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Alemania ante el desafío de su independencia energética

A raíz de la guerra en Ucrania, el puerto de Wilhelmshaven se ha convertido en un centro de operaciones fundamental para los esfuerzos alemanes por acabar con la dependencia del país de la energía rusa. Es allí, en la costa del mar del Norte, donde a las autoridades les gustaría construir una nueva y enorme terminal para importar gas natural licuado de otros lugares.

Solo hay un problema que ha retrasado los planes: el sitio de construcción está repleto de bombas de guerras pasadas.

La historia nunca yace muy profundo en Alemania. Los residentes son evacuados con frecuencia —a veces por miles— cuando se descubren municiones sin detonar en los sitios de construcción y es necesario desactivarlas. Mientras Alemania intenta impulsar su independencia energética, las municiones de guerra sin explotar han retrasado la construcción tanto de nuevos parques eólicos como de terminales de gas natural.

Pero la situación en Wilhelmshaven es particularmente grave. Es un costoso recordatorio de cómo las reliquias de conflictos pasados pueden complicar los esfuerzos para responder a los actuales.

Wilhelmshaven desempeñó un papel importante durante la Segunda Guerra Mundial como hogar de una de las bases más grandes de la marina alemana. Fue bombardeado repetidas veces por la Fuerza Aérea de Estados Unidos y la Real Fuerza Aérea del Reino Unido y, luego, al final de la guerra, los ejércitos de los Aliados utilizaron el puerto como vertedero de municiones no utilizadas.

“Encontramos todo tipo de municiones: alemanas, del Reino Unido, de los Países Bajos, de Francia, de todos los tipos”, dijo Dieter Guldin, director de operaciones de SeaTerra, una empresa que se especializa en localizar y retirar municiones activas. “Nos encontramos una bomba de la Segunda Guerra Mundial; luego, una de la Primera Guerra Mundial, y, después, una granada de Francia. Está todo mezclado; cualquier cosa que busques dentro del amplio espectro de las guerras mundiales, lo encontrarás”.

En una entrevista, Guldin afirmó que nunca antes había visto tantas municiones sin explotar esparcidas en una sola franja del lecho marino. Dijo que es el resultado de que los pescadores y marineros arrojaban armas de manera indiscriminada en el puerto y el mar, en un esfuerzo por ganar más dinero de las fuerzas aliadas que les pagaban por carga.

Antes de que la construcción de la nueva terminal pudiera comenzar, los expertos exploraron el puerto y descubrieron entre 150 y 200 bombas, granadas y minas sin explotar.

La gran cantidad de artillería ha hecho que la cuidadosa danza necesaria para encontrar y deshacerse de las municiones sea particularmente desafiante. El proceso comenzó hace meses, cuando un grupo de expertos comenzó a rastrear el sitio de construcción con magnetómetros. Después de identificar las municiones y determinar si era necesario retirarlas, se enviaron buzos capacitados para removerlas del lecho marino.

Si se considera seguro transportarlas, las armas se suben a un camión de gran capacidad y se llevan para que las escuadras antibombas regionales las destruyan. Pero si las municiones se consideran demasiado grandes para ser transportadas, se trasladan a un banco de arena cercano y se detonan allí.

En Wilhelmshaven, al menos 30 bombas han sido o necesitan ser destruidas en el sitio, un proceso que implica adherir TNT al arma y usar un sistema remoto para detonarla.

Solo en el mar del Norte, se han hundido en las aguas aproximadamente 1,3 millones de toneladas de municiones sin explotar, según la oficina del gobierno local responsable de identificar y limpiar el armamento.

Es una combinación de armas utilizadas en batallas navales, bombas aéreas no utilizadas que los pilotos aliados arrojaron en su camino de regreso a Inglaterra y municiones alemanas que no se usaron y las desecharon los comandantes aliados después de la guerra.

“Bombas, granadas, municiones de ametralladoras, todo”, dijo Matthias Brenner, científico sénior del Instituto Alfred Wegener para la Investigación Polar y Marina.

Brenner, que ha estudiado el impacto ambiental de las municiones de la Segunda Guerra Mundial arrojadas en los mares del Norte y Báltico, dijo que las fuerzas aliadas también cargaron agentes de armas químicas en barcos después de la guerra y los hundieron frente a la costa norte alemana. Desde entonces, los compuestos químicos tóxicos se han encontrado en los tejidos de la vida marina cercana, entre ellos, mejillones y peces.

La gran cantidad de armas submarinas surgió por primera vez como un gran desafío para la construcción en 2013, cuando los planes de un proveedor de energía alemán para construir un parque eólico marino en el mar del Norte se retrasaron varios meses. El barco especial utilizado para limpiar las municiones, informó Der Spiegel en ese momento, le costó al proveedor hasta 200.000 euros —alrededor de 220.000 dólares— por día.

Antes de la guerra en Ucrania, Alemania dependía tanto del gasoducto de Rusia que ni siquiera había construido la infraestructura necesaria para importar gas natural licuado, conocido como GNL. Después de comenzar a hacerlo, los funcionarios alemanes se movieron con rapidez para instalar terminales de gas y tanques flotantes de almacenamiento de GNL en Wilhelmshaven, sorteando el apetito habitual por la deliberación y los procesos burocráticos.

Cuando la primera terminal del puerto entró en funcionamiento en diciembre, tras solo cinco meses de construcción, el canciller Olaf Scholz se jactó de que había establecido “un nuevo récord mundial”.

Pero comenzar con la construcción de la nueva terminal tendrá que esperar hasta que el resto de las municiones se eliminen del sitio, lo que podría significar al menos semanas de retraso.

Guldin no dejó de ver la ironía del caso: mientras limpia bombas de hace décadas para posibilitar un nuevo proyecto acelerado por la guerra, otro país es cubierto de municiones.

“Hemos estado tratando de eliminar las municiones activas durante 80 años”, dijo Guldin. “La cantidad que deberá eliminarse en Ucrania cuando termine la guerra… es un desastre”.

Catie Edmondson es reportera en la oficina de Washington y cubre el Congreso estadounidense.

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