Aun así, tras la mayoría de las principales amenazas a la salud pública —HIV, ántrax, SRAG, ébola—, las inversiones y el interés siempre llegan a puntos álgidos solo para decaer en ciclos predecibles. Aunque la covid causa más de 300 muertes diarias en Estados Unidos, un saldo en gran medida prevenible que podría equivaler al doble de nuestra peor temporada de influenza, el Congreso sigue sin ser capaz de garantizar financiamiento para vacunas contra la covid y respuestas efectivas en el futuro, mucho menos 88.000 millones de dólares solicitados a lo largo de cinco años para preparación pandémica y biodefensa. Además, si el control político de la Cámara de Representantes y del Senado cambia de manos pronto y el liderazgo en la Casa Blanca cambia en 2024, la probabilidad de inversión sostenida en preparación podría estar incluso en mayor riesgo.
Incluso si la próxima pandemia está a años de distancia, es probable que tengamos solo algunos meses para sentar las bases para prepararnos para ella. Así que, ¿qué se debe hacer?
Decenas de reformas son necesarias y debatidas, pero tres áreas requieren atención e inversión inmediatas: vigilancia sanitaria, fortalecimiento de personal de salud a nivel global y acceso equitativo garantizado a tratamientos y vacunas.
Es probable que no podamos evitar el surgimiento de amenazas pandémicas futuras y eso es lo que hace que detectarlas con rapidez sea de vital importancia. Sin embargo, no puedes ver lo que no estás buscando. Se necesita una ampliación masiva de la vigilancia sanitaria no solo en las naciones ricas, sino también en los países de ingresos bajos y medianos, así como en las áreas de crisis humanitaria. La OMS coordina una red internacional de laboratorios de influenza que realizan vigilancia de la gripe durante todo el año. Un consorcio de científicos que rastrean la evolución del coronavirus se ha formado en África y ahora más de dos tercios de los países en el continente son capaces de secuenciar genomas. Estos podrían servir como modelos.
Una preparación pandémica sólida también exige un incremento dramático en la fuerza de trabajo de atención a la salud. El Hospital Bellevue, donde fui tratado por ébola, tenía casi tantos médicos en su personal como los que ejercían en Guinea, Liberia y Sierra Leona —los países más afectados durante la epidemia de ébola— combinados, según los estimados de un informe de 2015 del Banco Mundial.
La OMS estima que se necesitarán 15 millones de trabajadores de la salud adicionales para 2030, principalmente en países de ingresos bajos o medianos. Como con el ébola y la covid, a menudo son los médicos o las enfermeras locales quienes reconocen nuevos patrones de enfermedad y alertan sobre ellos a las autoridades sanitarias para mayor investigación. Sin una primera línea sólida, muchos de esos focos rojos no serán detectados, lo que derivará en consecuencias potencialmente perjudiciales.
También existe una necesidad urgente de una mayor capacidad para crear tratamientos y vacunas en lugares donde con frecuencia hay escasez y son los últimos en la fila de distribución. Antes de la pandemia de covid, el 99 por ciento de las vacunas usadas en África eran importadas. Incluso ahora, esa cifra permanece casi sin cambios. Esto explica en gran medida por qué tres cuartas partes de las personas en países de altos ingresos han sido vacunadas con al menos una dosis contra la covid, en comparación con solo un cuarto en naciones de bajos ingresos.