Benedicto XVI, el papa emérito, un erudito silencioso de intelecto firme que pasó gran parte de su vida haciendo cumplir la doctrina de la Iglesia y defendiendo la tradición antes de conmocionar al mundo católico romano al convertirse en el primer papa en seis siglos en renunciar, murió el sábado. Tenía 95 años.
La muerte de Benedicto fue anunciada por el Vaticano. No se mencionó la causa. La semana pasada, el Vaticano comentó que la salud de Benedicto XVI había empeorado “debido al avance de la edad”.
El miércoles, el papa Francisco pidió a los presentes en su audiencia semanal en el Vaticano que oraran por Benedicto XVI, quien, dijo, estaba “muy enfermo”. Más tarde lo visitó en el monasterio en los terrenos de Ciudad del Vaticano donde Benedicto había vivido desde que anunció su renuncia en febrero de 2013.
En ese anuncio, en el que hablaba de la pérdida de energía y su “edad avanzada” a los 85 años, Benedicto dijo que renunciaba libremente y “por el bien de la Iglesia”. La decisión, que sorprendió a los fieles y al mundo en general, culminó con un papado de casi ocho años en el que sus esfuerzos por revitalizar la Iglesia católica romana se vieron a menudo ensombrecidos por el escándalo no resuelto de abusos sexuales en el clero.
Tras la elección de su sucesor en marzo —el papa Francisco, el excardenal Jorge Mario Bergoglio de Buenos Aires— y una estancia temporal en Castel Gandolfo, la residencia papal de verano, Benedicto se mudó a un convento en Ciudad del Vaticano. Era la primera vez que dos pontífices compartían los mismos terrenos.
Los dos hombres estaban al parecer en buenos términos personalmente pero a veces era un arreglo incómodo y Francisco se movió decisivamente para transformar el papado, al despedir o degradar a muchos de los nombramientos conservadores de Benedicto y elevar la virtud de la misericordia sobre las reglas que Benedicto había pasado décadas refinando y haciendo cumplir.
Benedicto, el intelectual poco carismático que había predicado en gran medida a los creyentes más fervientes de la Iglesia, pronto fue eclipsado por Francisco, dando paso a un sucesor inesperadamente popular que de inmediato trató de ampliar el atractivo del catolicismo y hacer que el Vaticano volviera a ser relevante en los asuntos mundiales. Pero cuando los críticos tradicionalistas de Francisco alzaron sus voces a finales de la década de 2010, convirtieron a Benedicto en la piedra de toque de su oposición, lo que alimentó los temores de que su renuncia pudiera promover un cisma.
A principios de 2019, Benedicto rompió su silencio pospapal al publicar una carta de 6000 palabras que parecía estar en desacuerdo con la visión de su sucesor sobre los escándalos de abusos sexuales. Benedicto atribuyó la crisis a la revolución sexual de los años sesenta, a la secularización y a la erosión de la moralidad que achacó a la teología liberal. Francisco, por el contrario, veía sus orígenes en la exaltación de la autoridad y el abuso de poder en la jerarquía eclesiástica.
Sin embargo, dada su frágil salud en aquel momento, muchos observadores de la Iglesia se preguntaron si Benedicto había escrito realmente la carta o si había sido manipulado para impulsar esa opinión y debilitar así a Francisco.
El propio Benedicto XVI se vio envuelto en el escándalo después de que un informe de enero de 2022 comisionado por la Iglesia católica romana en Múnich investigara cómo la Iglesia había gestionado los casos de abusos sexuales entre 1945 y 2019. En él se afirmaba que Benedicto había gestionado mal cuatro casos de abusos sexuales a menores cuando era arzobispo en Alemania hace décadas y también se lo acusaba de haber engañado a los investigadores en sus respuestas escritas.
Dos semanas después de que se hiciera público el informe, Benedicto reconoció en una carta que se habían producido “abusos y errores” bajo su vigilancia y pidió perdón, pero negó cualquier conducta indebida.
En el momento de su renuncia, la decisión de Benedicto XVI de dimitir humilló y humanizó a un pontífice cuyo papado se había asociado con tempestades. Se produjeron tensiones con judíos, musulmanes y anglicanos, y con católicos progresistas que se sintieron angustiados por sus acercamientos a las franjas más tradicionalistas del mundo católico.
Fue una dolorosa paradoja para sus partidarios que fuera durante el papado de Benedicto XVI que la crisis de abusos sexuales, acumulada durante tanto tiempo, golpeara finalmente al Vaticano con dureza, en 2010. Como cardenal Joseph Ratzinger, encargado de dirigir la poderosa Congregación para la Doctrina de la Fe, se había adelantado a muchos de sus colegas al reconocer lo profundamente dañada que estaba la Iglesia por las revelaciones de que sacerdotes de todo el mundo habían abusado sexualmente de jóvenes durante décadas e incluso más tiempo. Ya en 2005, se refirió a los abusos como “suciedad en la Iglesia”.
Elegido papa el 19 de abril de 2005, tras la muerte de Juan Pablo II, Benedicto pidió perdón por los abusos y se reunió con las víctimas, algo inédito en un papado. Pero no pudo eludir la realidad de que la Iglesia había protegido a sacerdotes acusados de abusos, había minimizado un comportamiento que, de otro modo, habría considerado inmoral y lo había mantenido en secreto ante las autoridades civiles, frustrando los procesos penales.
El ajuste de cuentas empañó la opinión generalizada de que Benedicto era la fuerza intelectual más influyente de la Iglesia durante una generación.
“Vale la pena dar un paso atrás un momento y recordar que Benedicto es probablemente el mayor erudito que ha gobernado la Iglesia desde Inocencio III, el brillante jurista que ejerció de 1198 a 1216”, escribió el historiador de Princeton Anthony Grafton en The New York Review of Books en 2010.
Juan Pablo II se había ganado los corazones, pero fue el cardenal Ratzinger quien definió el correctivo a lo que él y Juan Pablo consideraban un alarmante giro liberal dentro de la Iglesia, puesto en marcha por las reformas del Concilio Vaticano II a principios de la década de 1960.
Benedicto XVI, el 265º papa de la Iglesia, fue el primer alemán en ostentar el título en medio milenio, y su elección marcó un hito en la renovación espiritual de Alemania 60 años después de la II Guerra Mundial y el Holocausto. A sus 78 años, fue también el hombre de más edad en convertirse en papa desde 1730.
La Iglesia que heredó estaba en crisis, y el escándalo de los abusos sexuales era su manifestación más vívida. Era una institución dirigida por una jerarquía mayoritariamente europea que supervisaba a una comunidad de fieles —mil millones— que residían en su mayoría en el mundo en desarrollo. Y se debatía entre sus costumbres antiguas e insulares y el mundo moderno.
Para los liberales de la Iglesia, en lugar de ser la respuesta a esa crisis, Benedicto representaba el problema: un académico europeo conservador desfasado. Muchos se preguntaban si sería un mero cuidador, que ocuparía el puesto tras el largo papado del querido Juan Pablo II hasta que se pudiera nombrar a un heredero más joven y dinámico.
No tardó en despejar esa incógnita. Aunque su comportamiento tímido y libresco parecía augurar un camino menos ambicioso, se movió con fuerza para poner en práctica una idea que llevaba tiempo defendiendo: que la respuesta de la Iglesia al creciente secularismo y a las conquistas de otras religiones no debía consistir tanto en ampliar el atractivo del catolicismo como en cuidar a sus creyentes más conservadores, aunque el precio fuera una Iglesia más pequeña.
[Este obituario se actualizará en algunos momentos.]
Laurie Goodstein, Elisabetta Povoledo y Jason Horowitz colaboraron con reportería.
Rachel Donadio es la corresponsal de cultura europea. Se integró al Times en 2004 como reportera y editora de la sección Book Review. También ha sido jefa de la corresponsalía en Roma y ahora está residenciada en París. @RachelDonadio