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¿Por qué tantos rusos quieren combatir en Ucrania?

En primer lugar, está el dinero. El salario base federal de un soldado ronda los 2500 dólares al mes, con un pago de 39.000 dólares si resulta herido y hasta 65.000 dólares en caso de muerte. En comparación con un salario medio mensual de 545 dólares, se trata de una generosa recompensa, y más aún para los 15,3 millones de rusos, aproximadamente, que viven por debajo del umbral de la pobreza.

Pero se ofrecen muchas más cosas, también. A los que regresan del frente, el Estado les promete una entrada simplificada a empleos como funcionarios, seguro médico, transporte público gratuito y, para sus hijos, educación universitaria y comedor escolar sin costo. Y a los presos que se incorporaron a la empresa militar privada Wagner, el Estado les concede la libertad.

Por supuesto, esas promesas no se cumplen del todo. A muchos no se les ha pagado todo, y las esposas quejan a menudo de la falta del pago en foros públicos. Las entrevistas realizadas a tres miembros del servicio heridos y a sus familias por la cadena TV Rain, opuesta al Kremlin, retrataron el panorama de una vida precaria en el frente: sin paga, sin instrucción militar y con un alto número de bajas. Aun así, los entrevistados seguían considerando que la guerra era justa y querían volver al frente o contribuir a los esfuerzos bélicos como voluntarios.

La razón la proporciona otra guerra. Los soldados de hoy viven a la sombra de la generación que ganó la guerra contra el nazismo. En la cultura pública rusa, no hay honor más alto que ser veterano de la “Gran Guerra Patria”, algo que el régimen ha capitalizado al plantear la guerra actual como una especie de recreación histórica de la Segunda Guerra Mundial. Es evidente que esta mezcla funciona. Como escribió un soldado en Telegram en febrero, la guerra confiere “un sentimiento de pertenencia a la gran gesta masculina, la gesta de defender nuestra Madre Patria”.

La frase es reveladora. Al permitir a los hombres escapar de las dificultades de la vida cotidiana —con sus bajos salarios y sus frustraciones cotidianas—, la guerra les ofrece la posibilidad de restablecer la autoestima masculina. Estos hombres importan, por fin. (Para las mujeres, que han tenido que sufrir los mayores efectos colaterales de la guerra, es más complicado; pero, a pesar de las dificultades, muchas comprenden y apoyan la decisión de los hombres de servir). Los sentimientos de inferioridad también quedan a un lado en el ambiente fraternal del frente. “No importa quién seas, ni tu aspecto”, como dijo un soldado. En la vida en comunidad del conflicto, se disuelven muchas de las distinciones de la vida civil. La guerra es un mecanismo igualador.

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