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La guerra de Rusia en Ucrania: 6 meses de transformaciones

Durante seis meses, una gran guerra terrestre ha sembrado el horror en Europa.

Es una guerra en la que coexisten la violencia y la normalidad: muerte y destrucción en el frente de 2400 kilómetros y cafeterías repletas en Kiev, a solo unos cientos de kilómetros al oeste.

Es una guerra que se libra en trincheras y duelos de artillería, pero definida en gran parte por los caprichos políticos de estadounidenses y europeos, cuya disposición a soportar la inflación y la escasez de energía podría determinar la siguiente etapa del conflicto.

Y es una guerra de imágenes y mensajes, librada entre dos países cuyos profundos lazos familiares han contribuido a convertir las redes sociales en un campo de batalla propio.

Nadie sabe cómo terminará. El presidente de Rusia, Vladimir Putin, tras acallar la disidencia, ha proclamado que “en general, aún no hemos empezado nada en serio”. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, envalentonado por una población desafiante y un Occidente mayoritariamente unido, ha restado importancia a las posibilidades de un acuerdo y ha instado a su pueblo a no doblegarse.

¿Se mantendrá el apoyo de Occidente mientras Europa se prepara para la posibilidad de un invierno con poco petróleo y gas ruso? Tras los ataques en Crimea y el asesinato de una comentarista nacionalista, ¿Putin intensificará la guerra? ¿Y será capaz Zelenski de mantener la determinación de su país contra un enemigo con armas nucleares?

Putin controla ahora cerca del 20 por ciento del país. Pero parece estar más lejos que nunca de devolver a Ucrania al redil de Rusia, y hay pocos indicios de que esté dispuesto a dejar de luchar.

Medio año después de que las fuerzas rusas concentradas en la frontera hicieran su movimiento hacia Ucrania, he aquí cómo se presenta el conflicto a los combatientes y a un continente sumido en la confusión.

En la víspera del Día de la Independencia de Ucrania, el presidente Volodímir Zelenski ofreció una visión clara de la amenaza a la que se enfrenta su país.

Moscú podía intentar estropear la celebración del 24 de agosto, que conmemora la separación del país de la Unión Soviética en 1991, con “algo particularmente desagradable, particularmente cruel”, advirtió Zelenski el martes.

​​Al fin y al cabo, el miércoles también se cumplen seis meses desde que Rusia invadió Ucrania, desencadenando una guerra que ha expulsado a muchos ucranianos de sus hogares, ha matado a miles de soldados y ha sacudido la economía. Los funcionarios advirtieron que Rusia podría atacar con una andanada de misiles de crucero, o escenificar juicios falseados contra prisioneros de guerra ucranianos en la ciudad ocupada de Mariúpol.

Pero Zelenski dijo que las autoridades ucranianas no tenían previsto tomar precauciones extraordinarias si Kiev, la capital, era atacada. El gobierno ucraniano responderá “igual que ahora” o cualquier otro día, dijo en una conferencia de prensa.

En las ciudades del frente, en las zonas ocupadas por Rusia y en los lugares alcanzados por los ataques de misiles de largo alcance, la guerra más intensa en Europa desde la Segunda Guerra Mundial arde con fuerza visible.

Pero aclimatados al riesgo, los ucranianos están volviendo a una sensación de normalidad tras el impacto de la invasión invernal.

Después de algunos éxitos iniciales del ejército ucraniano al repeler a los militares rusos en los asaltos a Kiev y el norte de Ucrania, las familias se preparaban para el comienzo del ciclo escolar. Los clientes abarrotan las cafeterías de las aceras.

Las regiones donde vive una mayoría de ucranianos son estables y relativamente seguras, el gobierno sigue en pie y el ejército, equipado con armamento occidental cada vez más potente, permanece intacto.

“La amenaza original era que el ejército ruso, al ser el segundo más grande del mundo, estableciera la superioridad y el dominio aéreo”, dijo Andriy Zagorodnyuk, exministro de Defensa ucraniano. “Conseguimos aprender a detenerlos”.

Pero la economía en ruinas, el riesgo de ataques aéreos y el precio de la guerra de desgaste podrían mermar la capacidad de resistencia de Ucrania, dijo. En la marca de seis meses, señaló, sobrevivir no es lo mismo que vencer, ni siquiera un camino claro hacia ella.

“No podemos detenernos y no podemos pasar a una guerra aburrida y de baja intensidad”, dijo Zagorodnyuk. “Tenemos que pensar cómo podemos apretarlos”.

Por lo menos, la guerra está muy lejos de lo que Moscú esperaba, un hecho que esta semana, en Kiev, los ucranianos hicieron notar con burlas y un desfile de unos 80 tanques y vehículos militares rusos quemados e inutilizados. Los niños ucranianos se subían a los restos; los transeúntes se detenían para hacerse selfis.

“En febrero, los rusos estaban planeando un desfile”, dijo el Ministerio de Defensa de Ucrania en Twitter. “Seis meses después de la guerra a gran escala, la vergonzosa exhibición del metal ruso oxidado es un recordatorio para todos los dictadores de cómo sus planes pueden ser arruinados por una nación libre y valiente”.

Sin embargo, la frágil normalidad oculta el asombroso número de víctimas que la guerra ha dejado en Ucrania. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos ha informado de que 5587 civiles han muerto y 7890 han resultado heridos, y ha reconocido que lo más probable es que estas cifras sean infravaloraciones drásticas.

Esta semana, Valeriy Zaluzhnyi, comandante de las fuerzas armadas ucranianas, dijo que unos 9000 soldados ucranianos habían muerto en los seis meses de combate.

En su discurso, Zelenski insinuó que los ucranianos no podían esperar de Rusia nada peor que los golpes ya recibidos.

Pero los ucranianos se están preparando.

Járkov se cerró y anunció un toque de queda para el miércoles. En los puestos de control de Kiev, los soldados que durante meses habían dejado pasar los autos con un gesto de la mano los registraron cuidadosamente.

Zelenski, según los asesores, grabaría un video de celebración para evitar presentarse como un objetivo en público.

“Es importante no ceder nunca, ni por un minuto, a la presión del enemigo”, dijo Zelenski. “No hay que ceder, no hay que mostrar debilidad”.

— Andrew E. Kramer

Pocos rusos podían imaginar en febrero que el presidente Vladimir Putin ordenaría una invasión generalizada de Ucrania. Incluso los comentaristas favorables al Kremlin descartaron la idea por considerarla estúpidamente arriesgada e innecesariamente cruel. Y Putin, ocultando sus planes a todos, excepto a sus asesores más cercanos, esperaba que la guerra terminara en unos días.

Luego vino la invasión mal gestionada, la fuerte presión de las sanciones, la huida de los rusos antiguerra, una humillante retirada de la capital de Ucrania, las imágenes de las atrocidades rusas y la creciente evidencia de un número devastador de víctimas entre las tropas rusas. En lugar de ser recibido como un libertador, Putin fue el instigador de la mayor guerra terrestre de Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Pero ahora, al cumplirse seis meses de la guerra, Putin sigue luchando, y otros se han unido a él.

“Un país, un presidente, una victoria”, entonó Leonid Slutsky, un legislador nacionalista, en un servicio conmemorativo el martes en honor de Daria Dugina, la experta proguerra cuya muerte en un atentado con cochebomba el fin de semana pasado se ha convertido en el último punto de inflexión en la guerra.

La Rusia que queda después de medio año de guerra es a la vez asombrosamente diferente y escandalosamente inalterada.

Lo que quedaba de los medios de comunicación, la política y la cultura independientes —voces que habían sobrevivido a otras medidas represivas de Putin— prácticamente se ha evaporado, y en su lugar queda un ultranacionalismo militante transmitido por la televisión estatal. Las airadas concentraciones contra la guerra de las primeras semanas de la invasión se han extinguido, e incluso una publicación disidente en las redes sociales puede ser castigada con hasta 15 años de prisión en virtud de una ley de censura aprobada en marzo.

Sin embargo, Putin también se ha resistido a los llamamientos de los partidarios más acérrimos de la invasión que piden poner a toda la nación en pie de guerra. Su gobierno ha conseguido amortiguar el impacto de las sanciones económicas en la vida cotidiana y evitar un reclutamiento militar a gran escala. Esto puede explicar por qué el Centro Levada, un encuestador independiente, encontró el mes pasado que el 43 por ciento de los rusos dicen que están prestando poca o ninguna atención a los acontecimientos en Ucrania.

Con sus fuerzas empantanadas en el frente, Putin parece haberse instalado en una guerra de desgaste, al tiempo que muestra ambigüedad sobre el tipo de acuerdo que estaría dispuesto a aceptar para poner fin a la guerra. Acusa a Occidente, que entrega armamento pesado cada vez más potente a Kiev, de luchar contra Rusia “hasta el último ucraniano”, señal de su insistencia en que puede durar más que el enemigo.

La llegada del invierno y la dependencia de Europa en los suministros energéticos rusos están envalentonando a Putin para seguir luchando hasta que surjan divisiones en Occidente o se agoten el ejército y el gobierno de Ucrania. Pero los partidarios de la guerra cuestionan cada vez más este enfoque, y mencionan las explosiones en la península de Crimea ocupada y el estallido que mató a Dugina en la autopista de un acomodado suburbio de Moscú como prueba de que el Kremlin puede estar subestimando a sus adversarios.

El padre de Dugina, el teórico ultranacionalista Aleksandr Dugin, dijo en su funeral el martes cuál sería su deseo ahora: “No me glorifiquen, sino luchen por nuestro gran país”.

Kiev ha negado haber tenido algún papel en su muerte, pero Rusia responsabiliza a Ucrania, y parece haber dado un nuevo impulso a las exigencias de los partidarios de línea dura quieren que Putin intensifique el asalto a Ucrania. Consideran que la guerra no solamente consiste en recuperar un imperio perdido, sino en despojar a la sociedad rusa de los últimos vestigios del liberalismo.

“Para ellos, cuanto más se hunda el país en esta catástrofe”, dijo el experto en política rusa Marat Guelman, “menos posibilidades hay de que en algún momento haya un giro”.

— Anton Troianovski

Tras seis meses de guerra sin un final claro a la vista, la solidaridad europea con Ucrania se mantiene a pesar de las importantes tensiones derivadas del costo de las sanciones económicas.

Incluso los líderes de los países más grandes y alejados de la guerra —como Francia, Alemania y España, que están al borde de la recesión tras ser muy golpeados por la inflación— han mantenido un tono discreto en sus críticas a la política de la Unión Europea sobre Ucrania, incluso cuando se preocupan por cómo y cuándo concluirá la guerra.

Los líderes europeos han colaborado estrechamente con los funcionarios estadounidenses para mantener la presión sobre Moscú, al coordinar no solo las sanciones, sino también los envíos de armamento a Ucrania. La invasión, que ha dominado las reuniones de la OTAN, ha unido a Estados Unidos con Europa más que en cualquier otro momento desde la Guerra Fría.

Mientras Ucrania resiste y las atrocidades rusas aumentan, los países europeos han agudizado su condena a Moscú. Ya no buscan un rápido alto el fuego ni tratan de incorporar a Rusia a una nueva arquitectura de seguridad para Europa, como intentó hacer el presidente de Francia, Emmanuel Macron, al principio de la guerra.

“Realmente hay que mirar el lado positivo”, dijo Bruno Tertrais, subdirector de la Fundación para la Investigación Estratégica en París. “Europa sigue siendo mucho más unida y eficaz de lo que la mayoría de nosotros habría esperado hace seis meses. La capacidad y la voluntad de Europa de mantener y aumentar las sanciones a pesar de los desacuerdos y tensiones ocasionales son realidades tangibles”.

Para Fabian Zuleeg, director del European Policy Center, una institución de investigación de Bruselas, la guerra ya ha provocado profundos cambios en la Unión Europea. Eso incluye una acción sin precedentes en materia de sanciones, de ayuda y gasto militar, y de expansión, con la concesión a Ucrania y Georgia del estatus de candidatos. Las relaciones entre Estados Unidos y la OTAN han mejorado considerablemente, y Europa ha abierto sus brazos a los refugiados ucranianos.

“Es fácil olvidar la magnitud de estos cambios”, dijo Zuleeg.

Guntram Wolff, director del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores, dijo que “hasta ahora todo va bien: la unidad europea de momento sigue ahí”. Incluso en algunos de los temas más difíciles, como las sanciones económicas, dijo, “no hay tanto desacuerdo, aunque tampoco muchas acciones nuevas”.

Wolff también está decepcionado porque, teniendo en cuenta lo que está en juego, países como Alemania y Francia no estén enviando más armas a Ucrania con mayor rapidez, por temor a que un éxito excesivo de Ucrania pueda empujar a Rusia a una escalada de la guerra que involucre a la OTAN.

Desde las primeras inquietudes por la concentración de tropas rusas cerca de las fronteras de Ucrania, Estados Unidos ha trabajado estrechamente con la Unión Europea y la OTAN a fin de crear una coalición más fuerte de países preparados para actuar frente a la agresión rusa no provocada que destrozó la paz de la posguerra fría y violó la Carta de las Naciones Unidas.

Pero a medida que la guerra avanza, se considera cada vez más que el enfrentamiento es una lucha dirigida por Estados Unidos contra Rusia. Estados Unidos supera con creces a Europa en cuanto a ayuda financiera y militar a Ucrania.

Gran parte del mundo se ha mantenido en silencio, indiferente o incluso se ha puesto del lado de Moscú. Tal vez la mitad del mundo se ha negado a imponer sanciones a Rusia por sus acciones, aunque una gran parte de esa mitad son China e India. Ambos países se consideran potencias emergentes injustamente limitadas por el orden global estadounidense y creen que Estados Unidos y Europa están en relativo declive.

Los países europeos más cercanos al conflicto, como Polonia y las naciones bálticas, han mantenido al continente moralmente centrado en los peligros de la agresión rusa. Pero incluso en Polonia hay un creciente cansancio con el gran número de refugiados ucranianos, y hay claras divisiones, especialmente en cuanto a las sanciones energéticas. Hungría y Serbia, en particular, mantienen estrechos vínculos con Rusia y han rechazado las sanciones impulsadas por Bruselas.

“El invierno puede ser el momento de la verdad, la prueba de fuego”, dijo Tertrais, “con las dificultades económicas, el impacto social y la reacción de las fuerzas populistas que intentarán culpar de la situación interna a las sanciones, la retórica alentada por el Kremlin”.

— Steven Erlanger


Anton Troianovski es el jefe de la corresponsalía de Moscú para The New York Times. Antes fue el jefe de la corresponsalía de The Washington Post en Moscú y pasó nueve años con The Wall Street Journal en Berlín y en Nueva York. @antontroian

Andrew E. Kramer es un reportero que cubre los países de la antigua Unión Soviética. Fue parte de un equipo que ganó el Premio Pulitzer en 2017 por cobertura internacional de una serie sobre la proyección encubierta del poder de Rusia. @AndrewKramerNYT

Steven Erlanger es el corresponsal diplomático jefe en Europa y vive en Bruselas. Antes reportó desde Londres, París, Jerusalén, Berlín, Praga, Moscú y Bangkok. @StevenErlanger

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