Los medicamentos antivirales existen desde los años sesenta en forma de pastillas, soluciones intravenosas, pomadas e incluso gotas para los ojos. Solo existen para un grupo de virus como el VIH, los virus del herpes simple, los virus de la hepatitis B y C, la gripe A y B, y ahora el coronavirus.
El Tamiflu, uno de los antivirales más conocidos, puede minimizar los síntomas de la gripe y acortar el curso de la enfermedad cuando se toma a los pocos días de enfermar. También puede utilizarse de forma profiláctica (en residentes de residencias de ancianos, por ejemplo) para evitar la propagación del virus durante los brotes. Otras terapias antivirales, como las del VIH y la hepatitis C, pueden tomarse de forma crónica, incluso en ausencia de síntomas, para evitar la progresión de la enfermedad y reducir los brotes de los síntomas.
La mayoría de los antivirales actúan suprimiendo la capacidad del virus para infectar y multiplicarse en las células, según Rajesh Gandhi, médico especialista en enfermedades infecciosas del Hospital General de Massachusetts. Esto ayuda al cuerpo a combatir una infección activa, aliviando los síntomas y acortando la duración de la enfermedad.
Pero la forma exacta en que un antiviral hace esto depende del tratamiento que se utilice. Algunos antivirales impiden que los virus se propaguen a las células sanas bloqueando los receptores de las superficies celulares. Otros inhiben la maquinaria que un virus necesita para hacer copias de sí mismo cuando ha irrumpido en tus células. Por eso, a los investigadores les ha resultado muy difícil desarrollar medicamentos antivirales que impidan la replicación del virus sin dañar las células humanas en las que se esconde, explica Gandhi.