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Deseo más que un ‘Gracias, ¡que pase el siguiente!’

Nuestra primera cita empezó en un lugar de vinos de moda bebiendo vino rosado. En el siguiente bar, con canciones de principios del 2000, me preguntó si quería ir a casa con él.

Normalmente rechazaría la invitación, inventándome alguna excusa de chica buena. Pero la combinación de vino, música y Los Ángeles me hizo más atrevida. En Nueva York estaba en mi peor momento: soltera, agotada por las audiciones y acababa de pelearme con mi mejor amiga. Pero la estancia de un mes en Los Ángeles me parecía un nuevo comienzo.

Así que le di un beso y le dije: “Vamos”.

En su departamento, mientras nos quitábamos la ropa, me sentí como en una película. Las mariposas instantáneas. La manera espontánea en que habíamos saltado de un bar a otro. Y todo lo que quería era estar en una película.

Ser actor es exponerse con frecuencia, esperar que te quieran y oír mil veces “No, no eres la adecuada”. “No, otra persona encaja mejor”. Es como tener citas, pero pagadas (con suerte) y sin sexo (aunque a veces lo hay). Y eso era antes de que la huelga convirtiera toda la industria en un “no”.

Por la mañana, hicimos planes para ir a cenar la semana siguiente. Sugirió L’antica Pizzeria Da Michele, famoso por ser el restaurante de Comer, rezar, amar. No el original de Nápoles, Italia, donde Julia Roberts se enamoró de su pizza margarita, sino la nueva franquicia que había aparecido en Hollywood. No podía esperar a la segunda cita.

Me estaba alojando en la habitación de huéspedes de la madre de una amiga en Beverly Hills. Acababa de pasar por una gran ruptura, una pelea con mi mejor amiga, lo que me parecía una desilusión aún peor. Durante casi tres años, ella y yo habíamos sido un dúo. Nos pasábamos muchas noches ideando escenas cómicas, maquinando enamoramientos, llorando por chicos tontos a los que no les gustábamos y planeando nuestro brillante futuro. Me encantaba formar parte de los sueños que escribía en su pizarra gigante y me hacía sentir que todos eran posibles.

Pero nuestra similitud se interpuso entre nosotras. Queríamos las mismas cosas y nos enfrentábamos constantemente. En uno de nuestros últimos días buenos, las dos hicimos una audición para interpretar a una chica con un acné tan debilitante que cancelaba los planes con sus amigas. Todas las actrices cómicas que conocía en Nueva York se presentaron. Ella obtuvo el papel. Y pronto estaba sus cancelando planes conmigo.

La ruptura fue lenta al principio. Llegó tarde al espectáculo mensual de comedia que hacíamos juntas, venía de una fiesta de cumpleaños a la que yo no estaba invitada. Ella no quiso ir a tomar algo después; se dirigía a una cafetería con amigos que entonces eran podcasteros, pero ahora tienen nombres conocidos. Cuando estábamos en una sala con gente más brillante, me sentía invisible. No sabía cómo decírselo, así que bebía. Me dolía y el tequila me ayudaba. Empecé a aparecer menos en la pizarra.

El final fue rápido. Me dejó por correo electrónico; se estaba mudando y quería algo de distancia. No me sorprendió que se acabara, sino que ese mensaje estuviera en mi bandeja de entrada. Nuestra amistad ya no nos hacía felices.

Le escribí: “Espero que la pases de maravilla en Los Ángeles. No tengo ninguna duda de que serás increíble porque eres increíble”. Y lo decía en serio, aunque me doliera.

Medio año después, quería alejarme de Nueva York y de la sensación de haberme quedado atrás. Los Ángeles es una gran ciudad, y quizá allí también habría espacio suficiente para mis sueños. Soy actriz porque eso es lo que se supone que debes decir, aunque tengas casi 30 años y una página vacía en IMDb. Si parpadeas no me verás en Códigos de familia porque cortaron mi papel en la edición.

Este chico y yo habíamos coincidido en Raya, la aplicación de citas solo para famosos. Él no era alguien famoso, y yo tampoco; dos DJ me refirieron en la aplicación. Hollywood es a quien conoces, y yo conocía a dos DJ.

Me gustaba formar parte de algo exclusivo, pasar en la aplicación por la foto de un DJ, otro DJ, un fotógrafo, el propietario de una galería de arte, Trevor Noah, otro DJ. Se rumora que Pete Davidson tiene perfil en la aplicación, aunque nunca lo vi.

En Raya, haces una presentación de diapositivas para atraer parejas, eligiendo una decena de fotos y una canción que muestre tu personalidad, como lo harías en un bat mitzvah. Si hay algo que se les da mal a los hombres heterosexuales son las presentaciones de diapositivas. Pero a él no. Con fotos en celuloide y una canción de Summer Heights High, su perfil era la mezcla perfecta de sexy y divertido. Decía tener un GED, o “gran energía para las diapositivas”, haciendo un juego de palabras con el acrónimo en inglés para el diploma de equivalencia de bachillerato.

La primera vez que me envió un mensaje, escribió: “Hola, soy la persona que va a matarte, esfumarse sin dejar rastro o enamorarse de ti”. Estaba haciendo alusión a una pregunta de mi perfil sobre lo que buscaba en mis posibles parejas.

“Cuando me asesines”, escribí, “¡estos mensajes serán una muy buena pista para la policía!”.

Pero me gustaba más la tercera opción.

Había tardado menos de una semana en encontrarme con mi ex mejor amiga durante una fiesta en una casa llena de comediantes. No sabía que estaría allí y, cuando la vi, me quedé helada.

Por suerte, la casa era lo suficientemente hollywoodiense como para que nos ignoráramos durante tres horas en extremos opuestos de una enorme piscina. Al salir, no podía evitarla sin ser una invitada desagradecida porque estaba junto a los anfitriones. Les di las gracias por recibirme.

“Encantada de verte”, le dije.

“Igualmente”, dijo ella.

Actuamos de maravilla con esas dos frases. Volví a mi habitación y sollocé. Me pregunté si ella también.

Mi nuevo chico y yo programamos nuestra segunda cita para después de mi clase pagada con un director de casting. Por poco menos de 200 dólares, tendría la oportunidad de causar una buena impresión en un salón de clases gris a una persona que podría cambiar mi vida. Tras pasar por unas cuantas de esas sesiones, se podía estar destinado a un papel con tres frases de diálogo en una comedia de situación.

Después de hacer una escena asignada de Superstore, me dirigí al lugar de pasta que habíamos acordado, y llegué 20 minutos antes. En el baño, me puse una blusa más sexy y envié un mensaje a mi cita diciéndole que estaba deseando verlo.

Me contestó que tenía un día duro en el trabajo y que llegaría tarde, así que pedí un cóctel y pasé el rato charlando con el mesero, que también era actor, por supuesto. En Los Ángeles, mesero significa actor. Barista significa guionista.

Veinte minutos después, mi cita me mandó un mensaje diciendo que salía del trabajo. Justo a tiempo, estaba a punto de terminar mi cóctel. Quince minutos después, otro mensaje: “¿Te enojarías si te dijera que quiero ir a casa, fumarme algo y acostarme?”.

Me había dicho que o me mataba, o se esfumaba sin dejar rastro, o se enamoraba de mí. Bueno, la segunda opción es mejor que la primera. Le envié un mensaje: “Estaré un poco enojada. Yo ya estoy aquí”. Pero no estaba un poco enojada. Estaba devastada.

Me había ido de Nueva York con la estúpida esperanza de que tal vez un cambio de aires haría que “eso” me sucediera: el amor, una carrera que no fuera mi trabajo de día. Quería que me eligieran solo una vez después de pasar un millón de vergüenzas: decirle a un chico que me hacía ilusión verlo, pagar 200 dólares por hacer una escena de Superstore delante de otras 20 aspirantes. Estaba agotada de poner todo de mi parte y ser rechazada: por extraños, por chicos que conocía en la aplicación Raya, incluso por mi amiga más íntima.

“Espera, ¿qué?, ¿estás ahí?”, me escribió.

Por supuesto. Llevaba 45 minutos esperando. Soy neoyorquina: ¡había caminado por una extraña calle no transitable en una ciudad no transitable! Me había puesto una blusa reveladora en un retrete: ¡soy de Nueva Jersey!

Me mandó un mensaje: “Lo siento muchísimo. Me siento fatal”.

No tan mal como yo. Estaba montando un escándalo, gritando y llorando sola en el restaurante, como Julia Roberts. El dueño vino a consolarme. Hizo traer donas de la cocina.

Estaba demasiado cansada para fingir que todo iba bien, y las donas me dieron fuerzas para decir la verdad, así que le envié un mensaje de texto.: “Intentaba ser amable, pero estoy enojada y herida”.

Después de enviarlo, el dueño, el mesero y yo esperamos. Nada. Realmente eligió la segunda opción.

A la mañana siguiente, volví a empezar. Seguí yendo a malas citas, audiciones normales y fiestas en casa con piscinas de película. Lo que debía pasar nunca ocurrió. Regresé a casa en Nueva York, aún llena de esa estúpida y hermosa esperanza.

Hay miles de no, pero dicen que solo se necesita un. Y yo valgo ese .

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