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El enorme legado de Pablo Milanés

Pablo Milanés, fallecido esta semana en Madrid a los 79 años, dejó una obra profundamente personal aunque tuvo que navegar la Revolución Cubana, uno de los experimentos políticos más tumultuosos del siglo XX. Su carrera fue un diálogo abierto con el gobierno revolucionario que en una ocasión lo encarceló y luego lo apuntaló como uno de sus íconos ideológicos más poderosos. En los últimos tiempos, Milanés, que en años recientes se mudó a España para recibir tratamiento oncológico, volvió a tener una postura crítica con el gobierno cubano. Pero jamás renunció a su labor artística, la del cantante con una historia que contar sobre los amores ganados y perdidos, una voz imponente con una guitarra y un sentido de la poesía y del swing.

Si bien algunos definirían la carrera de Milanés como producto de la realidad cubana, distanciada hace mucho de Estados Unidos, su arte y su atractivo tuvo amplias repercusiones internacionales. Empezó su carrera en su ciudad natal, Bayamo, cantando boleros y rancheras y terminó colaborando con leyendas latinoamericanas como Gal Costa, recientemente fallecida, así como Milton Nascimento, Lucecita Benítez y Fito Páez. Como uno de los precursores del género posrevolucionario de la nueva trova, combinaba elementos del son cubano y la guaracha con el soul, el jazz y el folk rock.

Su “Son de Cuba a Puerto Rico” de 1978 inmediatamente cambió mi modo de ver la continuidad caribeña interrumpida por el mar y la historia aún en curso de dos excolonias españolas. Con su verso de apertura, basado en un poema de la poeta puertorriqueña de principios del siglo XX, Lola Rodríguez de Tió, que proclamaba que ambas islas eran “de un pájaro las dos alas”, la canción era un ensoñación emocional sobre destinos divergentes y el deseo de un futuro compartido.“Yo te invito a mi vuelo”, cantaba “y buscamos juntos el mismo cielo.”

La primera grabación exitosa de Milanés, “Mis 22 años”, lanzada en 1965, sería emblemática del papel que tuvo en la evolución de la trova en Cuba. Los trovadores originales eran cantantes migrantes que también incursionaban en el blero y el bufo, una suerte de teatro satírico musical que gradualmente incorporaron ritmos afrocubanos. Para finales de los años cuarenta, surgió una actualización de la trova llamada filin (por feeling en inglés), con la influencia de cantantes de jazz estadounidenses como Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald. “Mis 22 años” está arraigada en el filin, pero algunos consideran que es la primera canción de la nueva trova.

Se suponía que el movimiento de la nueva trova representaría un distanciamiento de las tradiciones más antiguas de la música con conciencia social de Cuba y ayudaría a definir al “hombre nuevo” que promovían sus líderes. Era un género improvisado con las voces de los hijos de la revolución; algunos la elogiaban y otros cuestionaban las restricciones que percibían. Milanés fue calificado de rebelde y, según una entrevista de 2015 con El País, pasó un tiempo en UMAP, un campo de trabajos forzados adonde eran enviados los disidentes y los homosexuales.

La nueva trova se convirtió en una fuerza importante de la música cubana en la década de 1970 y Milanés y Silvio Rodríguez, que se inspiraban abiertamente en artistas estadounidenses del folk rock como Bob Dylan, fueron sus principales figuras. Si bien Milanés y Rodríguez a menudo trabajaban juntos y se apoyaban, de cierto modo simbolizaban la complejidad racial de Cuba. Milanés musicalizaba poemas del afrocubano Nicolás Guillén y colaboraba con cantantes de filin afrocubanas como Elena Burke y Omara Portuondo mientras que Rodríguez, de tez más clara, estuvo notablemente vinculado al cantante de folk Pete Seeger.

Milanés resultaba más efectivo cuando se adentraban en esos recovecos en que los cantantes negros hallan el soul, como Al Green en su registro más anhelante. Su sorprendente tenor resultaba más potente al temblar de emoción, en el coro de melodías como “Yolanda”, dedicada a su exesposa, se percibe un ligero trino. Milanés tal vez está en el mejor momento de su aflicción en “La vida no vale nada”—donde insiste en que la vida no tiene valor pues hay víctimas de violencia y el resto nos quedamos callados— con una agudeza conmovedora, herido pero decidido.

El swing sincopado de Milanés y la nueva trova con sabor a filin se traduce un poco más fácilmente al ala puertorriqueña de su ave caribeña mítica. En 1994, el cantante afrocubano Isaac Delgado grabó una nueva versión de “Son de Cuba a Puerto Rico” en Con ganas, que se distribuyó por el sello estadounidense Qbadisc, lo que lo introdujo a los oyentes estadounidenses y sigue siendo popular en Puerto Rico. En la parte de improvisación, Delgado pasa lista a puertorriqueños queridos como Rafael Hernández, Tite Curet, Cheo Feliciano e Ismael Rivera, y la sensación retórica del original se convierte en una fiesta bailable.

A mediados de los años ochenta, Milanés escribió un tema titulado “Yo me quedo”, que en Puerto Rico tuvo hondas repercusiones pues expresaba un deseo de no abandonar la isla del caribe que lo vio nacer, y parecía tener la intención de desalentar la migración. Llegó a tocarla en Puerto Rico, animado por su ola de lealtad y patriotismo al enumerar las razones por las cuales era imposible marcharse: la fragante humedad, esas “cosas pequeñas, silenciosas”. Unos años después, el salsero puertorriqueño Tony Vega hizo un cover con todos los adornos materialistas de la salsa sensual ochentera sin perder nada en la traducción transcaribeña y con igual resonancia entre las audiencias locales.

Con la partida de Milanés, quedan más claras las contradicciones de su vida y la yuxtaposición de los destinos de Cuba y Puerto Rico. Si bien las islas tienen sistemas políticos radicalmente distintos, ambas pasan dificultades por los apagones eléctricos, la austeridad económica y condiciones de vida severas que cada vez generan más protestas callejeras.

Sin embargo, incluso cuando Milanés siguió criticando al gobierno cuabano, se le permitía volver. La ocasión más reciente fue en 2019 para conciertos de popularidad masiva en La Habana, en los que interpretó clásicos como “Amo esta isla”, una canción que compuso alrededor de la misma época de “Yo me quedo”. Fue un momento en que la ideología quedó en segundo plano frente al talento sin igual del trovador del amor que animó a todos a alcanzar el cielo.


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