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Cuatro historias de espías – The New York Times

Lecturas de espionaje y vigilancia, el plan de Arizona para conseguir agua y más para el fin de semana.


Se supone que no debemos enterarnos de la vida ni las actividades de un espía. Cuando eso sucede, es que algo ha fallado, algo se ha roto en ese pacto de silencio.

Este fin de semana proponemos cuatro lecturas para adentrarnos al mundo del espionaje.

  • Un espía al teléfono. Se llama José Manuel Villarejo, le decían el “rey de las cloacas” y durante décadas se dedicó a grabar a los más poderosos de España. Luego sus audios empezaron a difundirse y a conmocionar al país. Ahora está esperando un veredicto de la justicia española y se puso en contacto con Nicholas Casey, periodista del Times, para contar su versión. “¿Qué ocurre con los secretos de un país cuando los ha grabado todos un solo hombre?”, escribe Nick en este fascinante reportaje. “¿Y qué ocurre cuando ese hombre de repente se ve acorralado?”.

  • Un barco, 21 agentes de inteligencia y una tormenta inesperada en Italia. A principios de mes reportamos sobre un episodio de consecuencias fatales que desató una ola de especulaciones. Esta es la historia de una tragedia insólita que dejó en evidencia la obsesión por los relatos de intriga y espionaje.

  • Doble agente tras las rejas. Siete millones de dólares pagó el FBI a un exespía ruso para descubrir que tenía un infiltrado que revelaba información estadounidense. Se llamaba Robert Hanssen y fue protagonista de un gran escándalo en la comunidad de inteligencia. Acaba de morir y su obituario se lee como una película de aventuras y traiciones.

  • Mi teléfono, el vigilante. “Casi todo lo que hacemos en internet y en nuestros teléfonos”, advierte en un ensayo de opinión Julia Angwin, “está siendo vigilado por entidades comerciales cuyos datos con frecuencia pueden ser utilizados por los gobiernos”. Frente a esa intromisión está el cifrado que brindan aplicaciones como WhatsApp y Signal. Pero la privacidad que ofrecen corre peligro ante los esfuerzos regulatorios.


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Hacer algo “por amor al arte” suena bien solo al principio: implica vocación y compromiso. Pero la frase también puede significar que esa labor que se hace con tesón y esfuerzo no se paga adecuadamente. Hace poco, en las páginas de Opinión se discutió la idea de que un trabajo que se hace por pasión con frecuencia crea condiciones desventajosas para el trabajador.

“La insinuación de que el amor es un sustituto adecuado para la seguridad laboral, las protecciones en el lugar de trabajo o un salario justo es una creencia muy extendida”, escribió Simone Stolzoff, el autor del ensayo. Y es que, “cuando tienes un buen trabajo —uno que te sientes afortunado de tener— el miedo a perderlo puede dificultar la denuncia”.

¿Concuerdas con el punto de vista de Stolzoff? ¿Por qué? ¿Cuál ha sido tu experiencia? Escríbenos un correo si te gustaría que una parte de tu comentario sea considerado para otra entrega de El Times. Incluiremos tu nombre y lugar de residencia.

Patricia Nieto y Sabrina Duque producen y editan este boletín.

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