Barrer las raciones rusas desechadas, los vidrios rotos y los muebles destruidos fue una labor agotadora. En los cuatro meses y medio que las fuerzas rusas ocuparon una población en el este de Ucrania, las tropas usaron el bar de la localidad como un puesto de avanzada pequeño y, en el proceso, desmantelaron casi todo.
La destrucción física del lugar donde los residentes de Velyka Komyshuvakha iban a beber solo fue parte de lo que los rusos dejaron a su paso.
En el cuarto trasero del bar se podía ver un plano retorcido de cómo funciona la mente de algunos de los militares que componen la columna vertebral del ejército ruso. Los militares convirtieron cada pared en un pizarrón de frases, rimas e improperios.
Una frase decía: “No cuenta como crimen de guerra si te divertiste”, con una carita sonriente dibujada debajo de ella. Y en una rima en la misma pared, se leía: “Con una sonrisa feliz, prenderé fuego a poblados extranjeros”.
La práctica de vandalizar posiciones militares y viviendas ocupadas con grafitis no es inusual. Durante dos décadas de las turbias guerras de contrainsurgencia de Estados Unidos en Irak y Afganistán, los baños portátiles esparcidos por todas las bases fueron un punto central de las reflexiones de los tiempos de guerra. Muchos garabatos se enfocaron en genitales, unidades militares específicas, oficiales malos y el deseo de volver a casa.
Gran parte de lo escrito en el bar en Velyka Komyshuvakha tenía un tono muy diferente. Los garabatos apenas legibles se enfocaban en deshumanizar a los ucranianos, un elemento básico y siniestro de la estrategia de guerra, y reforzar la idea de que el Kremlin desea acabar con Ucrania y su cultura como parte de la invasión.
“Detrás de nosotros, la casa está ardiendo —bueno, que arda—, una más, una menos”, se leía en la pared.
“Fue horrible”, dijo Svitlana Mazurenko, una de alrededor de 70 residentes de Velyka Komyshuvakha, donde solían vivir cerca de 500 habitantes antes de que muchos huyeran. Mazurenko leyó los grafitis en septiembre, días después de que los rusos se retiraron y vio el texto de nuevo el mes pasado, mientras ayudaba a limpiar el bar, conocido simplemente entre los locales como El Bar.
Los militares que convirtieron el cuarto trasero en una especie de pizarra de mensajes crueles pertenecían a la Segunda División de Guardias Fusileros Motorizados, dato dado a conocer por sus propias manos, ya que pintaron con aerosol el apodo de la unidad —la división Taman— en repetidas ocasiones por todo el bar.
Quizá también hayan estado en el lugar otras unidades rusas o separatistas, dadas las tasas de rotación en el campo de batalla. Sin embargo, las quejas escritas en las paredes sobre no ser retirados indican que un destacamento estuvo emplazado en el bar durante un periodo continuo.
La segunda división de guardias es una unidad famosa en el ejército ruso y sufrió una derrota alrededor de Kiev, la capital, a manos de tropas ucranianas, poco después de iniciada la invasión en febrero de 2022. Perdió de nuevo cerca de Velyka Komyshuvakha y la región de Járkov conforme las formaciones ucranianas fueron arrasando en septiembre. Ahora, según analistas militares, la división está en el este, cerca del pueblo de Kreminná, preparándose para un potencial ataque como parte de la largamente esperada contraofensiva ucraniana.
Poco se sabe sobre los militares que tenían el control del bar, el cual renombraron Bar 100 con pintura negra en aerosol, quizá una alusión al código ruso para referirse a las municiones. También pintaron en el exterior una calavera y huesos cruzados con la frase “HAZ LA GUERRA Y NO LA PAZ” en inglés.
Lo escrito en el interior indica que estos soldados no eran militares rusos desmoralizados bajo la impresión de que estaban ahí para “liberar” al pueblo, un término usado con frecuencia en los primeros días de la guerra. Estas tropas, al menos las que escribieron en las paredes, parecían estar ahí para conquistar.
Un comentario en la pared decía: “Necesitamos el mundo; de preferencia, todo”. En otro, se leía: “¡Victoria o muerte!”.
Durante la ocupación, Mazurenko, de 56 años, relató que alrededor de cuatro personas se quedaron en Velyka Komyshuvakha, localidad ubicada a poco más de 100 kilómetros al sureste de Járkov y que está dividida por un riachuelo. La electricidad apenas acaba de regresar a algunas partes de la población.
Ocupar un puesto de avanzada en guerra en un país extranjero, especialmente como parte de un ejército invasor, es una experiencia desconcertante y aislante. La vida de un soldado a menudo se ve relegada al aburrimiento y a momentos de horror puro.
En guerras recientes, las tropas estadounidenses han utilizado términos como “desperdicio”, “hecho humo” y “engrasado” para distanciarse del acto de matar, y se apoyaron en el humor negro como mecanismo de defensa. La jerga racista o deshumanizante también fue común. Los talibanes eran “los muj”. Los iraquíes eran todos “hajjis”.
En el bar, las bromas también encontraron un lugar en las paredes. Sin embargo, la mayor parte de los escritos se centraron en matar y destruir, con un lenguaje que también deshumanizaba.
Un militar escribió: “Dios ayudará y nosotros ayudaremos a los ukrops [un insulto racial para referirse a los ucranianos que significa “eneldo” en ruso] a llegar ante Él”. En otra línea, se leía: “Poden a los ukrops”.
Este tipo de lenguaje se ve con frecuencia en la propaganda y, en guerras más recientes, en las redes sociales. Rara vez se encuentra evidencia tan clara de esto, como un artefacto del campo de batalla.
“Tenemos un prejuicio innato contra los forasteros”, escribió David Livingstone Smith en su libro Less Than Human: Why We Demean, Esclave, and Exterminate Others. “Este sesgo es aprovechado y manipulado por el adoctrinamiento y la propaganda para motivar a hombres y mujeres a masacrarse unos a otros”.
La guerra pone a prueba a todos los que participan en la violencia. Algunos ucranianos se refieren de manera despectiva a los rusos como “orcos” y se ha documentado que las tropas ucranianas han matado a prisioneros rusos en algunos casos. La comunidad internacional ha acusado a las tropas rusas de cometer numerosas atrocidades, entre ellas crímenes de guerra y otros actos brutales e inhumanos, en especial contra civiles.
El año pasado, la Oficina Estatal de Investigaciones de Ucrania acusó a dos militares rusos de la segunda división de guardias, la misma unidad establecida en el bar, de disparar su tanque contra un hospital en funcionamiento en la ciudad noreste de Trostianets durante los primeros meses de la guerra.
En una línea en la pared, se leía: “Para todas las preguntas sobre Ucrania, hay dos respuestas: 1) No sucedió. 2) Se lo merecían. Ambas son correctas”.
Con base en lo escrito, la compañía o el pelotón de los militares rusos se identificó como “Wind 12”. También se burlaron unos de otros, como suelen hacer los militares, se quejaron de que les hacía falta “helado y vodka” y al parecer odiaron o apenas toleraron sus raciones rusas de tocino. Los soldados también llevaban municiones posiblemente más viejas que la mayoría de ellos.
Los casquillos percutidos de 7,62 milímetros desechados alrededor del bar tenían fecha de haber sido fabricados en 1988 y 1989 en la Planta de Municiones Especializadas de Klimovsk y en la planta de cartuchos de Novosibirsk en Rusia.
Los integrantes de Wind 12 también querían regresar a casa desesperadamente.
“El invierno está cerca, pero la retirada no”, garabateó un militar. Otro, en un grafiti poco común, exhortó a sus colegas a que dejaran de robar a los civiles, una práctica común en todos los frentes de guerra. Escribió: “Deja de [insulto] robar todo lo que se te atraviese en tu camino”.
Mazurenko contó que los rusos vivieron en la mayoría de las casas cercanas y las robaron, para luego dejarlas destruidas. Sin embargo, no pudieron robarle la suya: había sido destruida por la artillería antes de que los rusos ingresaran al poblado.
Natalia Yermak colaboró con este reportaje.
Thomas Gibbons-Neff es corresponsal en Ucrania y previamente fue infante de Marina.