RÍO DE JANEIRO — Durante meses, encuestadores y analistas habían dicho que el presidente Jair Bolsonaro estaba condenado. Se enfrentó a una desventaja amplia e inquebrantable en la contienda presidencial de Brasil, y en las últimas semanas, las encuestas sugirieron que incluso podría perder en la primera ronda, con lo que habría concluido su presidencia después de solo un mandato.
En cambio, era Bolsonaro quien estaba celebrando. Aunque el contendiente, Luiz Inácio Lula da Silva, un expresidente de izquierda, terminó la noche con más votos, Bolsonaro superó con creces los pronósticos y envió la contienda a una segunda vuelta.
Da Silva recibió el 48,4 por ciento de los votos el domingo, frente al 43,23 por ciento de Bolsonaro, con el 99,87 por ciento de los votos contados. Lula da Silva necesitaba superar el 50 por ciento para ser elegido presidente en la primera vuelta.
Se enfrentarán el 30 de octubre en la que se considera la votación más importante en décadas para el país más grande de América Latina.
Esto se debe, en parte, a las visiones marcadamente diferentes que los dos hombres tienen para este país de 217 millones de habitantes, y a que Brasil se enfrenta a una serie de desafíos, como las amenazas medioambientales, el aumento del hambre, una economía tambaleante y una población profundamente polarizada.
Bolsonaro le dijo a los periodistas el domingo por la noche que “superó las mentiras” de las encuestas y que sentía que ahora tenía una ventaja en la segunda vuelta. Incluso con los resultados favorables, también sugirió que podría haber habido fraude y advirtió que esperaría a que los militares verificaran los resultados.
“Siempre existe la posibilidad de que suceda algo anormal en un sistema completamente computarizado”, dijo.
Durante meses, Bolsonaro había dicho que las encuestas estaban subestimando su apoyo y como evidencia apuntaba a sus enormes mítines. Sin embargo, todas las encuestas confiables lo mostraban en desventaja. El domingo quedó claro que tenía razón. Con la mayoría de los votos contados, se desempeñó mejor en los 27 estados de Brasil de lo que Ipec, una de las encuestadoras más prestigiosas de Brasil, había pronosticado un día antes de las elecciones.
Parece que los encuestadores estimaron mal la fuerza de los candidatos conservadores en todo el país. Los gobernadores y legisladores respaldados por Bolsonaro también superaron las expectativas de las encuestas y ganaron muchas de sus contiendas el domingo.
Cláudio Castro, gobernador del estado de Río de Janeiro, fue reelecto de forma contundente, con el 58 por ciento de los votos, 10 puntos porcentuales por encima de lo previsto por el Ipec. Al menos siete exministros de Bolsonaro también fueron elegidos para el Congreso, entre ellos su exministro de Medioambiente, quien supervisó la deforestación vertiginosa en la Amazonía, y su exministro de Salud, quien fue criticado de manera generalizada por la demora de Brasil en la compra de vacunas durante la pandemia.
Frente a la casa de Bolsonaro, en un barrio acomodado junto a la playa en Río de Janeiro, sus seguidores se reunieron para celebrar, bailar y beber cerveza. Muchos llevaban camisetas verde amarela de la selección nacional de fútbol de Brasil, que se ha convertido en una especie de uniforme para muchos de los seguidores de Bolsonaro. (El presidente usó una para votar, sobre lo que parecía ser un chaleco antibalas o un chaleco protector).
“Esperábamos que tuviera una ventaja del 70 por ciento” de los votos, dijo Silvana Maria Lenzir, de 65 años, una mujer jubilada que llevaba calcomanías del rostro de Bolsonaro que cubrían su pecho. “Las encuestas no reflejan la realidad”.
Aún así, durante las próximas cuatro semanas, Bolsonaro tendrá que recuperar terreno frente a Lula da Silva, quien obtuvo más votos el domingo. Bolsonaro está tratando de evitar convertirse en el primer presidente en funciones que pierde su candidatura a la reelección desde el inicio de la democracia moderna en Brasil, en 1988.
Al mismo tiempo, Da Silva intenta completar un sorprendente resurgimiento político que hace años parecía impensable.
Aunque terminó la noche como el candidato más votado, el discurso que pronunció ante sus seguidores tomó un tono sombrío. Pero dijo que agradecía la oportunidad de debatir ahora con Bolsonaro frente a frente.
“Podemos comparar el Brasil que él construyó y el Brasil que construimos nosotros”, dijo. “Mañana comienza la campaña”.
Antiguo obrero metalúrgico y líder sindical que estudió hasta quinto grado, Da Silva dirigió Brasil durante su auge en la primera década del siglo. Luego fue condenado por cargos de corrupción después de dejar el cargo y pasó 580 días en prisión. El año pasado, el Supremo Tribunal Federal anuló esas condenas, al dictaminar que el juez de sus casos era parcial, y los votantes apoyaron al hombre conocido simplemente como Lula.
Los dos hombres son los políticos más prominentes —y polarizantes— del país. La izquierda brasileña ve a Bolsonaro como una amenaza peligrosa para la democracia del país y su posición en la escena mundial, mientras que los conservadores del país ven a Da Silva como un exconvicto que fue parte central de un vasto esquema de corrupción que ayudó a corromper las instituciones de Brasil. Muchos votantes han dejado claro que se alinean contra un candidato más que en apoyo del otro.
Flávia Milhorance, Manuela Andreoni y André Spigariol colaboraron con este reportaje.