De 1950 a 1990, el Departamento de Energía de EE. UU. produjo un promedio de cuatro bombas nucleares al día en fábricas construidas a toda prisa, y con escasas medidas de protección medioambiental, que dejaron un vasto legado de residuos radiactivos tóxicos.
En ningún otro lugar esos problemas son mayores que en Hanford, en el estado de Washington, donde los ingenieros enviados a limpiar el desastre tras la Guerra Fría descubrieron 54 millones de galones de lodo altamente radiactivo procedente de la producción del plutonio de las bombas atómicas estadounidenses, incluida la que fue lanzada sobre la ciudad japonesa de Nagasaki en 1945.
Limpiar los tanques subterráneos que estaban filtrando residuos venenosos hacia el río Columbia, ubicado a solo 9,6 kilómetros de distancia, y estabilizarlos de alguna manera para su eliminación permanente planteó uno de los problemas químicos más complejos jamás enfrentados. Hace años los ingenieros pensaron que lo habían resuelto con un elaborado plan para bombear el lodo, incrustarlo en vidrio y depositarlo en las profundidades de las montañas del desierto de Nevada.
Pero la construcción de una planta de tratamiento químico de cinco pisos y unos 41.757 cuadrados que fue diseñada para esa tarea se detuvo en 2012 —después de una inversión de 4000 millones de dólares— cuando se descubrió que estaba plagada de defectos de seguridad.
Durante 11 años, las actividades en la superestructura de la planta han permanecido suspendidas como un potente símbolo del fracaso de la nación, casi 80 años después de la Segunda Guerra Mundial, a la hora de abordar el legado más mortífero de la era atómica.
La limpieza de Hanford se encuentra en un punto de inflexión. El Departamento de Energía ha mantenido negociaciones a puerta cerrada con funcionarios estatales y la Agencia de Protección Ambiental de EE. UU. para intentar renovar el plan. Pero muchos temen que los compromisos más probables, que podrían anunciarse en los próximos meses, pongan en peligro la rapidez y la calidad de la limpieza.
Según algunas personas familiarizadas con las negociaciones, parece que el gobierno está analizando si es necesario dejar los miles de galones de residuos sobrantes enterrados para siempre en los tanques subterráneos poco profundos de Hanford, sin proteger parte de los residuos en un cristal impenetrable, sino con un revestimiento de lechada de hormigón que casi con toda seguridad se descompondría miles de años antes que los materiales tóxicos que debería mantener a raya.
“El Departamento de Energía se encuentra ante una gran encrucijada”, dijo Thomas Grumbly, antiguo subsecretario del departamento que supervisó los primeros días del proyecto durante la gestión Clinton.
Según Grumbly, los sucesivos secretarios de Energía de los últimos 30 años “se han dado cabezazos contra la pared” para encontrar una tecnología y un presupuesto que hagan desaparecer el problema que no solo afecta a Hanford, sino también a otros emplazamientos nucleares de Estados Unidos.
Las plantas de Carolina del Sur, Washington, Ohio e Idaho que ayudaron a producir más de 60.000 bombas atómicas tienen toneladas de residuos que serán radiactivos durante miles de años. Y, a diferencia de las centrales nucleares cuyos residuos consisten en pastillas de uranio secas encerradas en tubos metálicos, las instalaciones de armamento trabajan con millones de galones de un lodo parecido a la mantequilla de maní que se almacena en viejos depósitos subterráneos.
Unos 908,000 kilos de mercurio permanecen en los suelos y las aguas del este de Tennessee. Desechos radiactivos contaminan el acuífero Great Miami, cerca de Cincinnati.
En un lugar tras otro, la solución se ha reducido a elegir entre una limpieza costosa que dure décadas o una acción más rápida que deje una gran cantidad de residuos en esos sitios.
Hanford, un desierto de arbustos y estepas de unos 880 kilómetros cuadrados en el centro-sur del Estado de Washington, es el mayor y más contaminado de todos los emplazamientos de producción de armas, demasiado contaminado como para volver a ser de uso público. Pero el problema es urgente, dado el riesgo de que los radionucleidos contaminen el río Columbia, vital para ciudades, granjas, tribus y fauna de dos estados.
La búsqueda de una solución se ha alargado tanto que hay presiones para obtener algún resultado debido a todo el gasto masivo, aunque no cumpla las expectativas. Eso podría suponer un retroceso dramático de las promesas que les hicieron a los residentes de la zona —que sufrieron tumores de tiroides, reproductivos y del sistema nervioso vinculados por los investigadores a la exposición durante la época de producción de plutonio— de que el gobierno cumpliría las normas de limpieza más estrictas posibles.
Las negociaciones entre las autoridades federales y estatales han alargado el calendario de limpieza y están usando lechada en vez de vidrio para estabilizar cerca de la mitad de los residuos radiactivos de bajo nivel extraídos del emplazamiento, así como miles de galones de desechos retenidos en los tanques cuando se retire el resto de los residuos de alto nivel.
La posibilidad de llegar a un compromiso que permita que parte de esos residuos permanezcan en el fondo de los tanques ha provocado fuertes desacuerdos entre los expertos. Algunos afirman que utilizar lechada para recubrirlos sería una solución segura desde el punto de vista científico y económico. Los críticos advierten que los residuos podrían sobrevivir a la lechada y volver a filtrarse en los siglos venideros.
Los responsables del Departamento de Energía afirman que cualquier plan que se adopte será apropiado para lograr que el emplazamiento sea seguro para las generaciones futuras y que los residuos que queden no supondrán una amenaza para la salud humana.
Brian Vance, antiguo capitán de submarino de la Armada y director de las instalaciones del Departamento en Hanford, afirmó que las expectativas iniciales se toparon con enormes obstáculos científicos y económicos. Dijo que los ingenieros intentaban encontrar una solución que fuera segura y factible.
“Si pensamos en las decisiones que se tomaron en la década de 1990, el plan del proyecto era bastante diferente”, dijo. Requería una tecnología no probada que era “fácil de hacer en el tablero de dibujo, pero difícil de concretar a medida que se avanza y se ven las realidades”.
Grumbly dijo que hace años presentó al gobierno de Clinton estimaciones presupuestarias de cientos de miles de millones de dólares para limpiar antiguos emplazamientos de armas nucleares en todo el país. Recuerda que los funcionarios de la Oficina de Gestión y Presupuesto le dijeron “que nunca los mostrara públicamente”.
“No le han dado prioridad”, dijo del gobierno federal, señalando que incluso ahora, la gestión Biden no había nombrado a un secretario adjunto para supervisar la limpieza.
En la actualidad, solo el tratamiento de los residuos de los tanques de Hanford tiene un costo oficial de 528.000 millones de dólares; al ritmo actual de gasto, el proyecto podría tardar siglos en presupuestarse y terminarse.
Esta año, el Congreso ha destinado unos 2800 millones de dólares a la zona, de los cuales 1700 millones se destinarán a la limpieza de los tanques. Pero los avances reales han sido relativamente escasos.
Gary Brunson, antiguo director de ingeniería del Departamento de Energía en la planta de tratamiento de residuos, afirmó que la limpieza había sido un fracaso. Él y otros dos directores técnicos presentaron una denuncia en 2013 contra el contratista principal de la limpieza, Bechtel y su socio, acusando a la empresa de realizar un trabajo defectuoso y luego presionar ilegalmente para obtener aumentos presupuestarios. A la demanda se unió el Departamento de Justicia y se resolvió en 2016 por 125 millones de dólares.
En opinión de Brunson, enfocar de manera rápida el tratamiento de residuos menos peligrosos y de bajo nivel sería un retroceso significativo en la misión.
“Todo el propósito de esa planta era tratar los residuos de alto nivel”, dijo. “No pudieron hacerlo, así que están tratando residuos de baja actividad. No tienen un plan global, así que se están inventando esos objetivos provisionales”.
La arquitectura original para inmovilizar los residuos de los tanques consistía en separarlos químicamente, utilizando la planta de tratamiento ahora inactiva, en flujos de baja y alta radiactividad. A continuación, dos plantas de fusión distintas —volcanes artificiales que funcionan a la temperatura de la lava— los envolverían en vidrio.
Sin embargo, hasta ahora no se ha encontrado la manera de hacer eso de forma segura.
“Han construido una de las ratoneras más complejas del mundo”, dijo Brunson. “Nunca funcionará”.
La realidad, dijo, es que lo más probable es que nunca se retiren los 54 millones de galones de lodo. Piensa que se rellenarán con lechada y se dejarán en el lugar para que las generaciones futuras se ocupen de ese problema.
La construcción de la planta de tratamiento químico fue paralizada por el secretario de Energía del presidente Barack Obama, Steven Chu, en medio de acusaciones de que el proceso podría provocar explosiones de gas hidrógeno y fisión nuclear espontánea.
La Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno de Estados Unidos (GAO, por su sigla en inglés) ha recomendado abandonar la planta, debido a los costos que supondría hacerla funcionar. “Podríamos construir un ascensor a la Luna. Yo pondría la planta de pretratamiento en la misma categoría”, dijo Nathan Anderson, director del equipo medioambiental de la oficina.
También está el tema de la estabilización permanente de los residuos. Casi nadie está en desacuerdo con que los desechos de alto nivel más peligrosos deben ser encerrados en vidrio y enterrados en un depósito geológicamente estable como Yucca Mountain en Nevada, un emplazamiento que durante décadas ha estado políticamente fuera de la mesa.
Pero qué hacer con los residuos de baja actividad es menos seguro, y eso es una parte importante de las negociaciones actuales. La GAO llegó a la conclusión de que la inyección de lechada en gran parte de esos desechos sería tan segura para el medioambiente como ponerlo en vidrio, realizaría el trabajo más rápidamente, ahorrando miles de millones de dólares y supondría un menor riesgo de accidentes industriales.
Pero el director del proyecto Hanford del Departamento de Ecología de Washington, David Bowen, lo considera un riesgo para la seguridad y quiere que eso se traslade afuera del estado.
Lo que está en juego con los residuos de alta actividad es aún mayor.
Aunque la mayor parte se vitrificará, los ingenieros calculan que podría quedar hasta un uno por ciento de lodo radiactivo cuando se retire la mayor parte de los residuos, según documentos del Departamento de Energía y funcionarios estatales.
Los responsables de las instalaciones de energía afirman que los niveles de radiactividad de cualquier residuo serán relativamente bajos y que la lechada evitará que los tanques se derrumben al oxidarse.
Sin embargo, el volumen total de residuos podría ascender a cientos de miles de litros, lo que podría resultar muy peligroso, según los críticos.
“Cuanto más nos acercamos al fondo de los tanques, más radiactivos, tóxicos y peligrosos son los residuos”, dijo Geoffrey Fettus, abogado del Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales, que ha demandado al gobierno por la limpieza de Hanford.
“Nosotros nos opondríamos”, dijo Nikolas Peterson, director ejecutivo del grupo de vigilancia Hanford Challenge, que lleva mucho tiempo presionando para que se logre una resolución segura.
Sin embargo, se han producido algunos avances. Los trabajadores de limpieza han demolido edificios contaminados, limpiaron el suelo a lo largo del Columbia y estabilizaron siete reactores que fabricaban plutonio.
Pero en la zona central de Washington, donde se encuentran los famosos viñedos y manzanares del estado, crece la impaciencia.
Los dirigentes de la Nación Yakama, una tribu de 11.000 miembros cuyas tierras ancestrales incluían el emplazamiento de Hanford, afirman que su tratado de 1855 prometía que los miembros de la tribu tendrían derecho a cazar y pescar en tierras sanas.
“Antes del Proyecto Manhattan se hizo un acuerdo de palabra que establecía que esta zona volvería a ser lo que era”, dijo Trina Sherwood, especialista cultural del departamento de recursos naturales de la tribu. “¿Cómo podemos estar de acuerdo en dejar el veneno en la tierra?”.
Sin embargo, devolver la tierra a lo que alguna vez fue es un resultado que casi nadie espera.
“Hay partes del emplazamiento que nunca volverán a ser las mismas”, dijo Vance, director del emplazamiento de Hanford. “Vamos a estar aquí mucho tiempo”.