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Unas lecciones del terremoto de 1985 en México para Turquía y Siria

Se suele decir que los terremotos son desastres “naturales”. Es, sin embargo, un término engañoso. El verdadero desastre casi siempre es provocado por el ser humano, que a menudo se traduce en casas y edificios mal construidos sin las varillas de refuerzo y otros soportes estructurales necesarios, seguido de una gestión de crisis incompetente tras la catástrofe.

En Pakistán, las edificaciones de mala calidad son, principalmente, consecuencia de la pobreza. En México, un país más rico que en teoría tenía códigos estrictos de construcción que se crearon después de las secuelas de terremotos anteriores, la razón era, con frecuencia, la corrupción del gobierno.

Después del terremoto, resultó imposible ignorar que tantos edificios de oficinas privadas y casas residenciales permanecieron ilesos mientras que hospitales, sedes de secretarías y escuelas construidos y operados por el gobierno quedaron en ruinas. El terremoto en México expuso la podredumbre, estructural y moral, en el corazón de régimen priista, cuasidictatorial y orientado al desarrollo.

Tampoco ayudó que el gobierno mexicano rechazara la ayuda extranjera en las críticas primeras horas después del desastre. El nacionalismo y el falso orgullo no tienen cabida en una catástrofe. La incompetencia del gobierno indignó a muchos mexicanos que antes del sismo se resignaban a mantenerse al margen de la política. Esa indignación derivó en la creación de movimientos de protesta civil y campañas que reclamaban una mejor gobernabilidad. No es sencillo precisar el origen de la transición de México a una verdadera democracia, pero el 19 de septiembre de 1985 bien podría ser la fecha. De las circunstancias más trágicas pueden surgir cosas positivas.

Tal vez ese sea también el caso de Turquía, sobre todo si el presidente Recep Tayyip Erdogan responde a la emergencia con su torpeza y paranoia habituales. Está en la antesala de unas elecciones cruciales programadas para la primavera y su país ya enfrentaba una tasa de inflación de casi el 60 por ciento. No sorprendería que use el estado de emergencia que declaró y que se prolongará tres meses para intimidar y pavimentar el camino a otro mandato presidencial. Si la respuesta del gobierno turco no es eficiente ni efectiva y si Erdogan da la impresión de estar desconectado, el terremoto también podría llevar a su colapso.

Tengo aún menos esperanzas para Siria, en donde no hay límites para la crueldad que Bashar al-Assad está dispuesto a infligir para mantenerse en el poder. El embajador de Siria ante las Naciones Unidas dijo que toda la ayuda debe canalizarse a través del gobierno, lo que debería ser inadmisible debido a la reputación de al-Assad respecto a la corrupción. Se necesitarán otras vías para ayudar a los sirios desolados.

Un último recuerdo sísmico: en Balakot tuve la oportunidad de escuchar a algunos de los niños que sobrevivieron al terremoto pero perdieron a sus familias. Era difícil contener las lágrimas ante su serenidad. Ahora pienso en los niños que esta semana perdieron a sus padres o, de manera igualmente desgarradora, en los padres que perdieron a sus hijos.

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