BÉLGOROD, Rusia — Camiones militares y vehículos blindados de transporte de personal con la letra “Z” pintada con aerosol recorren ruidosamente las intersecciones, y grupos de hombres en camuflaje caminan por las calles y compran ropa interior térmica, entre otros artículos militares. Además, llegan refugiados procedentes de territorios en Ucrania que recientemente se perdieron ante el enemigo.
Los sonidos de las explosiones cercanas se han vuelto frecuentes en Bélgorod, a 40 kilómetros de la frontera con Ucrania, y los nerviosos dueños de las tiendas llaman a la policía para informar sobre amenazas de bomba imaginarias, una señal de la paranoia que comienza a propagarse. Los residentes expresan temor por lo que vendrá después y algunos incluso especulan que las tropas ucranianas podrían dar un paso que han evitado durante casi siete meses: ingresar a territorio ruso.
“Es como si ya estuvieran aquí”, le dijo una mujer atribulada a un comerciante en el mercado central de la ciudad, tras el estruendo de una explosión.
En la medida de lo posible, el presidente Vladimir Putin ha tratado de mantener la normalidad para la mayoría de los rusos mientras ejecuta su guerra en Ucrania e intenta que las hostilidades sean un concepto lejano. Pero ahora que las fuerzas ucranianas están a la ofensiva, los residentes de Bélgorod sienten que la guerra ha llegado a sus puertas.
“Hay tantos rumores; la gente tiene miedo”, dijo Maksim, un comerciante de 21 años que trabaja en el mercado.
Antes, Maksim le vendía ropa interior térmica, chaquetas de camuflaje y otros artículos deportivos a cazadores y pescadores, pero ahora los soldados y sus familiares compran esa mercancía. Como la mayoría de los otros residentes que fueron entrevistados para este artículo, se negó a proporcionar su nombre completo por temor a represalias.
El ambiente en el mercado, un laberinto de puestos que venden ropa, artículos para el hogar y equipo militar, era tenso. Aunque no están atacando directamente a la ciudad de Bélgorod, la defensa aérea rusa está interceptando misiles a la distancia. Los sonidos de las explosiones resuenan y, en el vecindario de Komsomolsky, los escombros impactan las casas y propiedades.
El lunes, una escuela normal, un centro comercial y una estación de autobuses estaban realizando simulacros de evacuación mientras los funcionarios aseguraban a los civiles preocupados de la localidad que los simulacros estaban planeados con anticipación. La administración regional está evacuando pueblos y aldeas a lo largo de la frontera, a medida que son afectadas por el bombardeo ucraniano. Denis, un empresario local, hace poco le pagó a alguien para que cavara en su jardín un refugio antibombas de 3 metros.
Muchos residentes de la ciudad temen que su seguridad se encuentra en peligro.
“Tenemos miedo y es particularmente difícil cuando trabajas con niños”, afirmó Ekaterina, de 21 años y maestra de una guardería infantil, quien también dijo que un fragmento de proyectil cayó sobre la escuela a principios de esta semana. “Los niños comienzan a correr y gritan: ‘Misiles’, pero les decimos que solo son truenos”.
Aunque la mayoría de los residentes de Bélgorod apoyan el gobierno de Moscú y la guerra, algunos expresan su frustración porque el resto de Rusia todavía vive como si no se estuviera librando una guerra a gran escala.
“¿Cómo no les da vergüenza?”, gritó una mujer de mediana edad llamada Lyudmila, del barrio Komsomolsky.
“En Moscú, están celebrando el Día de la Ciudad, mientras que aquí se derrama sangre”, dijo, al referirse a una celebración en toda la ciudad ocurrida la semana pasada en honor a la fundación de la capital rusa, donde hubo fuegos artificiales y la fastuosa inauguración de una gran rueda de la fortuna por parte de Putin. “¡Aquí todos están preocupados por nuestros soldados, mientras que allá todos están de fiesta y bebiendo!”.
Incluso quienes apoyan la estrategia bélica expresaron en privado su frustración porque el Kremlin insiste en llamarla una “operación militar especial”, cuando pueden ver que es una guerra en toda regla. Muchos se preguntan si habrá un reclutamiento y, de ser así, cuándo.
Los refugiados que llegan de Ucrania también están dejando muy clara la realidad de la guerra.
Miles de personas del este de Ucrania han llegado en los últimos meses, especialmente la semana pasada cuando las tropas ucranianas recuperaron el territorio en el noreste que había estado en manos de los soldados rusos. Algunas de estas personas estaban preocupadas por vivir bajo el control del gobierno ucraniano en Kiev, mientras que otras, especialmente aquellas que habían adquirido pasaportes rusos o que habían aceptado trabajos en la administración de ocupación, temían ser tratadas como colaboradores, según activistas que los están ayudando a salir.
“Estaban tratando de vivir su vida, trabajando en hospitales, escuelas, tiendas, pero ese lado entiende esto como una colaboración con los invasores”, dijo Yulia Nemchinova, quien ha estado ayudando a los refugiados en Bélgorod. Nemchinova, que está a favor de Rusia, dejó su Járkov natal, en Ucrania, en 2014 después de que su esposo tuviera problemas legales con las autoridades ucranianas.
Pero Nemchinova también dijo que muchas personas se sintieron conmocionadas y traicionadas por un ejército ruso que vieron como libertador, pero que ahora huye frente a una ofensiva ucraniana de gran alcance.
“Se les prometió: Rusia estará aquí para siempre”, dijo Nemchinova.
Mientras los periodistas e investigadores revelan pruebas de las atrocidades y los abusos de los derechos humanos cometidos por los rusos durante la ocupación, las personas que huyeron en los últimos días a Bélgorod dicen que el ejército ruso les dijo que se marcharan o enfrentarían posibles represalias.
En entrevistas en Bélgorod, las personas que huyeron del territorio que hace poco fue recuperado por las tropas ucranianas dijeron que temían que cuando el ejército ucraniano entrara en el edificio de la administración local, los soldados encontrarían las listas de personas que habían aceptado trabajos o asistencia humanitaria de la administración interina rusa y ordenarían castigos por colaborar. La gente también estaba asustada porque Ucrania aprobó una ley que castiga la colaboración con las autoridades de ocupación con 10 a 15 años de prisión.
Una mujer llamada Irina dijo que la información personal de su novio, un exguardia fronterizo ucraniano, se publicó en un grupo de Telegram que pretendía nombrar a los colaboradores.
“No hay vuelta atrás”, dijo Irina, de 18 años, en una entrevista en un banco de ropa donde los refugiados recién llegados recolectaban ropa y comida. Su madre y su hermana permanecieron en su aldea y dijo que esperaba que los rusos la volvieran a ocupar pronto.
En Bélgorod, una ciudad de 400.000 habitantes, los temores sobre los ucranianos del otro lado de la frontera habrían sido inauditos hace una década. Durante años, los rusos en Bélgorod recorrían con regularidad los 80 kilómetros hasta Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania, con una población de 2 millones antes de la guerra, para divertirse, cenar y comprar. Muchas familias están divididas a lo largo de la frontera.
“Bélgorod estaba en estado de conmoción total”, dijo Oleg Ksenov, de 41 años, dueño de un restaurante que ha pasado los últimos meses evacuando personas de los campos de batalla en Ucrania y llevándolas a Rusia. “Simplemente nos encanta Járkov”.
Viktoriya, de 50 años, dueña de una pastelería y cafetería en la ciudad, dijo que Járkov era una “megalópolis” en la imaginación de los habitantes de Bélgorod.
“Teníamos un chiste: si quieres conocer gente de Bélgorod, ve al restaurante Stargorod en Járkov el fin de semana”, dijo.
La relación era mutua. En los años posteriores a la guerra separatista instigada por Rusia en la región este del Dombás de Ucrania, Ucrania impuso leyes más estrictas para que se hablara ucraniano y no ruso en público. Eso motivó a que los rusohablantes de Járkov se fueran a Bélgorod a ver películas en ruso, dijo Denis, el empresario, que tiene 44 años.
Ahora las dos ciudades están efectivamente separadas por una línea de combate.
“Es una tragedia de proporciones tectónicas”, dijo. “Afecta a todas las personas en Bélgorod. Todas las familias están relacionadas con Ucrania”.
Su tía Larisa acababa de llegar de Liman, una ciudad en la región del Donetsk que fue ocupada por el ejército ruso al final de mayo. Desde entonces no tenía electricidad, gas ni agua corriente y dijo que más del 80 por ciento del inventario de vivienda estaba destruido.
En mayo, un misil —no sabía de qué ejército pero culpaba a Ucrania— golpeó su edificio de apartamentos. Luego, a fin de mes, llegaron los rusos.
“Los estaba esperando con tanta felicidad”, dijo Larisa, de 74 años, en súrzhyk, un dialecto que es una mezcla de ruso y ucraniano.
Ahora su hogar es el escenario de intensos combates en el frente. Ella dijo que tiene problemas para caminar y batallaba para llegar al sótano cada vez que sonaba la sirena de ataque aéreo.
Al acercarse el combate, dijo, supo que debía salir, porque no ya no quería que la gobernara Kiev y tenía miedo.
Ksenov, quien nació en Járkov, pero hace más de una década hizo su hogar en Bélgorod, ha dedicado su tiempo a ayudar a los civiles a huir de Ucrania a Rusia. Le preocupa lo que sucederá a largo plazo con las personas de las regiones fronterizas de ambos países.
“Esta masacre terminará en algún momento”, dijo sobre la guerra, en una entrevista en su restaurante, que tiene madera contrachapada que cubre las ventanas en caso de un bombardeo.
“¿Pero quiénes seremos? ¿Cómo nos miraremos a los ojos?”.
Anastasia Trofimova colaboró en este reportaje.
Valerie Hopkins es corresponsal internacional y cubre la guerra en Ucrania, así como Rusia y los países de la antigua Unión Soviética. @VALERIEinNYT