¿A dónde se dirigirán ahora los millones de personas de Pakistán desplazados por las inundaciones? ¿Qué hacen los pequeños agricultores de Kenia cuando una prolongada sequía les impide sembrar para alimentar a sus familias? En todo el mundo, la gente enfrenta todos los días decisiones desesperadas.
Los países ricos suelen tener los recursos necesarios para afrontar estos impactos climáticos. El año pasado, en Estados Unidos, el 54 por ciento de las pérdidas relacionadas con los desastres estaban respaldadas por seguros, en comparación con solo el 3 por ciento en promedio de los 77 países más pobres del mundo.
Estados Unidos y la Unión Europea han rechazado o paralizado este tipo de ayuda financiera, lo que hace temer que destinar fondos para los daños y perjuicios climáticos pudiera interpretarse como un admisión de culpa y abrir la puerta a una avalancha de demandas. Sin embargo, el Acuerdo de París, firmado en 2015, ya debería haber puesto fin a esa preocupación, pues deja en claro que “evitar, minimizar y abordar” los daños y perjuicios “no implica ni proporciona una base para ninguna responsabilidad o compensación”.
Algunos países desarollados argumentan que la ayuda humanitaria ya satisface esa necesidad. No es así. La ayuda humanitaria provee refugio inmediato y asistencia alimentaria después de un desastre, pero no está disponible para, por ejemplo, los residentes de las islas Fiyi que deben buscar otro lugar para vivir debido al aumento de los mares ni tampoco para el pescador en Palaos cuyo modo de vida va a desaparecer cuando el atún emigre a aguas más frías.
Los compromisos iniciales de pagar daños y perjuicios son importantes a nivel político. Sin embargo, la necesidad es exponencialmente mayor: estos costos en todo el mundo podrían ascender a entre 290.000 y 580.000 millones de dólares en 2030, según un cálculo.
Un nuevo fondo para responsabilizar a las partes podría cambiar la vida de miles de millones de personas que ya están padeciendo los efectos del cambio climático, además de ofrecer una vía de recuperación donde hoy no existe ninguna. Cuando se produzca un ciclón, un gobierno podría solicitar fondos con rapidez y distribuirlos para ayudar a la gente a reconstruir las casas destruidas. En el caso de problemas continuos como las sequías, el dinero podría ayudar a los agricultores a diversificar sus capacidades cuando sus medios de vida originales ya no sean viables. Pero también podría mejorar la vida de los habitantes de los países ricos, al aumentar la solidez de las cadenas de suministro mundiales, estabilizar las economías en las que sus empresas importan y exportan bienes y crear las condiciones para un mundo más pacífico.
Como dijo la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, la semana pasada en la conferencia: “Los países en el norte global que han ocasionado el cambio climático y tienen el mayor acceso a recursos tienen la obligación de actuar”.