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Bielorrusia cumple órdenes de Rusia y aumentan las alertas sobre su soberanía

Las escuelas imparten clases de patriotismo y enseñan a los alumnos a ensamblar rifles, mientras que los libros de texto se han reescrito para favorecer la visión rusa de la historia. Las fábricas producen uniformes para los soldados que luchan contra Ucrania. Los campamentos de verano que administran conglomerados propiedad del Estado reciben a niños de los territorios ocupados de Ucrania.

Estas escenas, que para este momento ya son familiares, apenas serían dignas de mención en la Rusia en tiempos de guerra, salvo que ocurrieron hace poco en Bielorrusia, un país autocrático de 9,4 millones de habitantes que colinda con Rusia, Ucrania, así como con Polonia, Lituania y Letonia, países miembro de la OTAN. Bielorrusia, una nación que durante mucho tiempo ha estado incómodamente en la órbita del presidente ruso, Vladimir Putin, cada vez cumple más sus órdenes a nivel social, militar y económico.

La manifestación más reciente de la lealtad de Bielorrusia hacia Moscú —y la amenaza que representa para Occidente— es su decisión declarada de permitir que Moscú coloque armas nucleares tácticas en su territorio, así como equipar sus bombarderos con armas nucleares. Según defensores de la democracia y expertos militares, también es un paso importante hacia la absorción rusa de Bielorrusia, un viejo objetivo de Putin.

“La soberanía de Bielorrusia se está evaporando muy rápido”, dijo Pavel Slunkin, exdiplomático bielorruso y actual miembro del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. “No importa cuál sea la esfera que tomes en cuenta, el control de Rusia se ha hecho muy grande y va en aumento”.

No siempre fue así. A lo largo de la era posterior a la Guerra Fría, el líder autoritario del país, Alexander Lukashenko, jugó un juego inteligente, pues le profesó lealtad a Moscú y defendió los lemas soviéticos de “hermandad y unidad”, mientras se aseguraba de que las relaciones con Moscú nunca fueran demasiado cercanas como para amenazar su control sobre el poder. En algunas ocasiones, incluso tendió la mano a países occidentales que buscaban con ansias acercar económicamente a Bielorrusia con Europa.

Ese acuerdo se resquebrajó en 2014, después de que Rusia tomó Crimea por la fuerza, lo cual alarmó a Lukashenko, pues cabía la posibilidad de que su vecino de mayor tamaño también engullera a Bielorrusia. Putin reforzó esos temores cuando habló sin tapujos sobre una unión política de ambos Estados.

Y se derrumbó por completo en 2020, cuando Lukashenko reprimió a cientos de miles de manifestantes prodemocráticos, un evento que lo convirtió en un paria internacional. En ese momento de peligro, Putin intervino, brindando energía barata, un salvavidas económico y una garantía implícita de asistencia en materia de seguridad, en caso de que hubiera sido necesaria.

Ahora que Bielorrusia casi depende de Rusia, Lukashenko se ha convertido en un socio crucial de la invasión rusa a Ucrania, en la que lo único que le falta es contribuir con su propio ejército en el combate.

Pavel Latushka, exdiplomático y exministro bielorruso convertido en disidente, ha publicado evidencias de que Bielorrusia es cómplice del desplazamiento forzado de niños ucranianos del territorio ocupado por Rusia. Los fiscales de la Corte Penal Internacional emitieron en marzo órdenes de arresto contra Putin y su comisionado para los derechos de la infancia, acusándolos de deportar a miles de niños ucranianos a Rusia.

A finales de mayo, Latushka presentó a los fiscales ucranianos los nombres y datos de aproximadamente una decena de niños de la Ucrania ocupada por Rusia que fueron llevados a campos de Bielorrusia. En una entrevista, dijo que hasta el mes pasado unos 2150 niños ucranianos habían sido llevados al menos a tres campos gestionados por empresas estatales de Bielorrusia, incluida la empresa de potasa Belaruskali.

Belaruskali fue objeto de sanciones de la Unión Europea (UE) y Estados Unidos tras la violenta represión de las protestas prodemocráticas por parte de Lukashenko. La fiscalía ucraniana ha confirmado que está investigando las acusaciones de Latushka.

Latushka dijo que descubrió documentos firmados con el auspicio del “Estado de la Unión”, un vago alineamiento de Rusia y Bielorrusia, que ordenaban el traslado de niños ucranianos que se ha llevado a cabo.

“La decisión está firmada personalmente por Lukashenko”, quien en la actualidad preside el consejo de dirección del organismo supranacional.

El posicionamiento manifiesto de armas nucleares rusas en Bielorrusia también es parte de los acuerdos alcanzados en el Estado de la Unión, aunque el Kremlin ha declarado que todo el material nuclear estará bajo control ruso. Las armas nucleares son una fuente de orgullo para Lukashenko, quien cree que “le darán la capacidad de permanecer en el poder hasta su muerte”, opinó Latushka.

No obstante, con ellas Moscú también monopoliza una fuerza que socava el control del autócrata bielorruso, Rusia ingresa en las fronteras bielorrusas y la seguridad de Bielorrusia está bajo una amenaza potencial; todos ellos puntos con los que los opositores al gobierno intentan concientizar a los bielorrusos.

“Ahora estamos sonando todas las alertas sobre el despliegue de armas nucleares, el cual garantiza la presencia de Rusia en Bielorrusia durante muchos años”, declaró Svetlana Tikhanovskaya, principal lideresa de la oposición bielorrusa, ahora en el exilio.

“Incluso después del cambio de régimen”, dijo, “será difícil deshacerse de ellos”.

Mientras hablaba, se cumplían tres años de la detención de su esposo, Sergei Tikhanovsky, acusado de cargos falsos porque se atrevió a competir contra Lukashenko en las elecciones de 2020. Fue encarcelado antes de la votación y por eso Tikhanovskaya se postuló en su lugar. En diciembre de 2021, fue sentenciado a 18 años de cárcel.

Sus hijos, que ahora tienen 13 y 7 años, le escriben regularmente a la cárcel, pero hace tres meses que no reciben respuesta. A cuatro de sus abogados se les ha retirado la licencia.

Una organización de derechos humanos, Viasna, ha contabilizado 1495 presos políticos, incluido su fundador, Ales Bialitski, en cárceles bielorrusas. Bialitski, quien compartió el Premio Nobel de la Paz el año pasado con grupos de Rusia y Ucrania, recibió en mayo una condena de 10 años por contrabando y por financiar “acciones gravemente atentatorias contra el orden público”.

Los líderes de la oposición como Tikhanovskaya —sentenciada en ausencia a 15 años en marzo, así como Latushka, quien fue condenado a 18 años, también en ausencia— han intentado influir en las fuerzas prodemocráticas dentro de Bielorrusia. Sin embargo, aseguraron que cada vez es más difícil debido a la creciente prevalencia de la propaganda prorrusa. Gran parte de sus esfuerzos se dedican a advertir a sus compatriotas sobre las consecuencias de un posible ataque nuclear desde territorio bielorruso.

“No quiero imaginármelo, pero pensemos que las armas nucleares se usen en algún momento en que Rusia esté perdiendo y estas armas vuelen desde Bielorrusia”, reflexionó. “Creo que habrá algún tipo de reacción negativa. Nadie averiguará si este botón se pulsó en el Kremlin o en el palacio de Lukashenko, ¿verdad? Un ataque de represalia, si lo hay, si Occidente decide que quiere responder, caerá en Bielorrusia”.

También intentan influir en los líderes de Occidente y lamentan que sus llamados —al menos por ahora— caigan sobre todo en saco roto. Estados Unidos y la UE lanzaron sanciones contra Bielorrusia después de las protestas de 2020 y de nuevo cuando Lukashenko obligó a un avión comercial a aterrizar en Minsk, la capital, porque transportaba a un bloguero disidente. Después de que Rusia invadió Ucrania desde Bielorrusia, la Unión Europea —incluso en ese entonces su segundo mayor socio comercial— se unió a Estados Unidos y al Reino Unido en las sanciones más severas de la historia del país.

No obstante, la reacción frente a la última escalada se ha convertido en un problema para Occidente.

En una conferencia reciente en Eslovaquia, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, calificó a Bielorrusia de “Estado vasallo”, pero dijo que Europa tenía parte de la culpa.

“Lo pusimos en una situación en la que quedó atrapado en las manos de los rusos”, dijo Macron para referirse a Lukashenko, en respuesta a una pregunta sobre su estrategia actual hacia el país. “Si la pregunta es ‘¿Creo que deberíamos ser más agresivos con Bielorrusia?’, mi respuesta es ‘no’”, mencionó, enfatizando que los líderes occidentales necesitan ofrecerle una “estrategia de salida” a Lukashenko.

La disidencia bielorrusa condenó de manera generalizada a Macron, quien fue criticado por hacer comentarios igual de empáticos sobre Putin poco después de la invasión rusa.

Tikhanovskaya comentó que parecía como si algunos líderes de Occidente estuvieran “intentando blanquear a Lukashenko”, para justificar una tibia respuesta porque consideraban que al menos no se había unido a la invasión, aunque existen acusaciones de que hay oficiales bielorrusos entrenando a reclutas rusos.

Según Tikhanovskaya, en vez de resistir la presión para unir fuerzas con Putin, Lukashenko estaba muy preocupado por provocar un descontento interno en torno a una guerra que sigue siendo impopular en Bielorrusia. Si eso desencadenara otro levantamiento importante, podría verse obligado a pedirle ayuda a Moscú en materia de seguridad. Y, para Latushka, ese podría ser el paso final hacia el objetivo principal de Putin: “Absorber a Bielorrusia”.

Valerie Hopkins es corresponsal internacional de The New York Times y cubre la guerra en Ucrania, así como Rusia y los países de la antigua Unión Soviética. @VALERIEinNYT

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