Obligar a que la gente trabaje más tiempo, argumentan los opositores, afectará de manera injusta a los trabajadores de la clase obrera, quienes a menudo comienzan sus carreras antes y tienen una expectativa de vida más corta, en promedio, que los de la clase ejecutiva. La perspectiva de aumentar la edad de jubilación provocó huelgas intermitentes de trabajadores en escuelas, transporte público, refinerías de combustible y otros sectores.
“Sesenta y cuatro no es posible”, dijo en enero Philippe Martinez, director de la Confederación General del Trabajo (CGT), el segundo sindicato más grande de Francia. “Díganles que visiten el piso de una fábrica textil, o un matadero, o la industria de procesamiento de alimentos, y verán cómo son las condiciones de trabajo”.
A algunos les preocupa verse obligados a jubilarse más tarde porque los adultos mayores que quieren trabajar pero pierden sus empleos a menudo sufren discriminación por edad en el mercado laboral.
La impopularidad del plan también tiene mucho que ver con la indignación preexistente contra Macron, quien no ha logrado sacudirse la imagen de un “presidente de los ricos” desconectado.
“Esa es la razón por la que tiene en su contra no solo a todos los sindicatos, sino también a gran parte de la opinión pública”, aseguró Jean Garrigues, destacado historiador de la cultura política de Francia. “Al vincularse personalmente al proyecto, la oposición al mismo se intensifica y, de cierta manera, se dramatiza”.
¿Cómo se desarrolló la disputa?
El gobierno anunció medidas destinadas a apaciguar a la oposición, como exenciones continuas que permiten a quienes comiencen a trabajar a edades más tempranas a jubilarse antes y medidas para ayudar a las personas mayores a permanecer empleadas.
El gobierno también afirmó que aumentaría las pensiones más pequeñas, pero eso fracasó luego de que los funcionarios reconocieran que para la mayoría de los jubilados, el aumento sería más débil de lo anunciado inicialmente.