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El divorcio es motivo de fiesta en Mauritania

UADANE, Mauritania — La artista de henna se inclinó sobre la mano de su clienta, echando un vistazo al celular para copiar los detalles precisos del diseño elegido por la joven que vive en una antigua ciudad desértica de Mauritania, país de África occidental.

Bajo el resplandor de la luna, la joven Iselekhe Jeilaniy estaba sentada cuidadosamente en una estera, con cuidado de que la henna húmeda de su piel no se manchara, igual que había hecho en la víspera de su boda.

Pero no se iba a casar. Se divorciaba. Al día siguiente sería su fiesta de divorcio.

“Atención, señoras casadas: mi hija Iselekhe ya está divorciada”, gritó la madre de Jeilaniy a la gente del pueblo, ululando tres veces y tamborileando sobre una bandeja de plástico puesta boca abajo. Luego añadió la tradicional confirmación de que el matrimonio había terminado de manera más o menos amistosa: “Está viva, y su ex también”.

Jeilaniy soltó una risita, mirando su teléfono. Estaba ocupada subiendo fotos de la henna en Snapchat, lo que constituye la versión moderna de un anuncio de divorcio.

En muchas culturas, el divorcio se considera vergonzoso y conlleva un profundo estigma. Pero en Mauritania, no solo es normal, sino que hay quienes lo consideran un motivo para celebrar y comunicar que la mujer vuelve a estar disponible para el matrimonio. Durante siglos, las mujeres se han reunido para comer, cantar y bailar en las fiestas de divorcio de las demás. Ahora, la costumbre se actualiza para la generación de la selfi, con tartas especiales y montajes en las redes sociales, además de la comida y la música tradicionales.

En este país casi 100 por ciento musulmán, el divorcio es frecuente: muchas personas han pasado por entre cinco y 10 matrimonios, y algunas hasta por 20.

Algunos estudiosos dicen que el país tiene la tasa de divorcios más alta del mundo, aunque hay pocos datos fiables de Mauritania, en parte porque allí los acuerdos de divorcio suelen ser verbales, no documentados.

El divorcio en el país es tan común, según Nejwa El Kettab, socióloga que estudia a la mujer en la sociedad mauritana, en parte porque la comunidad mayoritaria maure heredó fuertes “tendencias matriarcales” de sus antepasados bereberes. Las fiestas de divorcio eran una manera de que las comunidades nómadas del país difundían el estatus de la mujer. En comparación con otros países musulmanes, las mujeres de Mauritania son bastante libres, aseguró, e incluso pueden seguir lo que llamó una “carrera matrimonial”.

“Una joven divorciada no es un problema”, dijo El Kettab, y añadió que las mujeres divorciadas eran vistas como experimentadas y, por lo tanto, deseables. “El divorcio incluso puede aumentar el valor de una mujer”.

Mientras Jeilaniy se acomodaba con cuidado su melfa —una larga tela que le envuelve el pelo y el cuerpo, de un blanco brillante elegido para resaltar la henna oscura—, su madre, Salka Bilale, atravesaba el patio familiar y se cruzaba de brazos, posando para unas fotos que irían en afiches de campaña.

Bilale también se había divorciado joven, se había hecho farmacéutica y nunca se volvió a casar. Ahora se postulaba para convertirse en la primera mujer diputada nacional por Uadane, su pueblo, situado en lo alto de una colina y habitado por unos pocos miles de personas que viven en sencillas casas de piedra contiguas a una ciudad en ruinas de 900 años de antigüedad.

El divorcio fue la razón por la que Bilale pudo lograr esto. Se había casado joven, antes de poder perseguir su sueño de ser médica, y se divorció cuando se dio cuenta de que su esposo se veía con otras mujeres. Su exmarido, ya fallecido, quiso que volvieran, pero ella se negó, así que este le cortó el grifo económicamente, al principio sin darle nada, y luego solo 30 dólares al mes para criar a sus cinco hijos, relató.

En su desesperada necesidad, Bilale abrió una tienda y acabó ganando lo suficiente para pagarse los estudios. El año pasado se abrió un nuevo hospital en Uadane y, a sus 60 años, consiguió por fin un trabajo en el campo de la medicina.

La experiencia de sus hijas fue muy diferente. Jeilaniy se casó mucho más tarde, a los 29 años, y Zaidouba, de 28 años, había rechazado hasta entonces todas las ofertas de matrimonio que le habían hecho, y dio preferencia al estudio y a una serie de pasantías.

Muchas mujeres descubren que el divorcio les brinda libertades con las que nunca soñaron antes o durante el matrimonio, en especial en el primer matrimonio. La apertura de los mauritanos al divorcio, que parece tan moderna, convive con prácticas muy tradicionales en torno al primer matrimonio. Es habitual que los padres elijan ellos mismos al novio y casen a las hijas cuando aún son jóvenes —más de un tercio de las niñas se casan antes de cumplir los 18 años—, lo que deja a las mujeres muy pocas posibilidades de elegir a sus parejas.

Cuando otra vecina de la localidad, Lakwailia Rweijil, se casó por primera vez siendo adolescente, su padre organizó la ceremonia de boda sin su conocimiento y se lo comunicó más tarde.

No pasó mucho antes de que se divorciara de ese marido. Pero en las dos décadas que han transcurrido desde entonces ha estado casada una y otra vez.

Rweijil no eligió a ninguno de sus seis esposos y, por eso, dijo, “no pongo a la gente en lo profundo de mi corazón. Cuando vienen, vienen. Cuando se van, se van”.

Pero ha podido elegir de quién divorciarse. En ciertas circunstancias, Mauritania permite que las mujeres inicien el divorcio de forma legal, y aunque suelen ser los hombres quienes técnicamente lo hacen, suele ser por insistencia de las mujeres.

Las mujeres suelen tener prioridad sobre los hombres en la custodia de los hijos tras el divorcio. Aunque los hombres son legalmente responsables de pagar la manutención de sus hijos, apenas se hace cumplir la ley y es habitual que las mujeres terminen llevando la carga financiera.

Aunque muchas mujeres nunca planean divorciarse, si ocurre, les resulta más fácil seguir adelante que en muchos otros países, afirmó El Kettab, porque la sociedad las apoya, en lugar de condenarlas. “Lo hacen tan sencillo que es más fácil pasar la página”, comentó.

Y las fiestas son una forma en que la comunidad de la mujer le expresa apoyo.

Jeilaniy contó que se divorció porque su esposo era demasiado celoso y a veces incluso no la dejaba salir. Tuvo que esperar tres meses para concluir el trámite de separación y llevar a cabo su fiesta de divorcio, un periodo que se requiere para asegurarse de que la mujer no esté embarazada. Si resulta estar encinta, la pareja suele esperar hasta que nace el bebé.

El día de su fiesta de divorcio, Jeilaniy se aplicó base de maquillaje en las mejillas y resaltó sus cejas oscuras en dorado, como había visto en YouTube.

Ataviada con una melfa de color añil profundo, salió por la puerta principal y se dirigió a la fiesta, organizada por una amiga de su madre en el salón de su modesta casa de piedra.

Las mujeres mojaban dátiles en crema enlatada. Se sirvieron carne de camello y cebollas con trozos de pan. Luego comían puñados de arroz de un plato común, haciéndolos bolas en sus palmas mientras hablaban. Unos niños pequeños se agachaban y miraban la fiesta cada vez más estridente a través de las ventanas abiertas, que en Uadane están al nivel de la calle polvorienta.

Llegaron más mujeres y empezaron los cantos. Las mujeres que estaban familiarizadas con muchos divorcios y habían acudido a muchas fiestas como esta cantaron sobre el amor y luego cantaron sobre el profeta Mahoma: música del desierto melodiosa, a la deriva, a veces triste, acompañada solo por tambores y aplausos.

Mauritania, tierra de nómades, camellos y paisajes vacíos como desiertos lunares, a veces es apodada la tierra de un millón de poetas. Y hasta el divorcio allá es poético.

“Hay tanta poesía sobre la seducción de las mujeres divorciadas”, dijo Elhadj Ould Brahim, profesor de antropología cultural en la Universidad de Nuakchot. Esto contrasta drásticamente, indicó, con gran parte del mundo musulmán, incluidos sus vecinos más cercanos, como Marruecos, donde, dijo, el estigma social es tan fuerte que “estar divorciada es la muerte para una mujer”.

La poesía actual de temática de divorcio, dijo Ould Brahim, es más visual y se transmite por redes sociales.

“Snapchat es la nueva ululación”, comentó.

La madre de las hermanas llegó y se dejó caer en la alfombra cerca de Jeilaniy, que había pasado gran parte de la fiesta con el teléfono, enviando mensajes y publicando selfis. La fiesta estaba llegando a su fin.

Bilale miró a su hija mayor. “Solo le interesan el matrimonio y los hombres”, dijo. “Cuando yo tenía su edad, ya me interesaba la política”.

Bilale se levantó de la alfombra. Si Jeilaniy no utilizaba su condición de divorciada para avanzar en su carrera y construir su independencia, entonces Bilale se concentraría en utilizar la suya. Salió por la puerta en dirección a la cocina, donde había visto a algunos votantes potenciales para las próximas elecciones.

“Me dirijo a los jóvenes para conseguir votos”, explicó.

Ruth Maclean es la jefa de la corresponsalía de The New York Times en África Occidental, con sede en Senegal. Se integró al Times en 2019 luego de tres años y medio cubriendo la región para The Guardian.


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