Los Joufla, provenientes de Grecia, pastoreaban ovejas en el valle de Vail, que se convertiría en una meca del esquí, el balsismo, el senderismo y el ciclismo. Los hermanos Aldasoro, un par de emprendedores de la región vasca, invirtieron en inmuebles y turismo en Telluride, otrora un campo minero enclavado en las escarpadas montañas que evolucionaron para atraer a la realeza de Hollywood y a esquiadores adinerados.
“Algunas de estas familias ahora tienen feudos completos”, dijo Andew Guillford, autor de The Woolly West. “Se han convertido en adinerada nobleza terrateniente, justo en partes remotas del Oeste del país en tierras que nadie quería”.
Otros, como la familia Inda, no han dejado el pastoreo. Pero, en los ochenta, ante la escasez de estadounidenses deseosos de desempeñar el oficio, comenzaron a reclutar trabajadores de México y después de Sudamérica.
Mendoza, cuya familia en Perú tenía algunas vacas lecheras, ovejas y mulas, se enteró de la oportunidad de pastorear a través de un amigo. Fue a la embajada de Estados Unidos en Lima, donde le mostraron un video sobre el trabajo de pastor o borreguero.
Firmó su primer contrato en 2014 y así pudo enviarles dinero a su madre y sus tres hijos, lo cual les permitió lograr lo que él nunca pudo hacer: estudiar. En invierno, cuando no está solo en las montañas, ayuda con el cuidado de las ovejas en el rancho de la familia Inda.
Habla con su familia más o menos una vez a la semana, según si su teléfono celular, que carga con una batería solar, tiene cobertura. Dice que los extraña y que tiene ganas de comer papaya, piña y quinua, un alimento básico peruano.
La mayor parte del tiempo, no obstante, su hogar son las montañas de San Juan, donde por la roca descienden cascadas plateadas, los arcoíris dobles adornan el cielo y su familia, dijo, son sus dos perros pastores blanco y negro, Lacey y Rayo.