Durante las tres décadas de carrera en el Servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido, China nunca fue considerada una gran amenaza.
Si perdíamos el sueño era por desafíos más inmediatos, como el expansionismo soviético y el terrorismo transnacional. El surgimiento vacilante de China de la caótica era de Mao Zedong y su aislamiento internacional después de que soldados chinos sofocaran las manifestaciones prodemocracia en la plaza de Tiananmén en 1989 hicieron que pareciera un páramo insular.
Hoy vemos un panorama distinto. China ha adquirido influencia económica y diplomática global, lo que permite que se establezcan operaciones encubiertas que van mucho más allá de la recopilación tradicional de inteligencia, que están creciendo a gran escala y amenazan con rebasar a las agencias de seguridad del mundo occidental.
Los líderes de las agencias de inteligencia estadounidense y británica —Christopher Wray, director del FBI, Ken McCallum, director general del MI5— advirtieron en julio que tienen una preocupación cada vez mayor por esta situación durante una conferencia de prensa conjunta sin precedentes en la que advertían de un “asombroso” esfuerzo chino, como dijo Wray, para robar tecnología e inteligencia económica e influir en la política internacional a favor de Pekín. El ritmo se estaba acelerando y el número de investigaciones del MI5 sobre presuntas actividades chinas, dijeron, se habían multiplicado por siete desde 2018.
La cultura del Partido Comunista de China siempre ha tenido una naturaleza clandestina. Pero desde que el presidente Xi Jinping asumió el poder hace una década, el partido se ha convertido en una fuerza aún más dominante en China, lo que ha hecho metástasis en las instituciones estatales. China puede describirse mejor como un Estado de inteligencia. El partido considera que el negocio de adquirir y proteger secretos es una labor de toda la nación, al punto de que se ofrecen recompensas a los ciudadanos por identificar posibles espías e incluso se enseña a los estudiantes a reconocer las amenazas.
El mundo occidental no puede combatir fuego con fuego. Movilizar al gobierno, la sociedad y los sistemas económicos y académicos en torno a la competencia con enemigos extranjeros, como hace China, implicaría una traición a sus valores. Pero los líderes de las democracias deben asimilar el cambio radical que ha sucedido en China y asegurarse de que su involucramiento con Pekín esté teñido por un sentido práctico de la realidad.
La última amenaza de inteligencia estatal que puede compararse fue la que plantearon los soviéticos. Pero la Unión Soviética estaba aislada y empobrecida. La exitosa economía de China, en cambio, es un motor clave del crecimiento global, lo que ha aumentado considerablemente el alcance de Pekín.
Las agencias de inteligencia de China apenas eran visibles en el escenario mundial hace 30 años, pero ahora son poderosas y tienen recursos. Son expertas en explotar las vulnerabilidades de las sociedades abiertas y de su dependencia cada vez mayor de la economía china para recopilar grandes cantidades de inteligencia y datos. Buena parte de esto sucede en el dominio cibernético, como el hackeo de la Oficina de Administración de Personal estadounidense en 2015, en el que se robaron datos confidenciales de millones de empleados federales. Los agentes de inteligencia chinos también están presentes en empresas estatales, organizaciones de medios del Estado, embajadas y consulados. En 2020, el consulado de China en Houston fue cerrado por el gobierno de Donald Trump después de que sirviera como un centro nacional para recopilar inteligencia de alta tecnología.
Pero las operaciones encubiertas de China no terminan ahí.
La Ley de Inteligencia de China, aprobada en 2017, exige que los ciudadanos ayuden a las agencias de inteligencia. Esta legislación, sin embargo, solo formalizó una situación que ya era usual. El mayor desafío desde China proviene de organizaciones y actores involucrados en actividades que quizás no se ajustan a los perceptos normales del espionaje.
En buena medida, estos esfuerzos son organizados por el Departamento de Trabajo del Frente Unido, una organización del partido que busca cooptar a miembros bien posicionados de las comunidades de la diáspora china, y cuyo alcance se ha ampliado con el mandato de Xi. China también se esfuerza por atraer a otros ciudadanos de Occidente. Un caso claro, expuesto este año, involucró a un político británico cuya oficina recibió financiamiento sustancial de una abogada china que, de ese modo, obtuvo acceso a la clase dominante del sistema político británico. Una de las estrategias chinas es cultivar con paciencia relaciones con políticos a nivel de ciudad o comunidad que muestren potencial para ascender a cargos aún más altos. Otra se conoce como cooptar a la élite, en la que se ofrecen beneficios lucrativos u oportunidades comerciales a figuras gubernamentales o corporativas occidentales con influencia a cambio de defender políticas que se alineen con intereses chinos.
Para China, esta labor es de supervivencia. Se debe adquirir tecnología e inteligencia comercial para que la economía de China siga creciendo lo suficientemente rápido como para evitar la inestabilidad social. Xi ha enfatizado la necesidad de adoptar medidas “asimétricas” para alcanzar a Occidente tecnológicamente.
China puede estar en ventaja ahora, pero hay herramientas que las agencias de inteligencia y seguridad occidentales pueden implementar, como proporcionar a los miembros de su personal habilidades lingüísticas necesarias y el conocimiento sobre China y el funcionamiento del Partido Comunista. Pero necesitan ayuda.
Las democracias liberales no pueden limitarse a estar a la defensiva; los líderes políticos deben promover una mayor inversión en capacidades de recopilación de inteligencia ofensiva y programas de divulgación que les enseñen a las empresas, organizaciones políticas y otros objetivos potenciales sobre sus vulnerabilidades. También se necesitan sistemas para evaluar las implicaciones de seguridad nacional de lo que de otro modo podrían parecer actividades comerciales normales por parte de empresas chinas o entidades no chinas que actúan como fachadas de Pekín.
Es vital una legislación nueva y más efectiva que se ajuste a esta dinámica cambiante. El Reino Unido está dando un paso en la dirección correcta. Al parecer, el país está listo para promulgar un proyecto de ley de seguridad nacional que ampliaría la definición de espionaje y emprendería medidas para crear, como lo expresó el Ministerio del Interior, “un entorno operativo más desafiante” para quienes actúan como agentes de intereses extranjeros. Australia promulgó una ley similar en 2018 para detener la influencia política encubierta extranjera después de que surgieron preocupaciones sobre la actividad china.
Contrarrestar a Pekín será una difícil maniobra de equilibrio, especialmente en países con grandes poblaciones de la diáspora china. Un ejemplo fue el programa del FBI para prevenir el robo de inteligencia económica y científica de las universidades estadounidenses, iniciado por el gobierno de Donald Trump bajo la Iniciativa China. El programa tuvo un efecto alarmante en los científicos e ingenieros de origen chino, quienes sintieron que fueron victimizados de manera injusta. Este año fue cancelado.
Los países occidentales no deberían tener miedo de emprender acciones audaces. Las maniobras como la expulsión masiva de funcionarios soviéticos de inteligencia por parte del Reino Unido en 1971 después de un aumento de la actividad de espionaje casi nunca afectan, si es que alguna vez lo hacen, las relaciones más generales. Tampoco debe exagerarse el impacto del espionaje y la subversión. La Unión Soviética no perdió la Guerra Fría por sus operaciones de inteligencia, que fueron buenas, sino por el fracaso de sus ideales de gobierno.
Lo mismo puede resultar cierto con China. Los legisladores y los servicios de inteligencia occidentales deben innovar y adaptarse. Pero también deben asegurarse de que las estrategias que emplean sigan los ideales de libertad, apertura y legalidad que representan la mayor amenaza para el partido-Estado chino.
Nigel Inkster (@NigelInkster) fue director de operaciones e inteligencia del Servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido, del cual se retiró en 2006. Es el principal asesor de seguridad cibernética y China en el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.