En sus primeros años en el poder en China, Mao Zedong preveía que sus planes para superar a las potencias capitalistas podrían tomar entre 50 y 75 años. Pero cuando tenía sesenta y tantos años, fue acortando ese plazo y en 1958 inició el Gran Salto Adelante, un plan equivocado para convertir a toda prisa a China en un gigante industrial. Al menos 45 millones de personas murieron de hambre o por otras causas, ya que se descuidó la agricultura en el frenesí por cumplir con sus objetivos. En parte para movilizar a la nación, provocó una crisis internacional al bombardear las islas de Taiwán en manos del gobierno nacionalista chino. De 1966 a 1976, el último intento del envejecido Mao por salvaguardar su gobierno y su legado desembocó en el caos de la Revolución Cultural.
Kim Il-sung de Corea del Norte fue otro líder que actuó con agresividad en sus últimos años. Envalentonado por el desastre estadounidense en Vietnam y su posterior retirada militar de Asia, pasó su tercera y cuarta décadas en el poder yendo de una provocación a otra. De 1968 a 1988, su régimen secuestró un buque de inteligencia estadounidense y a su tripulación; disparó contra una aeronave estadounidense de reconocimiento y mató a sus 31 tripulantes; trató de asesinar al presidente surcoreano en varias ocasiones; asesinó a decenas de funcionarios surcoreanos, así como a la primera dama; bombardeó un avión de pasajeros surcoreano, cuyos 115 tripulantes murieron; y cavó túneles que pudieron recorrer 30.000 soldados por hora para invadir Corea del Sur.
Los dictadores mayores rara vez se apaciguan, ni siquiera están afianzados en el poder. Iósif Stalin salió victorioso de la Segunda Guerra Mundial a los sesenta y tantos años. Sin embargo, en lugar de trabajar con sus aliados durante la guerra, trató de dominar Eurasia y envió una nueva oleada de prisioneros al gulag. Al llegar al poder, Leonid Brézhnev buscó la distensión con Occidente. Pero, tras caer enfermo durante su segunda década en el poder, adoptó una postura más hostil: promovió revoluciones comunistas en todo el mundo, invadió Afganistán en 1979 y desplegó misiles nucleares avanzados contra Europa Occidental, mientras se otorgaba a sí mismo un montón de medallas.
Los autócratas que envejecen no suelen cambiar el rumbo a menos que se vean obligados a hacerlo. Mao no trató de acercarse a Estados Unidos sino hasta después de que el conflicto fronterizo chino-soviético de 1969 hizo evidente que China necesitaba la ayuda de Estados Unidos para contrarrestar a Moscú. El coronel Muamar el Gadafi renunció a sus armas de destrucción masiva en 2003 debido a diversos factores, entre ellos la presión de Estados Unidos. El generalísimo nacionalista chino Chiang Kai-shek reprimió su anhelo de conquistar China continental y el autócrata surcoreano Syngman Rhee renunció a regañadientes a tomar el resto de la península coreana en parte porque temían que Estados Unidos los abandonara.
Lo cual nos trae de vuelta a Xi y Putin.
En lugar de relajarse antes de su jubilación, ambos están decididos a recuperar por la fuerza vastas extensiones territoriales, ordenaron movilizaciones militares masivas, estrecharon lazos con regímenes antiliberales como Corea del Norte e Irán y forjaron sus cultos a la personalidad. Tras invadir Ucrania, Putin se comparó de forma explícita con Pedro el Grande, el conquistador modernizador que fundó el Imperio ruso. La propaganda comunista china describe a Xi como la culminación de una gloriosa trinidad: con Mao, China se levantó; con Deng Xiaoping, China se enriqueció, y con Xi, China será la nación más poderosa.