BARACOA, Cuba — Roger García Ordaz no oculta sus múltiples intentos de fuga.
En 11 oportunidades ha intentado salir de Cuba navegando en botes de madera, espuma de poliestireno y resina, y tiene un tatuaje por cada intento fallido, entre ellos tres percances en sus embarcaciones, y ocho ocasiones en que la Guardia Costera de Estados Unidos lo ha recogido en el mar y retornado a su patria.
Cientos de botes destartalados caseros han partido este año desde las costas de Baracoa, un pueblo de pescadores al oeste de La Habana donde vive García, de 34 años. Son tantos, que los lugareños llaman a la localidad “Terminal Tres”.
“Claro que me voy a seguir tirando la vida entera hasta que llegue”, dijo. “O si quiere quitarme la vida el mar que se me quite”.
Durante mucho tiempo, las condiciones de vida en Cuba bajo el régimen comunista han sido precarias, pero en la actualidad, la pobreza y la desesperanza que van empeorando han desencadenando el mayor éxodo en la isla caribeña desde que Fidel Castro llegó al poder hace más de medio siglo.
El país ha sido impactado tanto por las sanciones estadounidenses más estrictas como por la pandemia de COVID-19, que afectó una de las áreas vitales de Cuba: la industria del turismo. Los alimentos se han vuelto aún más escasos y más caros, las filas en las farmacias con pocos suministros comienzan antes del amanecer y millones de personas sufren apagones diarios de horas.
Durante el último año, casi 250.000 cubanos, más del 2 por ciento de los 11 millones de habitantes de la isla, han emigrado a Estados Unidos, la mayoría llegan a la frontera sur por tierra, según datos del gobierno estadounidense.
Incluso para una nación conocida por el éxodo masivo, el movimiento actual es notable: más grande que la suma del éxodo del Mariel de 1980 y la crisis de los balseros cubanos de 1994, que hasta hace poco eran los mayores eventos migratorios de la isla.
Pero aunque esos movimientos alcanzaron su punto máximo en un año, los expertos dicen que esta migración, que comparan con un éxodo en tiempos de guerra, no tiene un final a la vista y amenaza la estabilidad demográfica de un país que ya tiene una de las poblaciones de mayor edad del hemisferio.
Los cubanos que se marchan de la isla en grandes cantidades también se han convertido en un desafío para Estados Unidos. Cuba, que ahora es una de las principales fuentes de migrantes después de México, se ha convertido en uno de los principales contribuyentes a la multitud de migrantes en la frontera entre Estados Unidos y México, lo que es ahora un gran riesgo político para el presidente Joe Biden y que su administración considera como un serio problema de seguridad nacional.
“Los números para Cuba son históricos, y todos lo reconocen”, dijo un alto funcionario del Departamento de Estado que no está autorizado para hablar de manera oficial sobre el asunto. “Dicho esto, más personas que nunca están migrando a nivel mundial ahora y esa tendencia también se está confirmando en nuestro hemisferio”.
Muchos expertos dicen que la política de EE. UU. hacia la isla está ayudando a impulsar la misma crisis migratoria que el gobierno trata de abordar.
Para atraer a los votantes cubanoestadounidenses del sur de Florida, la administración Trump descartó la política del presidente Barack Obama, que incluía restablecer las relaciones diplomáticas y aumentar los viajes a la isla. El presidente Donald Trump la remplazó con una campaña de “máxima presión” que intensificó las sanciones y limitó severamente la cantidad de efectivo que los cubanos podían recibir de sus familias en Estados Unidos, una fuente clave de ingresos.
“Esto no es ciencia espacial: si devastas un país a 144 kilómetros de tu frontera con sanciones, la gente llegará a tu frontera en busca de oportunidades económicas”, dijo Ben Rhodes, quien se desempeñó como asesor adjunto de seguridad nacional durante la presidencia de Obama y fue responsable de las conversaciones con Cuba.
Aunque el presidente Biden ha comenzado a cambiar algunas de las políticas de Trump, ha tardado en actuar por temor a desencadenar el enojo de la diáspora cubana y provocar la ira del senador Robert Menéndez, un poderoso demócrata cubanoestadounidense que preside el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, dijo William M. LeoGrande, profesor de la American University quien ha escrito ampliamente sobre las relaciones entre Cuba y EE. UU.
El gobierno de Estados Unidos también ha expresado su preocupación por los derechos humanos en la isla tras la represión del gobierno cubano a las protestas masivas del año pasado.
“Estas dos razones, una política interna y otra política exterior, se refuerzan mutuamente”, dijo LeoGrande.
Si bien cualquier reversión significativa de las sanciones no está en discusión, los dos gobiernos están involucrados en los esfuerzos para abordar el aumento extraordinario de la migración.
Washington anunció recientemente que en enero reiniciará los servicios consulares en La Habana y el próximo año emitirá al menos 20.000 visas a cubanos según los viejos acuerdos entre ambas naciones. Los funcionarios esperan que eso disuada a algunas personas de intentar hacer viajes peligrosos hacia Estados Unidos.
La Habana acordó reanudar la aceptación de vuelos desde Estados Unidos de cubanos que sean deportados, otra medida para tratar de desalentar la migración. La administración Biden también revocó el límite de dinero que los cubanoestadounidenses pueden enviar a sus familiares y otorgó una licencia a una empresa estadounidense para procesar las transferencias electrónicas a Cuba.
Durante mucho tiempo, el gobierno cubano ha culpado a las sanciones de Washington y a un embargo comercial de décadas por la paralización de la economía del país y la salida de la gente de la isla, y dice que una ley vigente desde 1966 que otorga a la mayoría de los cubanos que cumplen con ciertos criterios una vía rápida hacia la residencia es una razón clave de los aumentos repentinos de la migración.
La ley básicamente asume que todos los cubanos son refugiados políticos necesitados de protección, pero ha sido muy criticada por darle privilegios que no se le otorgan a ninguna otra nacionalidad.
No obstante, Cuba también tiene una larga historia de utilizar la migración para librar a la nación de aquellos a los que considera descontentos. Cuando crecía el malestar político, Fidel Castro pedía públicamente a los agitadores, a los que llamó “degenerados” y “gusanos”, que se fueran.
Unas 3000 personas partieron del puerto de Camarioca en 1965 y 125.000 partieron de Mariel en 1980. En 1994, las protestas callejeras provocaron un éxodo de unas 35.000 personas, que llegaron a las costas de Florida en neumáticos y embarcaciones destartaladas.
La caída libre de Cuba se ha visto acelerada por la pandemia: en los últimos tres años, las reservas financieras se han reducido y tiene problemas para abastecer los almacenes. Las importaciones, principalmente de alimentos y combustible, se han reducido a la mitad. La situación es tan grave que la compañía eléctrica del gobierno se jactó este mes de que el servicio eléctrico había funcionado ininterrumpidamente un día durante 13 horas y 13 minutos.
El año pasado, hartos del declive económico y la falta de libertad agravada por el confinamiento por la covid, decenas de miles de cubanos salieron a las calles en las mayores protestas antigubernamentales en décadas. Siguió una represión, y casi 700 personas siguen encarceladas, según un grupo cubano de derechos humanos.
Los cubanos con menos recursos intentan construir botes improvisados para marcharse, y al menos 100 han muerto en el mar desde 2020, según la Guardia Costera de EE. UU. Esa institución ha interceptado a casi 3000 cubanos en el mar solo en los últimos dos meses.
Pero en estos días, la mayoría de los migrantes cubanos salen de la isla volando, y los parientes en el exterior a menudo pagan el pasaje aéreo, seguido de un duro viaje por tierra. (Cuba eliminó el requisito de visa de salida para salir por aire hace una década, aunque todavía es ilegal salir por mar).
La salida de personas se incrementó el año pasado, cuando Nicaragua dejó de exigir una visa de entrada para los cubanos. Decenas de miles de personas vendieron sus casas y pertenencias y volaron a Managua, pagando a contrabandistas para que los ayudaran a hacer el viaje de 2700 kilómetros por tierra hasta la frontera con Estados Unidos.
Katrin Hansing, antropóloga de la Universidad de la Ciudad de Nueva York que está de año sabático en la isla, señaló que las crecientes cifras de migración no tienen en cuenta los miles que se han ido a otros países, incluidos Serbia y Rusia.
“Esta es la mayor fuga de cerebros cuantitativa y cualitativa que ha tenido este país desde la revolución”, dijo. “Son los mejores, los más brillantes y los que tienen más energía”.
La partida de muchos cubanos jóvenes en edad laboral augura un futuro demográfico sombrío para un país donde la esperanza de vida promedio de 78 años es más alta que en el resto de la región, dicen los expertos. El gobierno apenas puede pagar las exiguas pensiones de las que depende la población mayor del país.
La hemorragia de cubanos de su tierra natal es nada menos que “devastadora”, dijo Elaine Acosta González, investigadora asociada de la Universidad Internacional de Florida. “Cuba es un país que se está despoblando”.
Hace solo unos años, el futuro del país parecía muy diferente. Cuando la gestión de Obama aminoró las restricciones a los viajes a Cuba, los turistas estadounidenses inyectaron dólares en el incipiente sector privado de la isla.
Ahora, los viajes vuelven a estar severamente limitados y para muchos cubanos los años de recesión económica acabaron con su optimismo.
Joan Cruz Méndez, un taxista que ha intentado irse tres veces, miró hacia el mar en Baracoa y explicó por qué tantas embarcaciones que alguna vez bordearon las costas de la localidad se han ido, junto con sus dueños.
“Lo último que se puede perder es la esperanza, y creo que una gran parte de la población ha perdido la esperanza”, dijo Cruz, contando cómo una vez logró navegar 48 kilómetros mar adentro y se vio obligado a regresar porque muchas personas a bordo se marearon y vomitaron.
En marzo, Cruz, de 41 años, compró un boleto de avión para que su esposa viajara a Panamá y usó sus ahorros para pagarle a un contrabandista 6000 dólares para llevarla a Estados Unidos, donde solicitó asilo político. Ahora trabaja en una tienda de autopartes en Houston.
En los bosques más allá del pueblo, la gente estaba ocupada construyendo más botes, quitando motores de automóviles, generadores eléctricos y cortadoras de césped.
Cuando el mar está en calma, esperan a que el contingente local de la Guardia Costera cubana termine su turno, antes de llevar las embarcaciones improvisadas sobre sus hombros a través de la ciudad y sobre rocas escarpadas antes de ponerlas con delicadeza en el agua.
En mayo, Yoel Taureaux Duvergel, de 32 años, y su esposa, Yanari, que estaba embarazada de cinco meses de su único hijo, y otros cuatro partieron de madrugada. Pero su motor se dañó. Comenzaron a remar, pero fueron interceptados por la Guardia Costera de EE. UU. a unos pocos kilómetros de Estados Unidos y los retornaron a Cuba, donde Taureaux trata de sobrevivir haciendo trabajos ocasionales.
Cuando se le preguntó por qué había tratado de irse, se rio. “¿Cómo que por qué quiero irme?”, dijo. “¿Tú no vives la realidad cubana?”.
Tiene la intención de volver a intentarlo. “El que empieza no para”, dijo.
Sentado a su lado, Maikol Manuel Infanta Silva, de 19 años, había vendido el refrigerador de su familia para construir un bote que se hundió. Él también lo intentará de nuevo.
Se supone que, por ley, debe estar sirviendo en el ejército, pero huyó e intenta ganarse la vida pescando con un arpón.
En Cuba, dijo, “todo sigue empeorando”.
Frances Robles es corresponsal con sede en Florida, desde donde cubre también Puerto Rico y Centroamérica. Su investigación sobre el asesinato de un detective en Brooklyn llevó a la anulación de más de una docena de condenas por homicidio y fue merecedora de un premio George Polk. @FrancesRobles • Facebook