Alguien más cínico que Gerwig podría haberse sentido menos conmovido por la epifanía corporativa de Mattel, a los 60 años de existencia, de que Barbie podría mantener una talla 6, pero resulta claro que el cinismo no es el camino de Gerwig. Después de ver Desmontando a Barbie, el documental de 2018 que relata la transformación de la muñeca desde el interior de Mattel, se quedó prendada de lo ansiosas que estaban las empleadas antes de la revelación pública de las actualizaciones de Barbie. “Es tan asombroso que hayan hecho estos avances y, sin embargo, existe este obstáculo imposible de contradicciones que tienes que estar enfrentando todo el tiempo”, dice. “¿Lo cambiaron de la manera correcta? ¿Lo hicieron bien? ¿Fue lo suficientemente bueno?”, Gerwig quería centrarse en este sentimiento, que la feminidad moderna es la experiencia perpetua de no cumplir con los estándares de alguien, incluidos los propios, y darle la vuelta. “Si Barbie ha sido un símbolo de todas las formas en que no somos suficientes, lo único que tenía sentido que abordara la película era: ¿Cómo podríamos convertirlo en suficiente?”.
Después de que Barbie es confrontada por esa adolescente del mundo real, está mucho más angustiada que cuando se fue de Barbielandia. Se creía adorada, pero en realidad es despreciada, cosificada, impotente. Esto es mucho para una muñeca, pero la táctica de la película es señalar lo que está en juego para una mujer. El filme elude cualquier papel que Barbie pueda desempeñar en la perpetuación de una feminidad estrecha e idealizada; en cambio, le da a esta Barbie un curso intensivo de misoginia moderna. Después de décadas de preocuparse porque las niñas quisieran ser tan perfectas como Barbie, Gerwig presenta una Barbie que lucha por ser tan resistente como nosotras. Este es el truco de magia más atrevido de la película. Barbie ya no es un avatar de la insuficiencia de las mujeres, una proyección de todo lo que no somos; en su lugar, se convierte en un reflejo de lo difícil ―pero valioso― que es ser todo lo que somos.
Otras mujeres ayudan a Barbie a navegar por su complicada y nueva existencia. Algunas ya están incrustadas en su historia: Ruth Handler (Rhea Perlman); una madre que jugaba con Barbie (América Ferrera); la hija que heredó esas Barbies (Ariana Greenblatt). Pero una es una extraña, una mujer en la que Barbie se fija mientras se sienta en un banco, recomponiéndose. Es un tipo de mujer que nunca antes había visto, porque no hay ancianas en Barbielandia. Esta mujer es interpretada por la diseñadora de vestuario Ann Roth, de 91 años, ganadora de un Oscar y amiga de Gerwig. (“¿Tienes muchas amigas que tienen como 90 años? Yo sí, extrañamente. Tengo tres amigas reales, no amigas a medias, que ahora tienen 91, 90 y 91 años”). Cuando Barbie la mira, la encuentra hermosa y así se lo dice. La mujer ya lo sabe. De repente, Barbie, la tensa figura aspiracional, ha contemplado a alguien como quien podría ella aspirar a ser, y es una nonagenaria radiantemente satisfecha, leyendo un periódico en un banco de Los Ángeles, muy consciente de lo que vale.
“La idea de un Dios amoroso que es una madre, una abuela, que te mira y dice: ‘Cariño, lo estás haciendo bien’, es algo que siento que necesito y que quería darles a otras personas”, dice Gerwig. Cuando se sugirió que esta escena, que Gerwig llama una “transacción de gracia”, podría cortarse por tiempo, recuerda haber pensado: “Si corto esa escena, no sé por qué estoy haciendo esta película. Si no tengo esa escena, no sé qué es o qué es lo que he hecho”.
A la mitad de Barbie, un empleado de Mattel recibe una llamada telefónica del FBI: una Barbie anda suelta. Una cosa lleva a la otra, y Barbie se encuentra a sí misma corriendo, como en una comedia de acción, a través de la sede de Mattel, con todo el cuerpo ejecutivo de la compañía persiguiéndola, ansiosa por meterla de nuevo en una versión de tamaño real de la caja rosa en la que vienen las nuevas Barbies.