Bajo la ambigua belicosidad de Putin está la idea de que Rusia gana si evita “la derrota estratégica”, según sus palabras, impuesta por la OTAN. Casi da igual lo que ocurra: para él, será fácil definir la guerra en Ucrania como una victoria estratégica. Puesto que el Kremlin afirma que está luchando contra la OTAN, lo único que Putin tiene que decir es que Rusia ha impedido que la OTAN cruzara a Rusia. El comandante de Wagner escribió hace poco, en este sentido, que Rusia puede poner fin a la “operación militar especial” en cualquier momento y afirmar sin más que se han logrado sus objetivos, siempre y cuando Rusia no se retire de más territorio ucraniano ocupado.
Al tomarnos en serio el chantaje nuclear, hemos aumentado las posibilidades generales de una guerra nuclear. Si el chantaje nuclear permite una victoria rusa, las consecuencias serán incalculablemente terribles. Si cualquier país con armas nucleares puede hacer lo que le plazca, entonces la ley no significa nada, ningún orden internacional es posible y la catástrofe nos acecha a cada paso. Los países sin armas nucleares tendrán que construirlas, basándose en la lógica de que necesitarán una disuasión nuclear en el futuro. La proliferación nuclear hará mucho más probable una guerra nuclear en el futuro.
Cuando sabemos que el discurso nuclear es en sí mismo el arma, podemos actuar para que la situación sea menos arriesgada. El camino hacia el pensamiento estratégico pasa por liberarnos de nuestros miedos y tener en cuenta los de los rusos. Los rusos no hablan de las armas nucleares porque tengan la intención de utilizarlas, sino porque creen que un gran arsenal nuclear los convierte en una superpotencia. El discurso nuclear los hace sentir poderosos. Consideran que la intimidación nuclear es una prerrogativa suya, y creen que los demás deben ceder automáticamente a la primera mención sobre sus armas. Los ucranianos no han permitido que eso afecte a sus tácticas.
Si Rusia detonara un arma, perdería su estatus de superpotencia, ese tesoro tan celosamente protegido. Un acto así supondría admitir que su ejército ha sido derrotado, lo que es un enorme desprestigio. Peor aún, los vecinos construirían (o aumentarían) sus propios arsenales nucleares. Eso privaría a Rusia de su estatus de superpotencia a ojos de los propios rusos. Ese es, para los dirigentes rusos, el único resultado intolerable de esta guerra. En mi opinión, el mayor riesgo de una acción nuclear rusa sería, por tanto, una que Moscú atribuyera a Ucrania, como la destrucción deliberada de la central nuclear de Zaporiyia.
La guerra es impredecible. La historia militar está llena de sorpresas. Putin ha emprendido una guerra de atrocidades, y es seguro que se cometerán más mientras continúe. Rusia no solo generó un sufrimiento innecesario cuando invadió Ucrania, sino también un riesgo innecesario. Tenemos que trabajar dentro de ese mundo de riesgo y terror y analizarlo con calma. Ninguna opción está exenta de peligros; nuestra responsabilidad es reducirlos. Cuando los rusos hablen de la guerra nuclear, la respuesta más segura es garantizar su propia derrota convencional.
Timothy Snyder, profesor de la cátedra Levin de historia en la Universidad de Yale, estudió el control de las armas nucleares antes de dedicarse a la historia de Europa del Este. Es autor de Tierras de sangre: Europa entre Hitler y Stalin, entre otros libros.