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Los aficionados latinos se hacen sentir en los juegos del Clásico Mundial de Béisbol

MIAMI — En los vestíbulos se generaron comparsas de baile improvisadas. Un jugador tocaba un tambor en la cueva y muchos aficionados hacían lo mismo en las gradas. Las banderas ondeaban desde los asientos y adornaban las barandillas. El estadio, que por lo general tiene lugares vacíos durante los juegos, estaba repleto de gente, gritos y música. Ningún strike dejó de celebrarse. Sentarse fue opcional.

Este era el ambiente en el LoanDepot Park, pero las imágenes de lo que sucedió dentro y en los alrededores de la sede de los Marlins de Miami el sábado y el domingo —los primeros dos días de juego del Grupo D del Clásico Mundial de Béisbol (CMB)— podrían haber provenido fácilmente de San Juan, Puerto Rico, o Santo Domingo, República Dominicana.

Miami suele ser llamada la capital de América Latina, y se sintió así cuando las selecciones nacionales de la República Dominicana, Nicaragua, Puerto Rico y Venezuela —países con una gran representación en el sur de la Florida— disputaron sus primeros partidos en el CMB, el torneo cuatrienal de dos semanas que se realiza durante los entrenamientos de primavera de las Grandes Ligas de Béisbol.

Este torneo es la gran reunión social para muchos aficionados latinoamericanos de béisbol. Los primeros cuatro juegos en Miami fueron un ejemplo más de cómo el deporte está arraigado en esas culturas y cuán diferentes son las experiencias de este.

“Esta es nuestra Copa del Mundo”, dijo en español Omar Prieto, de 28 años y oriundo de Puerto Rico, en alusión al torneo de fútbol que es el evento deportivo más popular del mundo. Junto con su padre y su novia, Prieto voló desde Puerto Rico y aterrizó dos horas antes del primer lanzamiento del partido de su selección contra Nicaragua, el sábado por la tarde.

“Estoy lleno de orgullo”, agregó Luis González, un nicaragüense de 36 años que vive en Sweetwater, una ciudad en el condado de Miami-Dade apodada “Little Managua” por su alta concentración de nicaragüenses. “Esto representa a todos los latinos. Esto es algo que también está viviendo gente como yo, que ha emigrado aquí desde Latinoamérica, y tener el CMB aquí en Miami es una gran experiencia”.

Tanto Prieto como González estaban sentados en secciones adyacentes del anillo inferior del estadio. No se conocían, pero se hicieron bromas amistosas durante el partido que culminó con la victoria de Puerto Rico con marcador de 9 a 1.

En la Sección 23, Prieto, su hermano, que vive en Miami, y los amigos de su hermano tenían un conjunto musical de siete tambores, una campana y un güiro. Durante todo el juego —pero particularmente en las jugadas importantes de su equipo— tocaban los instrumentos y entonaban varios cánticos puertorriqueños, a veces mientras miraban a los aficionados nicaragüenses a su izquierda.

“Yo soy boricua, pa’ que tú lo sepas”, corearon mientras bailaban frente o sobre sus asientos.

Cada vez que la selección nicaragüense conectaba un sencillo clave o sacaba un gran ponche, González y su grupo de una decena de amigos en la Sección 24 golpeaban botellas de plástico vacías contra sus asientos, giraban matracas de madera y señalaban a sus contrapartes puertorriqueñas cercanas. Así fue toda la velada: ambos bandos se rieron el uno del otro, y en ocasiones bailaron al ritmo de la música del contrincante.

“Esto es espontáneo”, dijo González. “Somos tú y yo, y yo y tú. Sientes esa emoción de latinos disfrutando esto juntos”.

Para González era prioritario asistir a estos partidos —se tomó el lunes y el martes libres— porque no sabía si Nicaragua, que participa por primera vez en el CMB, volverá a clasificar para el torneo, ni cuándo lo hará. Así que para asegurarse de que sus amigos y familiares en Nicaragua pudieran ver algo de este partido —y de las competiciones de la semana pasada—, González usó su celular para subir un video en directo en su cuenta de Facebook. Incluso a veces narraba y mostraba el duelo entre los aficionados.

“Esto no se puede comparar con un partido de las Grandes Ligas”, dijo. “Los estadounidenses son más callados y se quedan observando. Los latinos bailan, juegan, se divierten”.

Un partido de béisbol sin toda esta fanfarria y energía, dijo Prieto, sería como “ir a un concierto sin música”.

Los aficionados puertorriqueños en particular llevaron muchos instrumentos a sus juegos, incluida la derrota del domingo por la noche con marcador de 9-6 ante Venezuela. Varias bandas informales estuvieron desplegadas en diversas partes del estadio y tocaron en las explanadas, atrayendo a multitudes de personas. Los tambores cambiaban de mano regularmente.

“Los puertorriqueños celebramos las victorias y las derrotas”, dijo Francisco Claudio, de 38 años. “Llevamos la celebración en la sangre”.

Después del partido del sábado, Claudio estuvo en las inmediaciones del estadio, donde se estaba presentando un grupo de salsa en un escenario, todavía fluía la cerveza y un camión de comida venezolana vendía arepas. En todos lados podían verse cabellos rubios decolorados, incluso en la cabeza y la barbilla de Claudio.

Durante el mágico recorrido de la selección puertorriqueña hacia la final del CMB de 2017, donde terminó perdiendo ante Estados Unidos, los jugadores se tiñeron el cabello de rubio y los aficionados comenzaron a hacer lo mismo. El grupo pronto fue apodado “Team Rubio”. La tradición se ha mantenido en este torneo, el cual se pospuso por dos años debido a la pandemia del coronavirus.

“Es un gran honor y una experiencia muy divertida cuando ves a todo el mundo, hasta a sus abuelas, con el cabello rubio, sin importarles lo mal que se ven”, dijo Francisco Lindor, capitán de la selección de Puerto Rico y campocorto de los Mets de Nueva York. Durante los juegos, Lindor relató que intentaba captar bien las imágenes en las gradas. “Fue increíble”.

Sin embargo, esas escenas son atípicas en el estadio. En 2022, los Marlins, que solo han llegado una vez a los playoffs desde que ganaron la Serie Mundial de 2003, tuvieron una asistencia media de 11.203 espectadores en el LoanDepot Park, solo por delante de los Oakland Athletics.

El partido con menos asistencia en Miami durante el fin de semana fue la victoria por 3-1 de Israel sobre Nicaragua el domingo por la tarde, con 19.955 personas. La asistencia anunciada para el encuentro entre Puerto Rico y Nicaragua fue de 35.399 personas. El duelo de pesos pesados del sábado por la noche —República Dominicana contra Venezuela o, como bromeaban algunos aficionados, el poder del plátano contra el poder de la arepa— contó con el mismo número de asistentes: 35.890 personas. Parecía mucho más.

“Esto es más una fiesta que otra cosa”, dijo Engers Dantes, de 48 años, mientras sostenía un cinturón de campeón de lucha libre que él mismo confeccionó para el torneo. Estaba decorado con imágenes de la bandera dominicana y plátanos. Algunos aficionados incluso trajeron plátanos para usarlos como accesorios.

Dantes llegó el miércoles, y dijo que los aeropuertos de Santo Domingo y Miami estaban abarrotados de gente que iba a los juegos del CMB.

Rafael Castillo, de 52 años, que ha asistido a todos los torneos del CMB, voló el viernes y tenía previsto quedarse hasta el miércoles cuando finaliza la primera ronda. Dijo que él y su hermano, Wilson, de 48 años, gastarían unos 7000 dólares entre las entradas, los vuelos, los alojamientos y las comidas, pero cree que vale la pena. Tenía previsto regresar a casa unos días por motivos de trabajo, pero volverá a Miami si República Dominicana, uno de los equipos favoritos del torneo, llega a las rondas del campeonato.

“Tienes la oportunidad de ver a los mejores atletas de tu país”, afirma. “Un partido de las Grandes Ligas no tiene este tipo de emoción porque se nota más el amor por tu país”.

Al comienzo del partido contra Venezuela, las gradas se sentían más dominicanas. Pero cuando el as dominicano Sandy Alcántara, el lanzador de los Marlins que ganó el premio Cy Young de la Liga Nacional en 2022, falló en el montículo, los venezolanos tomaron el control. En el campo, después de jugadas destacadas, los jugadores se golpeaban el pecho, señalando el nombre de su país en las camisetas y saludando a los aficionados.

En la cuarta entrada, cuando el jardinero izquierdo David Peralta conectó un imparable que produjo dos carreras para darle a Venezuela una ventaja de 3-1, Jorge Marino, de 36 años, y sus amigos, saltaron, gritaron y se abrazaron. Uno de ellos derramó su cerveza.

“Sus aficionados nos ganaron, pero nuestro equipo está ganando”, afirmó Marino. “El ambiente es increíble. Es el sabor latino”.

Durante las presentaciones previas al partido, Marino dijo que casi lloró al escuchar el himno nacional de su patria. Marino sigue el béisbol venezolano por televisión y las redes sociales, pero no ha regresado a su país en tres años debido a la crisis económica y política. Él y su grupo de amigos eran de Maracaibo, Venezuela, pero ahora viven en Miami.

“Estamos fuera de nuestro país por razones que todo el mundo conoce”, dijo. “Así que es muy emotivo ver a tu selección nacional”.

Mucho después de que Venezuela concretara su victoria sobre República Dominicana el sábado con un marcador de 5-1 —su primera victoria del CMB ante este rival— y tras vencer a Puerto Rico el domingo por la noche, los aficionados venezolanos permanecieron en las gradas y afuera del estadio. Siguieron tomándose fotos, agitando sus banderas y cantando.

Martín Pérez, el lanzador abridor que guio a Venezuela hasta la victoria sobre República Dominicana, dijo que como los jugadores venían de América Latina, el nivel de ruido y los instrumentos en las gradas no los sorprendieron. Gary Sánchez, el receptor dominicano, dijo que le encantaba ver el estadio lleno de vida. “Me siento en la postemporada”, afirmó.

Cuando el mánager de la selección de Venezuela, Omar López, se sentó a hablar con los periodistas en las entrañas del estadio después del partido, pidió disculpas.

“No sé si todavía tengo voz”, dijo. La música se filtraba en la sala desde afuera, donde los fanáticos seguían bebiendo y bailando.

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