WASHINGTON — Durante su periodo como presidente, Donald Trump mostraba mayor interés en las sesiones informativas de inteligencia cuando se trataban temas que tenían que ver con sus relaciones personales con dirigentes mundiales y el poder que tenía al alcance de sus manos.
A Trump le interesaban poco los programas de armas secretas, pero a menudo hacía preguntas sobre la estética de los buques de la Armada y a veces les preguntaba a los funcionarios sobre el tamaño y la potencia del arsenal nuclear de Estados Unidos.
Le fascinaban los operativos para eliminar objetivos de gran valor, como los que derivaron en la muerte de Abubaker al Bagdadi, el líder del grupo del Estado Islámico, y del mayor general Qasem Soleimani, un comandante iraní de alto rango. Pero los detalles sobre las políticas más generales de seguridad nacional le aburrían.
A diferencia de algunos de sus predecesores, a Trump no le importaban los informes de inteligencia sobre ovnis, más bien hacía preguntas sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy.
El apetito de Trump por información confidencial ahora protagoniza la investigación penal sobre el manejo que dio a los cientos de documentos clasificados que guardó en su casa de Florida tras dejar el cargo.
Todavía se desconocen los temas citados en los materiales que resguardó, y las preguntas sobre por qué se los llevó en primer lugar y por qué se resistió a devolverlos siguen sin respuesta. Las agencias de inteligencia aún no valoran por completo los riesgos que esto implica para la seguridad nacional, aunque planean hacerlo a instancias de los legisladores del Congreso, entre ellos altos funcionarios demócratas y republicanos en la Comisión Selecta del Senado sobre Inteligencia.
Sin embargo, el dar una mirada a lo que más captaba la atención de Trump durante las sesiones informativas de inteligencia, basada en entrevistas con exfuncionarios de su gobierno y personas que ayudaron a brindarle estos informes de inteligencia, sugiere que a menudo le atraían temas con narrativas claras, elementos personales o componentes visuales.
Los funcionarios consultados ofrecieron perspectivas distintas sobre la frecuencia con que Trump conservaba documentos y cuántos resguardaba. Algunos dijeron que los materiales se recolectaban cuando terminaban las sesiones informativas, mientras que otros afirmaron que, con cierta frecuencia, Trump pedía quedarse con ciertos datos, sobre todo imágenes o gráficas.
“Los funcionarios de inteligencia intentaban encontrar la manera de entrar en su mente y traían consigo una imagen —una gráfica o un diagrama o algo parecido— y se lo dejaban en el escritorio Resolute”, describió John Bolton, exconsejero de seguridad nacional de Trump. “A veces decía: ‘Vaya, esto es interesante. ¿Puedo quedármelo?’”.
Pero hay un consenso amplio sobre el tipo de información clasificada que le interesaba a Trump y el tipo que le aburría. Bolton recuerda que en una ocasión intentó informarle sobre el control de armas durante un partido de futbol de la Copa del Mundo y le costó trabajo captar su atención.
Para la etapa final de su mandato, Trump consideraba valiosos los conocimientos de la comunidad de inteligencia sobre los líderes mundiales, según exfuncionarios.
Trump se mostraba muy interesado en las sesiones informativas de inteligencia sobre sus homólogos extranjeros antes y después de sus llamadas con ellos. Estaba ansioso por profundizar sus relaciones con autócratas como Kim Jong-un de Corea del Norte o Xi Jinping de China y obtener alguna ventaja sobre aliados que, en lo personal, no le caían bien, como la canciller de Alemania Angela Merkel, el presidente de Francia Emmanuel Macron y el primer ministro de Canadá Justin Trudeau. Entre los materiales que el gobierno recuperó de su residencia en Mar-a-Lago había un documento que, según indica el registro, contenía información sobre Macron.
En las sesiones informativas de inteligencia de su gobierno, a Trump también le fascinaba la información sobre cómo habían sido percibidas sus reuniones con otros líderes mundiales.
“Lo que más le importa es la influencia”, afirmó Sue Gordon, quien fue subdirectora de inteligencia nacional. “En mi experiencia, no tiene ningún punto de vista ideológico arraigado. Para él, lo más importante es saber qué puede usar a su favor en el momento”.
Con respecto a muchos dirigentes mundiales, a Trump, cuyos propios devaneos llenaron las columnas de chismes durante años, le fascinaba escuchar lo que la CIA había descubierto sobre las supuestas relaciones extramaritales de sus homólogos internacionales, no porque fuera a confrontarlos con esa información, afirmaron exfuncionarios, sino porque despertaba su interés.
Para las personas que informaban a Trump, algunas de las cuales conocían bien su afición por la información secreta y habían empezado a dudar si debían brindarle informes completos, el interés del presidente por quedarse con algunos documentos a veces les generaba ansiedad.
No obstante, a fin de cuentas, contaron que decirle que “no” al presidente de Estados Unidos en estos contextos no era visto como una opción.
Durante la mayor parte de su mandato, Trump asistía a dos sesiones informativas de inteligencia a la semana, pero recibía información clasificada de muchas otras maneras: en sesiones de preparación previas a reuniones o llamadas con líderes mundiales, conversaciones en la Sala de Situaciones, sesiones informativas sobre ataques con líderes del Pentágono y visitas informales del consejero de seguridad nacional en el Despacho Oval. En ocasiones, Trump solicitaba al personal del Consejo de Seguridad Nacional que le trajera documentos clasificados.
A Trump no siempre le gustaba acudir a la Sala de Crisis o incluso al Despacho Oval para ciertas sesiones especiales. Funcionarios del Pentágono le informaron de los planes para las Operaciones Especiales para matar a Al Baghdadi desde la Sala Oval Amarilla, que forma parte de la residencia de la Casa Blanca y tiene una gran vista del Monumento de Washington. En aquella sesión los altos funcionarios le dieron varios apoyos visuales al presidente y luego se los retiraron.
Sin embargo, varios exfuncionarios entrevistados para este artículo que recordaban que Trump de vez en cuando tomaba algún documento de una sesión clasificada o solicitaba un documento del personal del Consejo de Seguridad Nacional dijeron que el material que recopilaba en dichas ocasiones no podía llegar a constituir los cientos de páginas en decenas de cajas que fueron recuperadas de Mar-a-Lago.
Muchas personas entrevistadas para este artículo no quisieron que se les mencionara por sus nombres y aludieron a sus preocupaciones sobre la transmisión de información específica dada a un presidente en un entorno delicado, la investigación en curso del Departamento de Justicia o el temperamento voluble de Trump.
Trump solía interesarse mucho en las sesiones militares y de inteligencia sobre Irán y cuestionaba a los funcionarios de defensa sobre sus planes de contingencia en caso de una guerra con ese país y planteaba preguntas detalladas sobre operaciones secretas para contrarrestar a Teherán en el Medio Oriente. Pero su entusiasmo a veces perturbaba a los oficiales de inteligencia, como cuando publicó en Twitter la foto de un lugar de lanzamiento de misiles iraní que tomó en una sesión informativa de inteligencia.
En cuestión de días, académicos y expertos emplearon la imagen para determinar cuál satélite espía había tomado la foto y refinaron sus apreciaciones de las capacidades de su cámara.
El control de información clasificada variaba mucho en distintos momentos de la gestión. Y no todos los funcionarios pudieron recuperar con éxito un documento en el que Trump se interesaba, dijeron exfuncionarios.
“Para Trump, cada vez que pides que devuelva algo significa que no confías en él”, dijo Bolton y añadió que no siempre lo lograban cuando sí se lo pedían.
Trump empleaba las bolsas para quemar, pero no confiaba en ese sistema para destruir documentos clasificados que se usa en el Pentágono, la CIA y en otros lugares. Trump no creía que el material se quemaría en realidad, dijeron exfuncionarios. Los colaboradores que trabajaron de cerca con Trump llegaron a darse cuenta de que en ciertos casos, cuando quería que algo fuese destruido —a menudo papel con sus anotaciones manuscritas— lo rompía y echaba en un retrete.
Cuando Trump decidía quedarse con algún material, en ocasiones lo ponía en una caja de cartón cerca de su escritorio. La caja se suponía que era para cartas sin responder, libros y periódicos sin leer. Si bien a menudo leía los diarios y revistas, rara vez se ponía al día con los libros informativos, dijo un alto funcionario de su gestión.
Cuando una caja se llenaba, se la llevaban y aparecía una caja nueva. El personal llevaba las cajas con Trump cuando viajaba lo que le permitía terminar la correspondencia o ponerse al día con las noticias cuando iba a bordo del Air Force One.
Los exfuncionarios entrevistados para este artículo dijeron que no recordaban haber visto que materiales clasificados fueran a parar en esa caja. Pero varios subrayaron que en los últimos días de la gestión había caos en la Casa Blanca cuando los integrantes del personal intentaban empacar en secreto para evitar que Trump, que seguía diciendo que había ganado la elección, los detuviera.
La Casa Blanca de Trump, al menos durante la mayor parte de su presidencia, operaba de manera muy distinta a las previas. Otros presidentes, al menos según sus funcionarios, rara vez conservaban los documentos de sus sesiones informativas, si es que acaso lo hacían.
“En todo mi tiempo informando al presidente Bush, él solo me pidió conservar una cosa, un gráfico con los responsables del 11/9, el cual tachaba cuando capturábamos o matábamos a alguien en esa lista”, dijo Michael J. Morell, exsubdirector de la CIA, quien también fue un analista de la agencia que presentaba el informe diario de inteligencia al presidente George W. Bush.
Bush, dijo Morell, tenía cuidado con el almacenamiento de material clasificado y nunca se llevó el gráfico del Despacho Oval.
Pero exfuncionarios de inteligencia dijeron que Trump no tenía el mismo aprecio de la sensibilidad de la información de inteligencia que Bush, cuyo padre, George H. W. Bush, no solo fue presidente sino también director de la CIA a principios de su carrera.
Gordon, la exfuncionaria de inteligencia, relató que cuando los funcionarios de Trump lograban predecir sus intereses, preparaban un documento sin la información de origen sensible. Eso era crucial, enfatizó, porque Trump nunca se tomó en serio la necesidad de proteger este tipo de materiales.
Tras entrar en funciones, el presidente Joe Biden excluyó a Trump de las sesiones informativas de inteligencia que suelen estar disponibles para los expresidentes. Cuando estuvo al frente del país, era necesario que Trump supiera la información más sensible, pero Gordon señaló que ese ya no era el caso.
“Ya no es el presidente”, reiteró Gordon. “Ya no necesita saber nada de esto. Además, no es una persona prudente y tampoco comprende la importancia de mantener en secreto los datos de inteligencia. Eso crea un coctel muy explosivo”.
Julian E. Barnes es un reportero de seguridad nacional afincado en Washington que cubre las agencias de inteligencia. Antes de integrarse al Times en 2018, escribía de asuntos de seguridad para The Wall Street Journal. @julianbarnes – Facebook
Michael C. Bender es corresponsal de política y autor de “Frankly, We Did Win This Election: The Inside Story of How Trump Lost”. @MichaelCBender
Maggie Haberman es corresponsal de la Casa Blanca. Se unió al Times en 2015 como corresponsal de campaña y fue parte del equipo que ganó un premio Pulitzer en 2018 por informar sobre los asesores del presidente Trump y sus conexiones con Rusia. @maggieNYT