue conmutada y salió de prisión).

Los sitios web de la beca y la cátedra de Krupp en la Universidad de Harvard no dicen nada de que su homónimo sea un criminal de guerra convicto.

La Fundación Krupp también auspicia el Programa de Prácticas Krupp para Estudiantes de la Universidad de Stanford en Alemania, anunciado como un “programa único y prestigioso”. El hecho de que Krupp fue un criminal de guerra solo se menciona una vez en la página web del programa.

Sin embargo, la reinserción de Krupp palidece en comparación con el encubrimiento descarado por parte de Estados Unidos de Von Braun y Kurt Debus, dos de los científicos del Tercer Reich responsables de proporcionarle a Hitler el mortífero misil balístico V-2. El V-2 fue construido por prisioneros de campos de concentración que trabajaban en condiciones abominables en el infame complejo subterráneo alemán cerca del campo Dora-Mittelbau. Al menos 10.000 personas esclavizadas murieron en el proceso de fabricación de estos cohetes; los soldados estadounidenses que liberaron el campo de concentración se sintieron asqueados cuando descubrieron una escalofriante meseta repleta de cadáveres demacrados.

No obstante, la pertenencia de Von Braun y Debus al Partido Nazi no impidió que recibieran ofertas de trabajo a través del infame programa de Washington Operación Paperclip, que reclutaba a antiguos científicos nazis para trabajar en Estados Unidos.

Von Braun acabó mudándose a Huntsville, que se convirtió en un centro de la incipiente industria espacial estadounidense. En la actualidad, la ciudad y sus alrededores albergan varios santuarios dedicados al antiguo nazi: su nombre se encuentra en una sala de investigación de la Universidad de Alabama en Huntsville, un centro de artes escénicas y un planetario.

“Wernher von Braun y su equipo de científicos espaciales transformaron Huntsville, Alabama, conocida en la década de los cincuenta como la ‘capital mundial del berro’, en un centro tecnológico que hoy alberga el segundo parque de investigación más grande de Estados Unidos”, proclama la sección “Sobre nosotros” del Centro Espacial y de Cohetes de EE. U.U., un museo afiliado al Instituto Smithsoniano y sede del famoso programa Space Camp, o Campamento Espacial. (Una portavoz del centro dijo: “Estamos en un proceso de remodelación de las páginas del Campamento Espacial afiliadas al sitio web del Centro Espacial”, y que el centro tiene la intención de proporcionar contexto adicional).

Mientras tanto, Von Braun es alabado prácticamente en todo momento: en el sitio web del Campamento Espacial, en la página de historia de la escuela de la Universidad de Alabama en Huntsville, en la descripción de la Beca Dr. Wernher von Braun, incluso en un discurso pronunciado en 2019 por Robert Altenkirch, entonces presidente de la universidad, en ninguno de los cuales se menciona a los nazis o el trabajo esclavo. (La escuela sí tiene una página web sobre cohetería y trabajo esclavo que menciona a Von Braun).

En cuanto al centro de artes escénicas Von Braun Center, un portavoz de la ciudad de Huntsville dijo que hay “un esfuerzo en curso para proporcionar un mayor contexto histórico e información” en el sitio web del centro. Pero ¿cuánto se tarda en corregir esa información?

La impresión que uno se lleva de estas historias asépticas es que este hombre se materializó de la nada, sin un pasado discernible, como una Mary Poppins astrofísica que había venido a enseñar a los habitantes de Huntsville a fabricar cohetes.

Parece que es menos común constatar un pasado nazi que ignorarlo. Tal es el caso del complejo de visitantes del Centro Espacial Kennedy de la NASA en Florida, que alberga el Centro de Conferencias Dr. Kurt H. Debus. En la biografía oficial de la NASA sobre Debus solo hay un párrafo breve y ambiguo sobre su vida en Alemania. El 24 de junio, la directora del Centro Espacial Kennedy, Janet Petro, aceptó el Premio Dr. Kurt H. Debus del Comité del Club Espacial Nacional de Florida; el sitio web de la NASA que celebraba el evento hacía referencia a los logros astronómicos de Debus, sin mencionar nada sobre su pertenencia a las SS y su íntima participación en la construcción del V-2.

Quizá el ejemplo más asombroso de blanqueo nazi proceda del Redstone Arsenal, una base del ejército estadounidense cerca de Huntsville, que tiene un complejo de edificios que lleva el nombre de Von Braun. En la sección de historia del arsenal aparecen decenas de fotografías de Von Braun, mientras que en su biografía se dice que fue “empleado del Departamento de Artillería Alemán” y que fue el director técnico del centro donde se desarrolló el V-2. No se menciona cómo el Tercer Reich utilizó el V-2 para desatar el infierno entre la población civil.

Aunque nuestro ejército se está ocupando poco a poco de sus numerosos homenajes a la Confederación, todavía tiene que atender de manera adecuada su enaltecimiento de un hombre que construyó armas para Hitler. Es inconcebible que instituciones como el ejército, la NASA y las principales universidades persistan en insultar el sacrificio de miles de soldados estadounidenses al celebrar abiertamente a fabricantes de armas nazis.

Lev Golinkin es autor del libro de memorias A Backpack, a Bear and Eight Crates of Vodka.

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