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¿El Brasil de Lula es ‘antiestadounidense’?

China es el actor preponderante. La visita de Lula a Pekín en abril, donde se reunió con el presidente Xi Jinping entre una gran algarabía, disgustó a más de uno. Pero la visita, luego de las de Argentina y Uruguay, era de esperarse. Después de todo, China es el principal socio comercial de Brasil, al que importa enormes cantidades de mineral de hierro, soya y, cada vez más, carne. Por su parte, Brasil importa de China casi todo, desde pesticidas y semiconductores hasta las brillantes baratijas y artilugios que llenan nuestras tiendas de todo por un dólar.

Los intereses económicos por sí mismos podrían explicar el viaje. Pero el propio Lula dejó claro que la visita había tenido otros motivos. “Tenemos intereses políticos”, declaró, “y estamos interesados en construir una nueva geopolítica de tal modo que podamos cambiar la gobernanza del mundo”. El comentario coincidía con una obsesión anterior de Lula, cuando fue presidente de 2003 a 2010, de hacer tambalear el dominio occidental percibido de instituciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio y garantizar una mayor representación de los países en desarrollo en las Naciones Unidas. En este proyecto, China es un claro aliado.

El itinerario de Lula mostró la importancia de esa preocupación. Antes que nada, su primera escala fue para asistir a la toma de posesión de su sucesora al gobierno de Brasil en 2011, Dilma Rousseff, como presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo de Shanghái. Este banco, conocido popularmente como el “banco de los BRICS” —acrónimo de las economías emergentes de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— pretende actuar como contrapeso de las naciones ricas del norte global. En su discurso de acompañamiento, Lula afirmó que podría “liberar a los países emergentes de la sumisión a las instituciones financieras tradicionales que pretenden gobernarnos”, en una fuerte crítica al Fondo Monetario Internacional.

Este es el meollo del asunto. Para muchos líderes de países en desarrollo, el sistema financiero mundial —supervisado por el FMI y el Banco Mundial y administrado en dólares estadounidenses— sirve para exprimir a las naciones más pobres, encerrándolas en programas de pago de deudas e impidiendo la inversión en infraestructura y programas de bienestar. En la ceremonia del Nuevo Banco de Desarrollo, Lula dijo que se pregunta “todas las noches” por qué todos los países están obligados a comerciar en dólares. Aunque suena como una receta para dormir mal, la preocupación no es irracional en sí misma.

Fue mucho más preocupante la vía libre que Lula pareció otorgarle a China. Una cosa es proclamar, como hizo tras una visita al centro de investigación de Huawei en Shanghái, que “no tenemos prejuicios en nuestra relación con los chinos” y otra muy distinta es declarar que Taiwán no es un Estado independiente sin decir nada sobre las violaciones a los derechos humanos o la vigilancia gubernamental. Este silencio demuestra que el enfoque de Lula, descrito en términos generales como un retorno al “pragmatismo”, tiene sus costos morales.

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